Centro de Portugal
NUESTRA PASIÓN POR PORTUGAL SE NUTRE DE SU ESTOICISMO Y DE LA PUREZA DE SUS TIERRAS. EN UN LUGAR INCIERTO ENTRE LAS SERRANÍAS DE BUÇACO, SICÓ Y LOUSÃ, ES POSIBLE SOÑAR CON UNA NUEVA VIDA DE CAMPO. ESO SÍ, POR TODO LO ALTO.
Razones para ir: el Palacio de Buçaco, en Luso, los pastéis de nata de Casal de São Simão, las Casas do Vale do Ninho, en Ferraria de São João, y Villa Pedra, en Aldeia de Cima.
dormir por encima de nuestras posibilidades durante un viaje está sobrevalorado. Es más, contemplar el amanecer tiene el poder terapéutico y ciertamente reparador similar al de varias horas de sueño. Son las siete y cuatro minutos y sólo se escucha el rumor de las hojas y una voz, la de la conciencia: “La primera luz del día ilumina las ideas más descabelladas”.
Amanece, que no es poco, en un mágico y –hoy ya no tanto– oculto lugar del corazón de Portugal. Ascendemos por un camino que justifica una dosis de Biodramina. Una sinuosa carretera que, desde 1910, promete una recompensa al final del camino: el hotel Palacio de Buçaco. La gran dama de la arquitectura portuguesa se erige entre la vegetación del parque nacional homónimo, en la localidad de Luso. Aquí y ahora, recién amanecida como nosotros, esta maravilla de estilo neo-manuelino rodeada de jardines versallescos materializa la fantasía del escenógrafo Luigi Manini en 1888. Si contemplas más de un minuto su fachada, la imaginación vuela a los fastuosos castillos de hadas de nuestra infancia. Con un incontestable aire aristocrático, las 64 habitaciones han sido testigo de sueños –o de retorcidas fantasías– de un sinfín de reyes, políticos y artistas naturales del país vecino. Ahora bien, si hay que quedarse con una instantánea de este palacio inspirado en el Monasterio de los Jerónimos de Belém, en Lisboa, elegiríamos sin duda uno de los interiores: el lobby. Un portentoso recibidor decorado con gran esmero por un acérrimo defensor del romanticismo y cuyo mobiliario y paredes de azulejos confirman una vez más nuestra fascinación por la estética portuguesa. Si hacemos el esfuerzo de despojarnos de distracciones hermosas, la escalinata central bañada de luz natural es un espectáculo por sí solo y el perfecto photocall para los huéspedes afines a las redes sociales. Capítulo aparte merece el restaurante, decorado con frescos del artista João Vaz que ilustran pasajes marítimos del clásico Os Lusíadas de Camões y con un suelo de maderas exóticas. Para los más mundanos y exquisitos, hay dos razones que merecen sentarse en una de sus mesas señoriales: una refinada oferta de delicias locales y la carta de vinos. Los suyos. En los corrillos sibaritas, la bodega de Buçaco es, además de valiosísima, aplaudida por enólogos que suspiran con brancos añejos de la D.O. Bairrada. Elaborados en los terrenos del gran hotel, los vinos envejecen en madera de roble portugués y no salen jamás de palacio. Se degustan in situ. De ahí su carismática particularidad: “¿Que dónde se distribuyen? Aquí mismo”. Anestesiados por la soberbia de su
bouquet, resulta difícil olvidar un Buçaco Branco de 1995. Para darse el capricho sideral y si las restricciones de la bodega lo permiten, puedes probar el Buçaco Branco 1850 por unos 800€.