Mirando al norte
Mientras unos bailan hasta el amanecer bajo las luces de las discotecas, otros lo contemplan en un silencio solamente interrumpido por el rumor de la brisa. La otra cara de la isla pitiusa existe y está al norte.
Javier vuelve a sus entrenamientos, sus estudios de derecho y su carrera en el mundo de la moda, y nosotros seguimos camino gastronómico hacia Cangas de Onís, el epicentro turístico de la zona. El lugar desde el que parten las carreteras y donde se encuentra el ayuntamiento más importante de la región. Allí pude conocer a su alcalde, José Manuel González Castro, al que todos conocen como Pepín. Amable, cercano, dicharachero, saluda a todos los que se cruzan con nosotros por su nombre. Me cuenta la idiosincrasia, complicada a veces, de un pueblo al que adora. Me acompaña hasta el mercado dominical en los soportales del palacio Pintu. Allí se vende de todo pero llaman la atención los productos de la huerta, los embutidos y los quesos. De estos, la estrella es el Gamonéu, uno de los más caros de España. Es el lugar perfecto para aprovechar la ocasión y llevarte alguna pieza.
Llegamos a la última etapa de nuestra peregrinación gastronómica por Asturias, el Parador de Cangas de Onís, en el monasterio de San Pedro de Villanueva. Su director, José Ignacio Bosch, te puede contar interesantes historias sobre el monasterio, su arte, la iglesia –de la que guarda la llave–, o los canecillos eróticos –esas figuras talladas en piedra que adornan los aleros de la iglesia–. De todas ellas me llamó especialmente la atención la de aquella ventana en la esquina desde la que el abad del monasterio controlaba todo el curso del río Sella. El monasterio tenía los derechos de explotación del río, entre los que se incluían los de la pesca del salmón. Cuando el abad avistaba desde su ventana que los primeros ejemplares remontaban el río, avisaba a la población de que ya se podían pescar mediante un toque de campanas. De ahí viene ‘el campanu’, el primer salmón que se pesca cada año en Asturias que, con el tiempo, se ha convertido en un gran negocio. En los últimos años ha visto incrementado su precio porque, se supone, ayuda a los equipos a lograr grandes éxitos. La suerte es de quien se la trabaja, como Javier Hernanz, nuestro piragüista. Aunque también es patrimonio de quien la vende, porque si reuniésemos todas las raciones que salen del “salmón campanu” que ofrecen los restaurantes en Asturias, probablemente tendríamos un pez del tamaño de una ballena jorobada.