El hechizo de Orvieto
Refugio de nuevos artistas y artesanos, esta ciudad encantada de Umbría merece ser visitada con calma y degustada con la excelencia ‘made in Italy’ propia de sus productos y cocineros. Por Marika Surace.
En 1828, cuando el pintor William Turner se dirigía a Roma, tras una breve visita a Florencia, levantó la mirada hacia una ciudad que parecía elevarse mágicamente sobre el resto del paisaje. Era la hora de la puesta de sol otoñal y la luz descendía entre las calles y las casas que, desde lo alto, dominaban la llanura verde. Hoy, es posible reencontrar aquella mirada de Turner en la Tate Britain de Londres, en uno de sus cuadros más evocadores, Vista de Orvieto. La ciudad, que se erige en el corazón verde de Italia, Umbría, ha cambiado poco desde entonces, y mantiene su encanto sobrenatural. A medio camino entre la elegancia conservadora de Florencia y la monumental belleza de Roma, Orvieto es única en su especie: más de 3.000 años de historia y un papel primordial en el arte italiano que ha dejado huella en las estrechas calles y en las antiguas iglesias. No es casualidad que su Duomo, obra maestra de la arquitec- tura gótica y conocida como el ‘Lirio de Oro de las catedrales’, siga siendo lugar de peregrinación artística por los mosaicos de colores de la fachada, que brillan también de noche, y los famosos frescos de Fra Angelico en la capilla de San Brizio.
Orvieto es uno de esos lugares ‘tocados por los dioses’. Ubicada en la cima de una colina de toba, su atmósfera mágica ha propiciado que artistas y artesanos hayan decidido instalarse aquí. También es sede internacional del Movimiento Slow (cittaslow.it), en el que la buena vida es una prioridad y las prisas no son bienvenidas. Por ello la ciudad ha de ser visitada con calma: la Fortaleza de Albornoz, el pozo de San Patricio, el campanario cilíndrico de la iglesia de Sant’Andrea (en la Piazza della Repubblica), la Piazza del Popolo, el templo etrusco del Belvedere y sus hallazgos (expuestos en el Museo Claudio Faina) o el Palazzo Soliano dedicado al escultor del Novecento Emilio Greco, autor de las puertas de bronce de la catedral.