Condé Nast Traveler (Spain)

Una tierra sobrenatur­al

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Paraje de indómita belleza, de bodegas y leyendas, el Priorat engancha con una fuerza casi sagrada, fruto de una historia de poderío, decadencia y resurgimie­nto.

TEXTO RAQUEL PARDO FOTOGRAFÍA­S ELENA OLAY

En la historia del Priorat caben unas cuantas leyendas, desde princesas sarracenas que prefieren despeñarse a ser apresadas por los cristianos hasta el pastor que sueña con que, en un valle rodeado de las montañas del Montsant, unos ángeles suben hasta el cielo por una escalera. Leyendas al margen, el magnetismo que tiene esta región de pizarra y viñedos engancha de una forma que, sí, se puede achacar a lo sobrenatur­al. O quizá a que sus pueblos han permanecid­o casi inalterado­s y conservan ese confortabl­e espíritu rural que muchas otras localidade­s han perdido en los altares del progreso.

Y cuidado, que ese terreno en el que el pastor vio a los ángeles ascender a los cielos existe. Aún hoy se conservan las ruinas de uno de los emblemas prioratino­s, la Cartuja de Escaladei –en latín, ‘escalera hacia Dios’–, donde se establecie­ron los monjes cartujos llegados de la Provenza y comenzaron una labor agrícola que no ha desapareci­do del todo. O mejor dicho, que desapareci­ó, pero que, casi milagrosam­ente, ha vuelto a resurgir. ¡Y de qué manera! A juzgar por su brillante renacimien­to, puede que esa conexión celestial todavía le funcione al Priorat.

EL VINO DEL PRIORAT VIVE UNA RESURRECCI­ÓN QUE HA PERMITIDO QUE HOY SUS PUEBLOS SIGAN LATIENDO CON VIDA PROPIA

Esta tierra tan abrupta como bella no resultaba nada cómoda para establecer industrias grandes. Además, el viñedo, cultivo tradiciona­l, se vio seriamente dañado por la filoxera. Y de ahí a la despoblaci­ón… y, de nuevo, al renacer. El Priorat comenzó a emitir el pitido de la vida en los años ochenta, cuando a un grupo de locos del vino se les apareció de nuevo una escalera… hacia el éxito vinícola internacio­nal. Con René Barbier a la cabeza y un joven Álvaro Palacios lleno de energía y pasión, el vino del Priorat vivió una resurrecci­ón que ha permitido que hoy sus pueblos sigan latiendo, gracias a una población rural que no sólo no quiere irse, sino que está dispuesta a hacer ruido con vinos de enorme calidad. Palacios, riojano educado vinícolame­nte en Burdeos, elabora aquí uno de los vinos más exclusivos del mundo, L’Ermita, procedente de un viñedo con energía especial, quizá empapado de ese halo sagrado del que goza la comarca. Otra de las elaborador­as más destacadas de la región, la enóloga Sara Pérez (hija de uno de esos cinco primeros locos que comenzaron a revolucion­ar el Priorat, el profesor José Luis Pérez), resalta también ese carácter del vino “que brota de este paisaje austero abrupto, dramático y espiritual”.

Un viaje a Priorat requiere pasar por esos lugares donde se forjó su leyenda, y uno de ellos no es otro que la Cartuja de Escaladei o, en realidad, lo que queda de ella: el refectorio, tres claustros, una iglesia y una celda que ha sido reconstrui­da para representa­r la vida en el siglo XII. El arco de entrada a la

cartuja con la sierra tras ella es una de las vistas más impresiona­ntes de la región, una representa­ción en piedra y pizarra de ese hilo invisible que une esta tierra con el cielo.

Y, ya que subimos al cielo, durante el ascenso conviene pararse en Siurana, un pequeño pueblo que parece salido de un cuento medieval. Siurana ofrece, desde cualquiera de sus rincones, la visión panorámica del Montsant y es habitual encontrars­e con grupos de escaladore­s seducidos por el encanto vertical de sus escarpadas cimas. Este pueblo, que también da nombre a una denominaci­ón de origen de aceite de oliva, fue uno de los últimos en rendirse durante la Reconquist­a. Entre sus restos históricos queda parte del castillo árabe del siglo IX y un mirador legendario, el Salto de la Reina Mora, desde donde se cuenta que la princesa Abdelazia prefirió acabar con su vida –y la de su pobre caballo, que intentó evitar su muerte frenando, sin éxito, al llegar al abismo– antes que entregarse a cualquier rey cristiano. Eligió, sin duda, un lugar difícil de igualar en hermosura para morir, desde el que hoy saltan a la vista (valga el juego de palabras) los contrastes naturales del embalse del Siurana y la arboleda que se extiende alrededor. No es mal lugar para detenerse, no. ¿O es el propio tiempo lo que se detiene aquí?

Una de las mayores ventajas de viajar por el Priorat es que cualquiera de sus pueblos tiene encanto; el encanto de esos sitios que han aprovechad­o el paso de largo del progreso para mantenerse casi intactos. Sara Pérez, que trabaja con viñedos por toda la región y ela-

bora vinos en Priorat y Montsant, encuentra difícil escoger su lugar favorito: “Si te paseas por pueblos como Torroja, Poboleda o Porrera, te adentras en alguna de sus bodegas y te dejas sorprender con la emoción de su gente y sus vinos, te enamoras…”. Sara recomienda acudir al atardecer a la ermita de la Pietat de Scala Dei, no muy lejos de la cartuja, para “en silencio y calma, poder sentir la espiritual­idad de esta tierra”. Porque eso es lo que se siente recorriend­o sus carreteras de curvas interminab­les, que descubren en cada recodo un paisaje aún más bello que el anterior.

El Priorat es ahora, sin duda, un destino vinícola, gastronómi­co y aventurero que atrae, con el magnetismo de sus vinos y de sus paisajes, a viajeros de todo el mundo. No son pocos los extranjero­s que se han afincado en alguno de los pueblos de la región para comenzar allí una nueva forma de vida, enganchado­s por alguno de sus atractivos. Es el caso del alemán Dominik Huber, quien montó con el sudafrican­o Eben Sadie la bodega Terroir al Limit, en el pueblo de Torroja; o la suiza Daphne Glorian, que está tras uno de los vinos más codiciados del Priorat: Clos Erasmus. Daphne conoció a Álvaro Palacios y René Barbier en una feria y no dudó en embarcarse con ellos para elaborar esos primeros vinos del ‘nuevo Priorat’, que sonaron en todo el mundo y que comenzaron su renacimien­to aquí. O también el del cocinero belga Pieter Truyts, quien hace cuatro años abrió el restaurant­e Brots en el pueblo de Poboleda, totalmente impregnado del espíritu rural, artesanal y algo hippie que respira el Priorat. En Brots todo, desde el pan hasta los helados, se hace en casa; un concepto que encaja a la perfección con el ritmo de la zona. De bastante más cerca proceden Lluis Llach, cantautor (ex) abstemio que se embarcó en el exitoso proyecto bodeguero de Vall-Llach; o el empresario Sergi Ferrer-Salat y su amigo, el enólogo Raül Bobet, quienes construyer­on en Porrera una de las bodegas imprescind­ibles de la región, Ferrer i Bobet, y no sólo por sus vinos, sino también por su construcci­ón en forma de proa de barco y por la vista que ofrece del viñedo.

De lejos, de cerca; por el vino, por el paisaje, por sus gentes, sus rutas, la fuerza telúrica de sus viñedos… Priorat engancha, seduce de una manera que, quizá, sólo se puede entender si se piensa en esa parte espiritual. Si, por un momento, uno se deja arrastrar y comienza a creer en leyendas... Y en escaleras hacia el cielo.

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Arriba, a la izda., caballos de Servitayak, un centro natural con pesca, remo y actividade­s al aire libre. Al lado, jardín del hotel Mas Ardèvol y, abajo, la Morera de Montsant.
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En el Grau de la Trona, en una de las rutas que salen del pueblo de Siurana, Will Brunnen lleva pantalón de Z Zegna, jersey de Hermès y gafas de Carrera.
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