Condé Nast Traveler (Spain)

Naturalida­d sofisticad­a

Iglesias históricas bien conservada­s, destilería­s de armagnac y coloridos mercados de comida. La región francesa de la Gascuña permanece irreductib­le y ayuda a bajar las pulsacione­s a la pareja de nómadas urbanos que nos acoge.

- Texto: Pilar Guzmán / Fotos: Oddur Thorisson

El aperitivo italiano es un arte. En la capital piamontesa, salir a la calle –a cualquier hora– es un ritual que implica vestirse para la ocasión y donde nunca faltan una buena copa de vino, un delicioso trozo de

panna cotta y una interesant­e conversaci­ón.

Ohlà là! ¡Mira los Pirineos!” exclama Ramdane Touhami. Bajo con el excéntrico diseñador franco-marroquí por una carretera desierta dedos carril es cerca del pueblo de Labé jan, en la Gascuña. Ante nosotros surge una cordillera nevada e ilumina da por un rayo de luz casi bíblico. “Aquí se detuvo el tiempo”, comenta el empresario de 42 años. La región rebosa cultivos verde eléctrico y densos bosques, solo interrumpi­do s por campanario­s del siglo XI I I. En este rincón remoto del sur oeste francés, los patos superan en número a los humanos (28 a 1). Es la tierra del foie gras y el confit de pato, las antiguas destilería­s de armagnac y el auténtico D’Artagnan de Los tres mosquetero­s. Con dos mil horas de sol al año, la Gascuña es conocida como la huerta de Francia, ya trae a chefs como el tres estrellas Michelin Michel Guérard, que abrió el aclamado La Bastide en 2011. Aún ala sombra de las re conocidas áreas vitíco las de Burdeos al noroeste y del valle del Ródano al noreste, la Gascuña podría ser el secreto mejor guardado de este país.

Mi hijo, la directora creativa Yo landa Edwards, su familia y yo estamos aquí en calidad de invitados de To uh a mi y su mujer y compañera de negocios, Victoire de Taillac. El château del siglo XI I que ella heredó se erige al final de una larga fila de cipreses, a poco más de kilómetro y medio de A u ch, en Luxe u be. Parece el grabado de una fábula infantil. Yolanda conoció a la pareja en su perfumería de culto Buly 1803, en la calle Bonaparte del barrio Saint-Germain de París, poco después de su apertura en 2014. La tienda es célebre por sus perfumes y jabones suntuosos, y por su imaginativ­o packaging. Todo es artesano y se realiza con ingredient­es tradiciona­les y naturales meticulosa­mente selecciona­dos por todo el mundo. El espacio reinterpre­ta una botica antigua con un mostrador de madera de nogal, vitrina de roble y azulejos de estilo etrusco pintados a mano en azul y crema. “Un amigo solía llamarme César B ir ott ea u ”, dice To uh a mi, en alusión alantihé roed eBalzac, el campesino que se convierte en perfumista en Grandeza y decadencia de César B ir ott ea u. A To uh ami le fascina aún más el personaje real en el que se basó el escritor: el célebre perfumista de principios del siglo XIXJean- Vincent Bully. Cuando To uh a mi y De Taillac descubrier­on que su atelier aún elaboraba un único producto decidieron“desarrolla­r e llegado d eL’ Offi cine Universell­e Buly” (quitaron una ‘l’), como habían hecho con Cire Trudon, el fabricante de velas del siglo XVII.

Sus fragancias –liquen de Escocia, rosa de Damasco, Makassar o azucena de México– se asocian fácilmente a los sellos de sus pasaportes. En los 18 años que llevan juntos han vivido enTánger,Jaipur, Brooklyn, París y ahora Tokio con sus tres hijos. En su casa de la Gascuña nada cambia. “Mi familia ha vivido enlazo na desde els.XV ”, explica Victo ir e, que desciende de uno de los guardias reales que inspiraron a Dumas. Sus a bu el os,Guyy Jane, compraron el châ te auenlosañ os 20. “Perdimos la casa familiar original durante la Revolución”.

Al sur están los Pirineos; al este, el río Garona y, al oeste, el océano Atlántico. Bordeados por todo esto, primitivos pueblos medievales como Agen, Montréal, Condom, Larressing­le y

Auch, que nació como lugar de descanso para los peregrinos en ruta hacia Santiago de Compostela, a unos 800 km de aquí. Los franceses llaman ‘tierra de Dios’ a la Gascuña por lo pura que se conserva, en parte debido ala ausencia de viñedos de re nombre y otras atraccione­s. También ha sido apodada como‘ la Toscana francesa’ ,aunque no está tan metida en el imaginario popular como esa zona de Italia. Los lunes por la mañana, en Samatan, hay un mercado de foieg ras con siglos de antigüedad. También un puñado de destilería­s de armagnac que abren sus puertas si les avisas con antelación. Y cientos de iglesias bien conservada­s que van del románico del siglo XII hasta el gótico tardío del X VI I, a menudo en una misma construcci­ón.

A pesar de la existencia nómada del apareja, Victo ir ese instalaaqu­í durante los vera nos y las vacaciones, y se sumerge en la sencilla vida campestre: compra alimentos, cocina, trabaja en el jardín e invita a amigos sin perder un ritmo pausado. Pronto descubrimo­s que experiment­ar la Gascuña es volcarse en lo cotidiano, pasear por los mercados y perderse en las iglesias –como la catedral Saint e-Marie de Auch,co ns uc oro formado por 113 asientos de roble tal lado –, mientras haces tiempo para una típica y sustancios­a comida gascona a base de cassoulet o magret de canard. Si te alojas en el bed and breakfast Le Consulat, en Auch, te despertará­n las campanas de la iglesia y podrás imaginarte cómo era viajar por Europa hace 50 años. Algo avejentado pero con encanto, te gustarán sus alfombras persas deshilacha­das, su ropa de cama antigua y su sencillo desayuno, una baguette servida en una mesa comunitari­a.

El sábado por la mañana temprano, seguimos a De Taillac y Touhami a través del mercado de granjeros de Auch, entre cajones de madera desbordant­es de esponjosas alcachofas y lechugas moradas. La escena completa –incluyendo las pizarras con nombres y precios en serpentean­te caligrafía y los ancianos vendedores de aire huraño– segurament­e sea similar a la de hace medio siglo. De Taillac lleva una falda de algodón por la rodilla, un suéter desgastado y zapatos planos, y elige ingredient­es para una comida de primavera anticipada: poule au pot para 15 o 20 personas (“nunca sabes quién vendrá”), y sin lista de la compra. Su look –rostro fresco, cierto aire masculino y un pañuelo alrededor de la cabeza– contrasta con el de su inquieto compañero, que viste más urbano, con unos tirantes y una gorra brillante. “Ella es elegante, no tiene que demostrarl­o. Es algo natural, inherente a ella”, dice Touhami de su compañera. Él parece estar en constante movimiento. “Yo soy de otra manera, más agresivo, menos educado. Pero estoy cambiando, ella me enseña los códigos”.

Mientras que De Taillac volvería gustosa a la Gascuña todos los meses, Touhami viaja cada dos semanas. Él es hijo de marroquíes musulmanes recolector­es de manzana y creció en el campo de Toulouse, 96 km al este. Hace poco que trasladó a su familia de París a Tokio para abrir una avanzadill­a de Buly. “Adora abrir cada libro de la biblioteca, hablar de política e historia familiar con mi madre y jugar al fútbol americano con nuestro hijo –cuenta ella de las breves visitas de su marido a esta casa–. Sin embargo, creció en el campo y se aburre a los pocos días. Necesita moverse”. Ella, por su parte, es una equilibrad­a aristócrat­a procedente del 7ème de París, y se santigua reflexivam­ente cuando entramos en la catedral de Auch. Nacida en el Líbano, su familia materna está repartida por todo el mundo. “Supongo que tengo buenos genes para adaptarme a cualquier país, encontrar lo que me gusta y conseguir que nos sintamos como en casa. Para nosotros, mudarnos a un país nuevo es la mejor forma de viajar”.

Un constante tira y afloja entre tradición y licencia creativa impulsa la vida personal y profesiona­l de la pareja, y ha originado un estilo de vida y estética singulares que se aprecia tanto en sus tiendas Buly 1803 de Londres y Taipéi (pronto, en Tokio y Nueva York), como en sus casas. Hasta su noviazgo empezó con un enfrentami­ento: fue a finales de los 90, cuando De Taillac era publicista de la icónica

concept-store Colette, en París, y el artista lanzó sus irónicas camisetas Polette. Hoy él se encarga del diseño de las tiendas y ella elige los textiles, así como los barros y aceites, y prueba todos los productos. En casa, él diseña las áreas comunes y ella las habitacion­es. “Yo hablo primero y pienso después. Ella es todo lo contrario”, bromea él.

Gracias a ellos –unos insiders bastante outsiders– tenemos una perspectiv­a auténtica de la Gas cuña .“Todo lo viejo está ala venta, la gente quiere casas nuevas con piscina ”, asegura To uh a mi mientras atravesamo­s Miran de. Las principale­s industrias son la agricultur­a tradiciona­l y la destilería. Pese a haberhoras, no hemos visto grandes superficie s ni un supermerca­do. Con semejante extensión de campos y bosques de pin os, robles y abedules, es fácil imaginarse esto como zona segura durante la Resistenci­a. Su histórica impermeabi­lidad a la invasión–no solo de los nazis, también antes de británicos y hugonotes– y, por ende, al cambio, es parte del romanticis­mo del lugar. Esto, combinado con su ubicación relativame­nte remota –el aeropuerto más cercano es el de Toulouse, a más de una hora en coche–, ha convertido a la Gascuña en epicentro in voluntario del turismo slow.

Cuando regresamos a casa es casi la hora del cóctel. Un grupo de familiares y amigos se sienta en el enorme salón, haciendo un semicírcul­o junto al fuego con sillas centenaria­s y bebiendo champagne. La madre de De Taillac, elegante y de cabello plateado, hace traer una bandeja de tostadas de foieg ras del a sorprenden­te mente modesta cocina( el electrodom­éstico más nuevo será de los años 60). Miro hacia el oscuro vestíbulo y veo el rostro de Touhami iluminado por la pantalla de su portátil. Está buscando un vuelo de vuelta a París para el día siguiente.

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A la izquierda, el armagnac, un brandy francés, se elabora en destilería­s por toda la Gascuña. Reserva una degustació­n en el Château de Larressing­le, del siglo XIII. A la derecha, catedral SainteMari­e, en Auch.
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 ??  ?? A la izquierda, el hall del hotel Le Consulat, cerca del centro de Auch, tiene un involuntar­io estilo steam punk que seduce. Arriba, los hijos de Touhami: Adam (11 años), Scherezade (13) y Noor (8).
A la izquierda, el hall del hotel Le Consulat, cerca del centro de Auch, tiene un involuntar­io estilo steam punk que seduce. Arriba, los hijos de Touhami: Adam (11 años), Scherezade (13) y Noor (8).
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