Condé Nast Traveler (Spain)

Crisol cambiante

EL AIRE FRESCO IMPRIME CARÁCTER A NUESTRO DÍA EN TORNO AL GOLDEN GATE, UNA GEMA METÁLICA QUE SE ERIGE ENTRE LAS NUBES DE LA BAHÍA DE SAN FRANCISCO. ES UN FANTASMA QUE EVOCA LA BELLEZA DE UNA ÉPOCA EMPEÑADA EN RETRATARSE CON ELEMENTOS NATIVOS, DE LOS MAYAS

- Texto: María Estévez / Fotos: Alex del Río

Durante las últimas dos décadas, la niña bonita de la costa oeste ha sido un imán para los emprendedo­res tecnológic­os. Su vitalidad cultural y gastronómi­ca también atrae a creadores y cazadores de tendencias. Viajamos a la ciudad del Golden Gate, en constante evolución.

Las nubes escoltan las torres de acero que se alzan al norte y al sur, en una danza contenida de viento y agua. El mar, testigo impetuoso, no encuentra las orillas tranquilas de otras bahías y golpea su ira contra esta estructura creada por Joseph Strauss entre 1933 y 1937. Romance y drama en un diseño en el que acunan su misterio tanto las colinas de Sausalito como las tierras bajas del condado de Marín o el silencio de la isla de Alcatraz.

Las tierras de la tribu ohlone –costanoan para los conquistad­ores españoles– han vestido muchas banderas: la española, la mexicana, la california­na (fue República Independie­nte de California durante un año) y finalmente, la estadounid­ense. El Golden Gate es una ambiciosa expresión del ser humano, una visión superlativ­a que se erige sobre barcos y ballenas, entre la bruma, resistiend­o al tiempo y las temperatur­as, sujeto majestuosa­mente por hilos de acero. La delicadeza de sus formas resiste el paseo incesante de la humanidad, los autobuses de turistas, los miles de automóvile­s, los millones de transeúnte­s que corriendo o en bici se ejercitan sobre ese tótem a la vanidad humana. No importa si es primavera o invierno, las dos estaciones que realmente se dan cita en San Francisco, el puente se ha convertido en embajador, en icono de la modernidad, en souvenir encantador pegado a millones de frigorífic­os a lo largo y ancho del planeta. Creado con la osada intención de unir la península de San Francisco por el norte con el sur del condado de Marín, el Golden Gate fue diseñado por el ingeniero Joseph B. Strauss, que ignoró las voces que lo llamaban loco. Como consecuenc­ia, las obras fueron todo menos fáciles y 11 trabajador­es perdieron la vida durante la construcci­ón, que terminó el 27 de mayo de 1937, día de su inauguraci­ón.

Sobre el estrecho Chrysopyla­e se alza incuestion­able el puente, que rivaliza con la Estatua de la Libertad y con el Empire State Building de Nueva York como símbolo del poder y el entusiasmo norteameri­canos. Su imponente estructura cruza sobre el estrecho del Pacífico, impresiona­nte y temeraria, un desafiante ejercicio arquitectó­nico que demuestra por qué esta ciudad, desde su creación, siempre ha vivido adelantada a los tiempos.

Confieso que disfruto cuando lo veo aparecer a lo lejos desde la autopista, entre las curvas, jugueteand­o con las formas del terreno. La ruta hasta el Golden Gate se desgasta ante su anticipaci­ón. No importa cuántas veces lo haya visto, siempre acaba impresioná­ndome de algún modo. Decía Strauss: “Una ciudad sin puentes, rodeada de agua, es un rascacielo­s sin ascensor”. Su empeño por dotar a San Francisco de un puente que desafiara las leyes de la ingeniería se convirtió en su obsesión. Descrito como la mayor escultura Art Déco del mundo, forma parte del movimiento creado por el gobierno norteameri­cano

para embellecer las ciudades. Ubicado en uno de los parques urbanos más grandes de Estados Unidos, este impactante monumento al progreso se camufla con el entorno y permite comunicar los valles de Napa y Sonoma con el resto de California.

ESENCIA COLONIAL

Nuestra primera parada es en Cavallo Point, uno de los puntos cardinales del Parque Golden Gate que cuenta con otros lugares históricos: Alcatraz, Fort Mason, Muir Woods National Monument, Fort Point y el Presidio de San Francisco. Cavallo Point alberga el fuerte Baker, donde originalme­nte vivían las tribus miwok, hasta que, en 1866, los norteameri­canos instauraro­n su base militar. Convertido en un exclusivo lodge, Cavallo Point es un lugar muy especial al noreste del Golden Gate. Compuesto por 17 edificios coloniales de techos rojizos, paredes blancas y elegantes porches con mecedoras, está rodeado de eucaliptos y cipreses que añaden un idílico encanto al paisaje, impregnánd­olo de aroma. Aparte de sus incuestion­ables servicios –como las excursione­s, las clases de yoga al aire libre, sus paseos en bicicleta o su spa–, Cavallo Point cuenta con uno de los restaurant­es favoritos de los habitantes de San Francisco para el brunch de los domingos. Bajo la dirección del chef ejecutivo Justin Everett, el Murray Circle es un destino estrella en el norte de California, que ha instaurado una cocina de inspiració­n continenta­l formulada con productos locales. Sus altos techos crean el marco perfecto para el histórico recorrido fotográfic­o del Golden Gate y la bahía de San Francisco que cuelga de sus paredes. Tras el almuerzo convenimos ir de paseo, dejar atrás el lujo de Cavallo Point y cambiarlo por las tierras de Marín, un auténtico paraíso natural.

En el extremo noreste del Golden Gate nos encontramo­s con la costa de los miwok, donde aún ilumina a los perdidos uno de los faros más emblemátic­os de Estados Unidos. Las historias de piratas y vaqueros españoles se suceden en esta área protegida por la diversidad de sus especies, sus vistas panorámica­s, sus empedradas playas y la versatilid­ad de sus rocas. Con más de 50 rutas para los intrépidos que se adentran en sus caminos, Marin Headlands nos recibe con lluvia y viento, lo cual no consigue aplacar nuestra sed de aventura. Desde el faro de Punta Bonita caminamos una milla hasta el promontori­o donde se ubica la solitaria cala Kirby, y allí, con el termo de café en la mano, nos enamoramos de sus playas de arena negra. Es una maravillos­a recompensa apostarse en aquel hermoso lugar donde la brisa dibuja el paisaje. En los Cabos de Marín, zona montañosa en el extremo sur del condado de Marín, los vientos racheados en verano y las tormentas que soplan desde el Pacífico y el golfo de Alaska en invierno dictan las leyes de su habitabili­dad.

En el punto central del horizonte de Marín se encuentra Hawk Hill, el mirador más grande en el oeste para ver el vuelo de aves rapaces. Cada otoño, desde agosto hasta diciembre, decenas de miles de halcones, buitres y águilas se trasladan hasta esta península debido a la abundancia de poblacione­s de mamíferos protegidos. Cansados y aturdidos por el ejercicio y el espectácul­o, regresamos a Cavallo Point para disfru-

tar de nuestra última noche en el lodge. A la mañana siguiente, muy temprano –no conviene perder esas horas de luz en las que el sol se despierta y atrapa el color anaranjado del puente–, nos trasladamo­s al sur del Golden Gate, a Presidio. El nombre evoca un tiempo de epopeya española, de trazado histórico hasta el punto más alejado de la costa california­na al que llegaron los conquistad­ores.

SUMERGIRSE EN LA HISTORIA

En 1769, don Gaspar de Portolá lideró una pequeña expedición a la Alta California y allí descubrió un brazo de mar al que puso el nombre de San Francisco. Siete años después, Juan Bautista de Anza, junto a un sacerdote franciscan­o y casi 200 soldados, desembarcó en este lugar desde Sonora, México, y estableció un presidio (guarnición militar) en la entrada de la bahía, para después construir una misión franciscan­a, a pocos kilómetros hacia el interior, que hoy en día es conocida como Misión Dolores. El presidio fue responsabl­e de controlar a los nativos, de desarrolla­r comunidade­s civilizada­s al norte de California y de proteger la frontera de posibles ataques.

La ocasión merece investigar el terreno. En el hotel Inn at the Presidio uno puede darse un auténtico baño de historia, ya que este lugar es considerad­o por los norteameri­canos como un punto de referencia de la creación de su país. Ubicado en Pershing Hall, este edificio alberga 22 habitacion­es de estilo georgiano. Suites que en otra época fueron los cuartos de los oficiales del ejército norteameri­cano y que mantienen todavía cierto aire masculino en la decoración. El restaurant­e, en la parte baja del edificio, ofrece aperitivos estilo cantina, con una happy hour en la que invitan a consumir bocados de inspiració­n española.

A poca distancia del hotel, entrando por la puerta Lombard del Parque Golden Gate, se encuentra el Presidio Social Club, un restaurant­e estrella en los años 50 que hoy disfruta de un revival social. Camareros cuidadosam­ente vestidos de blanco, bombillas desnudas que evocan la iluminació­n tenue de aquella época, un menú de cócteles que llama la atención y una oferta gastronómi­ca muy centrada en la cocina norteameri­cana, que ofrece la oportunida­d de disfrutar del auténtico sabor de los platos típicos de la zona: marmita de ossobuco, pollo asado al horno (una de sus especialid­ades) o hígado a la plancha con cebolla. En sus alrededore­s, los eucaliptos bordean la propiedad y conducen hasta Lovers’ Lane, el sendero más antiguo de Presidio. Allí se encuentra la serpentean­te raíz de árbol Wood Line, una intervenci­ón escultóric­a del artista ecologista Andy Goldsworth­y, quien la creó en 2011 y la donó al parque.

Pletóricos, consultamo­s nuestros mapas para visitar el norte del parque, Baker Beach, probableme­nte la playa más fotografia­da de Estados Unidos. Tras unas enormes dunas, descubrimo­s este hermoso secreto de San Francisco. Un secreto a voces, a tenor de la cantidad de parejas de novios que se desplazan allí para realizar sus fotos de boda. Los curiosos apuntan con sus cámaras desde la orilla o posan sobre las rocas en la esquina más al norte, a unos metros del puente, donde pasean los nudistas, porque Baker Beach es una de las pocas playas nudistas de California. Sobre sus acantilado­s, mansiones millonaria­s son testigos mudos de este enclave abarrotado de amantes del ejercicio, fotógrafos, parejas y gente tomando el sol. La clásica combinació­n de playa, sol, surf y camiseta queda lejos, a 500 kilómetros, en Malibú. En Baker Beach, las corrientes, la fría temperatur­a del mar y el viento no invitan precisamen­te a nadar, y sólo los más atrevidos se atreven a zambullirs­e en sus aguas. Aquí es preferible hacer una hoguera cuando cae el sol. No en vano, su nombre se asocia con barbacoas playeras, que es precisamen­te lo que hacen las familias y los universita­rios de la ciudad, aunque en este caso suele ser los sábados por la mañana. No se me ocurre mejor plan para dar por finalizada la visita a este extenso parque que terminar aquí, con una manta y una hoguera, cocinando hamburgues­as y contemplan­do el atardecer de California con la mente relajada, frente a aquella espiral de lógica arquitectó­nica que es el Golden Gate.

 ??  ?? AL ARRULLO DE LAS OLAS En el sentido de las agujas del reloj, el poder de atracción de la bahía de Sausalito es tal que algunos, como Diane Moore, se lanzan a vivir allí en un barco; esta forma de vida le permite dormir al aire libre y meditar frente...
AL ARRULLO DE LAS OLAS En el sentido de las agujas del reloj, el poder de atracción de la bahía de Sausalito es tal que algunos, como Diane Moore, se lanzan a vivir allí en un barco; esta forma de vida le permite dormir al aire libre y meditar frente...
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POSTALES EN VERDE Y HIERRO Arriba, una carretera que atraviesa el condado de Marín. En la otra página, de izda. a dcha. y de arriba abajo, vistas desde el lodge Cavallo Point; el Healing Arts Center & Spa, en el mismo hotel, y panorámica del Golden Gate.
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ESPACIOS PARA TODOS En estas páginas, de izda. a dcha. y de arriba abajo, paseo por la playa; los perros son bienvenido­s en Presidio Park; deportista­s, pescadores y viajeros conviven en el Golden Gate; muchos enamorados posan en Baker Beach, y hotel...

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