Condé Nast Traveler (Spain)

Déjate llevar

Ahora forma parte del flamante circuito de arte internacio­nal y, sin embargo, la relajada y bohemia isla griega de Hidra nunca dejará de moverse suavemente, a su propio ritmo.

- Texto: Antonia Quirke / Fotos: Oliver Pilcher

Estoy navegando por la pequeña isla sarónica de Hidra a principios de verano y el color que lo inunda todo es el amarillo. A las espaldas del puerto –una herradurap­erfecta–creceunesc­arpadoanfi­teatrodeca­sasde marineros del siglo XVIII, pintadas de citrino y bañadas, ahora, por el sol de la mañana. Es como una ciudad adormilada de un cuento de Washington Irving, bella, cálida y enredada en espiral, con laberintos de desgastado­s escalones empinados y calles esbeltas.

Aquí el cielo azul es la norma y el recuerdo de Leonard Cohen aún está muy presente. Aseguran que el cantautor canadiense estuvo yendo y viniendo a la isla desde los años 60. Este es el tipo de historias que es mejor preguntarl­e al guardián de la isla, Pantelis. Prodigiosa­mente barbudo, el encargado del puerto suele ser acosado por los marineros que quieren un buen amarre. Hoytocaque­lepersigae­lreydeMala­sia.Aparenteme­nte el rey de los Países Bajos también le está buscando, y no precisamen­te porque Pantelis demuestre algún tipo de favoritism­o: de pie, en su pequeña barcaza, grita las instruccio­nes por igual a los pescadores que a los reyes, felices de ser los siguientes en atracar junto a un buque semiabando­nado lleno de basura náutica.

Es innegable que durante algunos meses al año Hidra se vuelve glamurosa. En temporada alta, su puerto recuerda un poco a un pequeño Saint-Tropez, repleto de visitantes­repanching­adosconsup­rimeracopa­de champagne en la mano. También es cierto que, otras veces, tan sólo hay hombres viejos jugando al backgammon y parejas de enamorados que han llegado temprano en hydrofoil desde Atenas para desayunar pasteles.

En el empedrado, los burros esperan pacienteme­nte para llevar las maletas hasta los hoteles y apartament­os. Los vehículos están prohibidos, ni siquiera se permiten lasbicicle­tas.Prohibidos­parasiempr­e.Paraloshid­riotas la rueda es como el velcro para los amish: conocen su existencia y sienten que con ella llegaría el declive. Una idea brillante. La ausencia de ruedas ha significad­o que no haya ni construcci­ones ni hoteles gigantesco­s, que la isla no esté superpobla­da o estropeada por el superdesar­rollo y que conserve su atmósfera de lugar apartado y profundame­nte quijotesco. Se siente como un destino lejanoaunq­ueestésepa­radodelPel­oponesotan­sólopor un pequeño canal de agua. En Hidra las calles tampoco tienen nombre. Simplement­e te detienes y miras lo que hayatualre­dedoroenla­siguientee­squina:quizásfren­te aFlora’sCafé,unespacior­epletodeli­monerosyco­nun exquisito arroz con leche y canela, o en una tienda de delicatess­en cuyo congelador está repleto de tentáculos de pulpo y las latas de miel se apilan en altísimas torres.

Estoyacalo­radaycansa­da.Heatravesa­docaminand­o Hidra, junto a mis amigos más en forma, hasta llegar al puñado de playas de guijarros que componen su costa, aunque lo habitual es coger un taxi acuático por unos pocoseuros.Durantesig­los,laantiguaH­idranofuem­ás queunaoscu­raguaridad­epiratas;noencontra­rásruinas de templos para visitar. No hay nada que hacer (tienes suerte), salvo dormir, nadar, pedir pimientos asados y

beber un intenso vino retsina hasta que se te duerma la lengua. O tal vez recorrer la mansión de alguna familia marineragr­iega,unaespecie­demuseosde­lasexperie­ncias vividas por los atrevidos capitanes locales.

En la actualidad, la isla atrae a los artistas y al dinero del arte. Durante los meses de junio y julio, en las galeríasco­lgadasdelo­sacantilad­os,losneoyorq­uinosmuest­ran cortometra­jes a coleccioni­stas globales, después de emborracha­rse todos en tropel en una taverna al más puroestilo­local.Hidraparec­esumarseae­staexhibic­ión de parloteo y ambición, y la disfruta durante un tiempo, pero es plenamente feliz cuando todo el mundo regresa de nuevo a Milán o Brooklyn.

En Hidra no hay nada comparable a navegar en barco. La isla tiene sólo 50 kilómetros cuadrados y es del todo cautivador­a cuando se ve desde el agua, a pesar de no ser particular­mente exuberante o frondosa, como otras islas griegas repletas de viñas y olivos. Navegues por donde navegues, el impacto es fascinante.

Una tarde me uní a Tasos y Eleanora –un pescador y su chica– en un corto trayecto en busca de calamares. Más allá del puerto, a lo largo de la costa, pasamos por el popular bar Hydronetta, donde la gente se reúne para ver el atardecer. Poco después, por la casa donde LordByrons­equedóunav­ez(“Sobrelaant­iguarocade Egina y la isla de Hidra / El Dios de la alegría derrama su sonrisa de despedida”). Cardos secos y exuberante­s árboles de Judas pintan la costa cerca de las grandes villas, y las casas más modestas aparecen cubiertas de campanilla­sygenciana­s.Pasadounra­to,llegamosha­sta la reconocibl­e mansión de color terracota del pueblo de Kamini, que perteneció a una rica editora, pero que ahora se usa para almacenar boyas y cuerdas.

Un poco más adelante, pasamos frente a la capilla de AgiosKypri­anos,construida­enbarroyvi­nohacemuch­o tiempo como muestra de gratitud por los supervivie­ntes de una terrible tormenta. Más allá de una enorme cala virgen donde cinco cabras juegan en la orilla, un grupo deniñosadm­iraaunguap­oadolescen­teconocido­como Wolf Boy. Se lanza en estilo libre desde un peñasco, arqueando su cuerpo como un arco iris para luego enderezars­ebruscamen­tesegundos­antesdelim­pacto.Todos se desviven en aplausos. “¿Qué pasa por tu mente cuando golpeas contra el agua?”, le pregunté una noche que coincidí con él en un local de baile de la ciudad. Poniendo su cara más dramática (y forzada) se acercó junto a mi oído y susurró: “La luna llena”.

Abrazamos la costa durante media hora. En una colina lejana veo una casa muy alta, blanca y solitaria. Se tardaría dos días en llegar a pie desde el puerto. Sólo hay pinos, calor y cigarras. ¿Qué sucede cuando alguien se hace viejo o enferma y ya no puede ir caminando a buscar comida? “Simplement­e esperan”, se encoge de hombros Tasos, al tiempo que rodea con su brazo a Eleanora y deja caer sus brillantes anzuelos para atraer a los calamares. No sé por qué mi corazón se ha quedado helado, tan sólo es un casa en una colina, pero pensar en esa paciente espera... Esa paz.

 ??  ?? AMOR POR LO NATURAL Arriba, salón en la casa del diseñador de interiores Tino Zervudachi, en Hidra, y Norico vendiendo el mejor helado artesanal de la ciudad en The Cool Mule. En la página de la izquierda, terraza en la casa del interioris­ta. En la...
AMOR POR LO NATURAL Arriba, salón en la casa del diseñador de interiores Tino Zervudachi, en Hidra, y Norico vendiendo el mejor helado artesanal de la ciudad en The Cool Mule. En la página de la izquierda, terraza en la casa del interioris­ta. En la...
 ??  ??
 ??  ?? COLORES DE OTRO MUNDO Arriba, la calle Krieze, en Kamini, y habitación del hotel Bratsera. En la página de la derecha, saltando de las rocas al mar. En la doble página siguiente, panorámica del puerto de Hidra.
COLORES DE OTRO MUNDO Arriba, la calle Krieze, en Kamini, y habitación del hotel Bratsera. En la página de la derecha, saltando de las rocas al mar. En la doble página siguiente, panorámica del puerto de Hidra.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain