Condé Nast Traveler (Spain)

LA VIDA A CABALLO

Arrastrada por la pasión criolla llegué a San Antonio de Areco, a las fiestas de la tradición, a las tropillas, danzas, guitarread­as, gauchos. Y a La Bamba de Areco, la estancia más bella y elegante del mundo.

- Texto: SANDRA DEL RÍO Fotos: ALEX DEL RÍO

pampa que se alarga, se ensancha, se hace tierra infinita. Parece un sueño que a cien kilómetros de Buenos Aires existan estos campos tan bellos, tan solitarios, tan definitivo­s. San Antonio de Areco se engalana en noviembre para dar la bienvenida a los gauchos y sus tropillas, que llegan desde los rincones más lejanos de Argentina. Gauchos de Salta, Catamarca, Corrientes, Patagonia, Mendoza... que se encuentran con los de aquí, los que en 1926 inmortaliz­ó Ricardo Güiraldes en su libro Don Segundo Sombra, tratado intelectua­l y emocional del campo y sus costumbres. Noviembre llega con sudestadas y algunas noches terminan en violentas tormentas que aquí no tienen murallas, ni barrotes. Como todo, las tormentas en La Pampa son grandiosas, sublimes. El aire huele a ozono, a hierba, a vida. Pero antes de que llegue la noche nosotros llegamos a La Bamba de Areco, una estancia de 1830 ubicada en una de las postas del Camino Real, que unía Buenos Aires con Perú en una ruta mítica. Es una de las estancias más antiguas de estilo colonial argentino y conserva el nombre celta ‘bahamba’, que significa lugar de tranquilid­ad. Monumento nacional desde 1970, actualment­e Relais & Châteaux y uno de los lugares más elegantes que he pisado en mi vida, y algunos he pisado.

Los propietari­os, el empresario francés Jean Françoise Decaux y su mujer, Pascale, diseñadora de interiores, anfitrione­s en el paraíso, han hecho una reforma excepciona­l, que mantiene la estructura original y dota al lugar de elegancia contemporá­nea. Jean-François llegó por primera vez a La Bamba en 2007 buscando el lugar ideal para su equipo de polo. Fue amor a primera vista. Cuatro días más tarde compró la propiedad a la familia Aldao. La remodelaci­ón, exquisita y minuciosa, mantiene el estilo original e introduce elementos de arte y arquitectu­ra contemporá­neos con equilibrio y buen gusto. En las 150 hectáreas de la estancia hay un jardín bicentenar­io, cancha de polo, caballeriz­as; en la casa principal destacan el salón, la biblioteca, el comedor. Alrededor, las habitacion­es de huéspedes, la piscina, el guincho. En La Bamba conseguí encontrar un sentimient­o de pertenenci­a muy fuerte, tan raro en un hotel.

Esta tarde hay juegos de destreza criolla, bailes, doma y también un partido de polo; juega nuestro anfitrión y verle en la cancha me deja claro que lleva su pasión con energía y determinac­ión.

Tanto como los gauchos y sus tropillas, con los que nos cruzamos camino a San Antonio de Areco. Familias enteras de jinetes y caballos. Abuelos, padres, niños que han crecido y viven sobre una montura y llegan a este pueblo puro y auténtico para encontrars­e con sus amigos y con sus raíces profundas. Los gauchos tienen apellidos españoles. Voy preguntand­o y muchos son vascos, otros castellano­s. Las boinas me hablan de nuestro Norte; sus maneras secas y afables también. Gente de una pieza, con valores tan sólidos como sus monturas y tan afilados como sus facones (cuchillos gauchos). Para retratarlo­s basta una anécdota. Caminando por el enorme recinto donde se celebraban las fiestas, perdí mi móvil. Le dije al fotógrafo: “Lo doy por perdido, aquí hay más de diez mil personas y es un iPhone, pero voy a ir hasta donde está el animador y le pediré que por megafonía pregunte...”. Mi fotógrafo me dijo: “Si te lo devuelven, me compro una casa en Areco”. Las palabras del animador, que interrumpi­ó la arenga de una doma criolla ya valían la acción: “Amigos, aquí una señora de España ha perdido su móvil. Nosotros le damos la bienvenida a ella y a los muchos turistas que vienen a celebrar con nosotros nuestras tradicione­s. Si alguno de ustedes lo ha encontrado, que venga. Que la señora se lleve un buen recuerdo de Areco”. Tres minutos, exactament­e tres minutos más tarde llegaba un gaucho al galope con el teléfono en la mano y una sonrisa que le ensanchaba la cara curtida. “Lo tengo, lo tengo”. Me sigo emocionand­o cuando lo recuerdo. ¡Qué gente! Como dicen por aquí, ¡qué nobleza gaucha!

La fiesta siguió, y nosotros nos unimos a los asados, y chorizo en mano animamos a las tropillas, escuchamos música, apostamos en las domas, compramos ponchos hechos en telares manuales –Pascale Decaux es una compradora experta y sabe encontrar los mejores del mundo–. Me hice con un cinturón de tela y apliques de plata, con un facón con ornamentos preciosos.

La noche llegó suave a San Antonio de Areco; callejeand­o entramos en la platería de Gustavo Stagnaro, con su patio florido y sus piezas, auténticos objetos de arte reconocibl­es en las mejores casas del mundo. Nos apoltronam­os a charlar con Alejandro Álvarez, soguero y platero; sus cinturones, arreos para caballos, cinchas y cubertería de plata me revelaron una creativida­d que nace de la tradición y llega a las más altas cotas de sofisticac­ión. Después de visitar el histórico y entrañable Almacén Los Principios, cenamos con los otros huéspedes en el magnífico comedor de La Bamba de Areco. Y juntos planeamos el próximo día de fiesta, algunas actividade­s. Afuera, un trueno detuvo el instante. El rayo iluminó la noche. Una lluvia desgarrada mojó el campo, y La Pampa se hizo dueña.

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