El despertar de los sentidos
❛❛Un festival consagrado al arte y la música, una performance radical en una ciudad improvisada, Black Rock City, en el desierto de Nevada: bienvenidos a Burning Man. Hemos dejado atrás las dunas de Death Valley; tras trece horas conduciendo, repostamos en la última gasolinera y hacemos compras de última hora: mallas multicolores, máscaras para soportar las tormentas de arena, mucha agua y Brugal
Extra Viejo, nuestro ron favorito”. A lo lejos vemos algo, un nuevo mundo, el fin del mundo, quizás un mundo post apocalíptico. Nos adentramos buscando nuestro campamento. Cogemos las bicis y pedaleamos hasta la plaza principal, conocida como la playa. Está amaneciendo. De la nada aparece un hombre arrastrando una cruz. El último neón se apaga y un manto de luz natural, que recuerda a la del Ampurdán, cubre el desierto. Me siento parte de una pintura daliniana. Miro al cielo, pintado de azul, rojo y cobre y, de repente, siento que mil lágrimas recorren mis mejillas, mezclándose con el polvo de mi cara. Se meten por mis comisuras. Es el espectáculo más hermoso que jamás he visto: el amanecer en Burning Man. Pasan las horas. El calor arrecia. Presenciamos atónitos inmensas estructuras de madera y desfiles de vehículos tuneados. El mundo más salvaje de Mad Max mezclado con imágenes de Lewis Carroll. Expresionismo radical motorizado. Anochece. Neones y láseres de colores inundan el desierto. Caos. Locura máxima. Burners desnudos, enfundados en pieles o con trajes de leds danzan como si no hubiera fin. Muerdo la lima de mi Brugal Extra Viejo mientras bailo con un anciano, un indio, un africano; y disfruto de esta fiesta colorista y catártica. Siento que se han despertado todos mis sentidos, que siempre estuvieron dormidos y estos nuevos sabores, olores y texturas los han devuelto a la vida. Y así siete días. Y en el último todo arde. Burning Man es el ejemplo de la utopía en estado puro. Un espacio efímero que muere a los pocos días… pero que vivirá eternamente en mi mente”.