TEL AVIV NON STOP
Moderna, ecléctica, divertida, inteligente, atractiva. Adjetivos que aplicamos a Bar Refaeli y a su ciudad, unidas por un sentimiento común: la vida es bella.
Sí, lo que iba a ser un reportaje de moda se ha convertido en un viaje a la ciudad de los deseos cumplidos, de las ideas brillantes, de la libertad sin horarios ni etiquetas. Tel Aviv, tan joven y tan cosmopolita, y en un lugar tan especial y controvertido del mundo. Tel Aviv, playa en los cuerpos y en los corazones; tecnología en cada esquina; negocios y placer alternando los días y las noches, éstas realmente sin fin. Estamos en una ciudad del Mediterráneo, y se nota en muchos aspectos. Hay hedonismo nada disimulado en las conversaciones y en las miradas de la gente, gente que ha venido y sigue llegando desde el resto del mundo ansiando su lugar, su identidad, su medio de vida y hasta su media naranja. Buscando una geografía ordenada me encontré con un caos disciplinado, marcado por los barrios y por la playa, eje emocional y turístico de la ciudad. La playa todo lo puede, desde los grandes hoteles que se alinean de norte a sur hasta llegar al puerto de Jaffa, pasando por una costanera que es una cadena de beach clubs, bares playeros, heladerías, brunchs y restaurantes en toda regla. Lanchas, tablas de surf, volleyball en la arena, pescadores, skaters. Gente muy guapa y muy joven saludando al paso a jubilados multicolores que parecen recién salidos de Miami. Parejas en las que el sexo de ambos es lo que menos importa. Ejecutivos corriendo, modernos en su clase matutina de yoga, alternativos sorteando abuelitos con sus tablas de skate, playas de gays junto a playas de ultraortodoxos, y adoradores del sol en todas las posturas y sobre todas las toallas imaginables, porque otro de los atractivos de Tel Aviv es su clima, un premio suave y cálido.
Así los siete días de la semana, Shabbat incluido. Para muchos, la playa es la auténtica religión en esta ciudad donde el lema es “vive y deja vivir”.
La verdad es que Tel Aviv, como todo lo diferente, tiene muchas facetas, que se acoplan, se equilibran, se complementan, formando una gema digna de su famosa Bolsa de Diamantes, otro de los atractivos para los amantes de las compras (caras). La avenida Rothschild no es la Quinta de Nueva York ni los Champs-Élysées, ni lo pretende. Pero tiene un encanto especial y el precio medio de un apartamento en alguno de sus edificios supera los cinco millones de dólares de media. Apartamentos, pisos y casas
con propietarios archiconocidos, muchos de ellos del show business internacional o del business global. Por aquí paseamos en bicicleta, nos paramos a tomar un café (el mejor del mundo, aseguran) en el Bar Kiosk, escuchando las conversaciones de los nuevos chicos de oro, los ‘startupistas’, emprendedores tecnológicos que han conseguido posicionar Tel Aviv como la ciudad más inteligente, en la que funcionan casi un centenar de aceleradores y la mayor concentración de start ups del mundo.
La pasión y la posición tecnológica de Tel Aviv llega a todos los estamentos; su gestión de tecnología aplicada al urbanismo la ha convertido en modelo a seguir, y en cuanto al índice tecnológico, Israel cotiza en el NASDAQ codo a codo con EE.UU., ambas en el podio indiscutible del Big data. El ayuntamiento de Tel Aviv no es ajeno a este poderío, es más, lo agita, lo lidera, lo institucionaliza. Los telavivíes funcionan con tarjetas digitales, aplicaciones para smartphones, wifi gratuito de alta velocidad en toda la ciudad, mapas on line, tours virtuales, y así hasta donde quieras imaginar en una ciudad declarada smart city global.
Sin embargo, hay historia en Tel Aviv. Corta e intensa. Desgarrada e inquebrantable. Desde los años 30, cuando arquitectos judíos de origen alemán tuvieron que abandonar Europa y refugiarse en una sucesión de calles de la llamada Ciudad Blanca, que ellos mismos convirtieron en una sucesión de edificios Bauhaus, tan sobrios, tan ausentes de ornamentaciones. Sin embargo, vemos en una misma calle estos edificios ya emblemáticos alternarse con otros repletos de elementos modernistas y detalles que llevan directamente a una ciudad de mar, una ciudad del Mediterráneo. La mezcla salió intensa. A veces bonita, a veces extraña, pero nunca te deja indiferente. Últimamente, y desde el poder municipal, se han restaurado casas originales, que buena falta les hacía, y también capitales privados están invirtiendo en la preservación de este legado, que traspasa lo arquitectónico y entra en el corazón de un pueblo que son muchos, unidos por la idea de ser Israel, de la patria israelí. Recomendamos visitar junto a la avenida Rothschild el hotel The Norman, pionero en relacionar Tel Aviv con el lujo y que sigue siendo un precioso modo de entender el alma de esta ciudad tan especial. Y desde luego, tomar una copa en Speakeasy, el bar de moda, con los mejores combinados de la ciudad en un ambiente hiperinternacional.
Judíos norteamericanos, sudamericanos y franceses son ahora los que más invierten en Tel Aviv, sobre todo hacia el norte de la ciudad, o en Sarona, donde imperan los rascacielos y los centros comerciales, nuevos buildings, como los de Azrieli, dotados de piscinas, canchas de tenis, servicio de valet y discreción absoluta. El norte crece cerca y al mismo tiempo lejos de los grandes hoteles de playa, como el Dan, el Hilton, el Crowne Plaza. Y más lejos aún de las casas del barrio de Neve Tzedek o de Jaffa, los distritos históricos, los preferidos de los artistas y el mundo de la cultura, donde el tiempo se detiene y la creatividad fluye.
Hacia allá vamos, en un día de sol espléndido que nos deja en Neve Tzedek, territorio de hipsters, pijos y enrollados que han conseguido dotar a este barrio con las mejores tiendas de creativos locales, con tan buen gusto y personalidad que han puesto a Tel Aviv en el nuevo mapa trendy. Callejear es otra de las actividades predilectas de locales y visitantes; delicioso perderse entre las casitas del viejo barrio, muchas reconvertidas en atelieres de diseñadores, orfebres, joyeros, y sobre todo en tiendas de gastronomía chic que no desentonarían en París, Madrid, Barcelona, Nueva York o Londres. Aquí las tradiciones gastronómicas y las normas kosher se ponen al servicio de la creatividad, dando un salto cualitativo de gigante: en Tel Aviv se come muy bien, es uno de los nuevos atractivos para los viajeros internacionales, especialmente en nuevos barrios como Sarona o los alrededores del puerto de Namal. Hablando con los chefs del momento nos dicen que no hay límites, y que la historia tan antigua de la gastronomía judía unida a la nueva historia de Israel les permite llegar hasta las nubes en la experimentación de sabores y texturas. Además de las diferentes fusiones con lo asiático, lo sudamericano, lo italiano...
El Museo de Arte de Tel Aviv es una maravilla arquitectónica en una ciudad de arquitectos. Obra de Preston Scott Cohen, encandila su exterior y atrapa su interior. Una visita de un día se me hizo corta y necesaria. Pero hay más. El Museo del Diseño de Holon, obra de Ron Arad. El Centro Bauhaus. El Palacio de la Ópera, obra del arquitecto Jacob Rechter. Y realmente me sentí involucrada en el Museo Etzel y en el Centro Suzanne Dellal.
Hay otras arquitecturas que han definido el alma de Tel Aviv: destacan la estación de Ha Tachana, el mercadillo de Jaffa o el Carmel Market, ese bullicio existencial, ese mercado donde joyas, alcachofas, quesos, especias y camisetas customizadas se alternan en un loco carrusel, en una Babel de idiomas, en todos los colores y los olores del mundo.
Y por fin, Jaffa. Porque Tel Aviv es Tel Aviv Jaffa, indivisibles la ciudad moderna y el viejo puerto que se tiñe de oro y llamadas a la oración al caer el sol, que en Tel Aviv es muy pronto (a las seis de la tarde es de noche).
Jaffa, que en tiempos de Salomón ya recibía barcos de pescadores. Jaffa, referencia de la Biblia, Antiguo Testamento. Jaffa, al final de la línea de costa, ahora puerto pesquero y comercial y también barrio de moda con concentración de cafés, tiendas surferas, un alucinante centro comercial alternativo, restaurantes típicamente marineros con música electrónica y conciertos en vivo los fines de semana.
Jaffa, callecitas muy estrechas de ciudad vieja donde se alternan atelieres de moda, galerías de arte, escuelas de teatro independiente, hoteles de diseño y un museo surrealista: el Museo Ilana Goor, sueño de una mujer que ha hecho del coleccionismo privado un asunto público. Visitar su casa-museo fue como entrar en otra dimensión. Pero engancha.
Entretanto, pasé por la puerta de la mezquita de al-Bahr, muy cerca entré en la iglesia de San Pedro, crucé por el camino del faro de Jaffa, llamado de Simón ‘el curtidor’, porque según los Evangelios aquí se alojó San Pedro Apóstol y aquí tuvo una visión divina. Desde hace siglos el faro pertenece a la familia armenio-cristiana Zakarian, que está a cargo de su mantenimiento. Y llegué hasta el célebre mercadillo de Jaffa. Todo en uno. Todo en un delicado equilibrio existencial, religioso y social.
No sé por qué me sorprendo. Estoy en Tel Aviv, la ciudad de las plegarias atendidas, de los sueños sin fecha de caducidad, de los aprendizajes empresariales para enfrentarse a nuevos retos. La ciudad del “si quieres, puedes”. Y por encima de todo, una ciudad muy sexy.