Condé Nast Traveler (Spain)

Centro de Portugal

NUESTRA PASIÓN POR PORTUGAL SE NUTRE DE SU ESTOICISMO Y DE LA PUREZA DE SUS TIERRAS. EN UN LUGAR INCIERTO ENTRE LAS SERRANÍAS DE BUÇACO, SICÓ Y LOUSÃ, ES POSIBLE SOÑAR CON UNA NUEVA VIDA DE CAMPO. ESO SÍ, POR TODO LO ALTO.

- SARA MORILLO SERGIO MARTÍNEZ Texto Fotos

Razones para ir: el Palacio de Buçaco, en Luso, los pastéis de nata de Casal de São Simão, las Casas do Vale do Ninho, en Ferraria de São João, y Villa Pedra, en Aldeia de Cima.

dormir por encima de nuestras posibilida­des durante un viaje está sobrevalor­ado. Es más, contemplar el amanecer tiene el poder terapéutic­o y ciertament­e reparador similar al de varias horas de sueño. Son las siete y cuatro minutos y sólo se escucha el rumor de las hojas y una voz, la de la conciencia: “La primera luz del día ilumina las ideas más descabella­das”.

Amanece, que no es poco, en un mágico y –hoy ya no tanto– oculto lugar del corazón de Portugal. Ascendemos por un camino que justifica una dosis de Biodramina. Una sinuosa carretera que, desde 1910, promete una recompensa al final del camino: el hotel Palacio de Buçaco. La gran dama de la arquitectu­ra portuguesa se erige entre la vegetación del parque nacional homónimo, en la localidad de Luso. Aquí y ahora, recién amanecida como nosotros, esta maravilla de estilo neo-manuelino rodeada de jardines versallesc­os materializ­a la fantasía del escenógraf­o Luigi Manini en 1888. Si contemplas más de un minuto su fachada, la imaginació­n vuela a los fastuosos castillos de hadas de nuestra infancia. Con un incontesta­ble aire aristocrát­ico, las 64 habitacion­es han sido testigo de sueños –o de retorcidas fantasías– de un sinfín de reyes, políticos y artistas naturales del país vecino. Ahora bien, si hay que quedarse con una instantáne­a de este palacio inspirado en el Monasterio de los Jerónimos de Belém, en Lisboa, elegiríamo­s sin duda uno de los interiores: el lobby. Un portentoso recibidor decorado con gran esmero por un acérrimo defensor del romanticis­mo y cuyo mobiliario y paredes de azulejos confirman una vez más nuestra fascinació­n por la estética portuguesa. Si hacemos el esfuerzo de despojarno­s de distraccio­nes hermosas, la escalinata central bañada de luz natural es un espectácul­o por sí solo y el perfecto photocall para los huéspedes afines a las redes sociales. Capítulo aparte merece el restaurant­e, decorado con frescos del artista João Vaz que ilustran pasajes marítimos del clásico Os Lusíadas de Camões y con un suelo de maderas exóticas. Para los más mundanos y exquisitos, hay dos razones que merecen sentarse en una de sus mesas señoriales: una refinada oferta de delicias locales y la carta de vinos. Los suyos. En los corrillos sibaritas, la bodega de Buçaco es, además de valiosísim­a, aplaudida por enólogos que suspiran con brancos añejos de la D.O. Bairrada. Elaborados en los terrenos del gran hotel, los vinos envejecen en madera de roble portugués y no salen jamás de palacio. Se degustan in situ. De ahí su carismátic­a particular­idad: “¿Que dónde se distribuye­n? Aquí mismo”. Anestesiad­os por la soberbia de su

bouquet, resulta difícil olvidar un Buçaco Branco de 1995. Para darse el capricho sideral y si las restriccio­nes de la bodega lo permiten, puedes probar el Buçaco Branco 1850 por unos 800€.

 ??  ?? CASAL DE SÃO SIMÃO Una amplia superficie de robles, pinos y eucaliptos protege esta aldea remota de una sola calle que fue recuperada, tras años de abandono, respetando la arquitectu­ra y los materiales originales.
CASAL DE SÃO SIMÃO Una amplia superficie de robles, pinos y eucaliptos protege esta aldea remota de una sola calle que fue recuperada, tras años de abandono, respetando la arquitectu­ra y los materiales originales.
 ??  ?? PALACIO HOTEL BUÇACO Erigido en 1888 por los últimos reyes lusos y abrazado por los bosques protegidos del parque nacional homónimo, este hotel de estilo neo-manuelino es aclamado por sus jardines, su belleza arquitectó­nica y por un secreto bajo tierra.
PALACIO HOTEL BUÇACO Erigido en 1888 por los últimos reyes lusos y abrazado por los bosques protegidos del parque nacional homónimo, este hotel de estilo neo-manuelino es aclamado por sus jardines, su belleza arquitectó­nica y por un secreto bajo tierra.
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