Saudade
El Centro de Portugal atrapa por su belleza e identidad propia.
Hace muchos, muchos años, caminando juntas por la Place Vendôme, mi madre decidió que era hora de que entrara en una joyería y supiera que además de los viajes a los que yo estaba acostumbrada existían otros, decididamente sofisticados, que consisten en cruzar una plaza y de paso cruzar una frontera mental y generacional. Salí con mi primer anillo, el que más quiero, el mío de verdad, su regalo. Claro que ha habido otros anillos y sobre todo ha habido más plazas bajo mis suelas, y de casi todas guardo un recuerdo, una enseñanza. En plazas de medio mundo me senté a mirar y dejé que mi mente se abriera a paisajes y situaciones diferentes. Las plazas son los ombligos de las ciudades y los pueblos. Su centro emocional. Por eso hoy elijo la Place Vendôme; me ayuda a definir un cierto tipo de lujo.
Vuelvo a cruzarla despacio; el Ritz acaba de reabrir sus puertas y el bar Hemingway sigue preparando los martinis más emblemáticos. Esto también lo sé porque tuve mi época de groupie intelectual de escritores que vivieron en París, especialmente Cortázar y el bueno de Hemingway, más todos los franceses, empezando por los clásicos y derivando lógicamente en los de la gauche divine. Mi amor por los viajes tenía mérito porque en esa época me gastaba todo mi sueldo en una especie de Grand Tour, buscándome a mí misma por diferentes ciudades europeas. Eran viajes con muchas escalas, que empezaban al otro lado del Atlántico y terminaban cuando caía el último billete o el último día de vacaciones.
Las cosas de mi vida han cambiado mucho desde entonces, pero definitivamente mi capacidad de sorpresa sigue intacta y, de momento, mis pies soportan todos mis deseos.
Ahora mido más el tiempo porque sé qué rápido se derrite entre los dedos. Ahora conozco el valor de un fin de semana. Ahora un viaje de tres días es un maravilloso cheque en blanco. Ahora descubro muchas cosas que antes no era capaz de ver. Los matices son importantes. Hay muchos colores suaves en la paleta.
París amanece con un sol frío y elegante, un sol que ilumina el monolito de la Place Vendô me y las miradas de los que se cruzan en mi camino. Contra toda lógica me he encaramado a unos tacones muy altos porque tengo el ego subido, porque acabo de ver la exposición de Hergé en el Grand Palais, la de Rembrandt en el Jac quemar t-Andréy porque he comprado la última guía de París escrita por Astier de Villatte y Sumisión de Houellebecq en francés. También porque voy camino de un almuerzo divertido, y porque un fin de semana en París es genial.
Seguramente esta noche me arrepentiré un poquito y mis piernas amenazarán con declararse en huelga. Nada grave, estoy donde me gusta y como me gusta, es decir, en movimiento.