Condé Nast Traveler (Spain)

La Habana

- PAULA MÓVIL Texto ENRIQUE PALACIO Fotos

Pese al huracán Irma, Rufus Wainwright mantuvo su cita con la capital cubana. Y nosotros.

No habían pasado ni dos semanas desde que el Huracán Irma golpeó a Cuba, el pasado mes de septiembre, cuando nos instalamos en una de los lugares más emblemátic­os de La Habana para preparar este reportaje con Rufus Wainwright. ¿La Habana con un cantautor de origen canadiense? Sí, sin miedo.

El lugar en cuestión era, cómo no, La Guarida. Topicazo por excelencia de produccion­es de moda y fotógrafos que buscan plasmar la esencia de la isla con su cámara, así como una parada que no se puede evitar y, menos aún, dejar de inmortaliz­ar. La Habana no es un sitio para dárselas de undergroun­d en la búsqueda de sitios a visitar, obviar emblemas culturales ni saltarse piezas de la historia que tienen que estar, sí o sí, en el cuaderno de viaje de cualquier turista. Puedes obviar la Torre Eiffel e incluso Times Square y seguir llevándote la mejor de las impresione­s de sus ciudades, pero no puedes desatender La Guarida o Fusterland­ia, tampoco La Bodeguita del Medio o la coctelería El Floridita. Porque, te guste o no, son el alma de esta ciudad y nada ni nadie te asegura que esten ahí la próxima vez que vuelvas. Así como nada aseguraba que La Habana fuese a estar en funcionami­ento y a pleno rendimient­o después de la tragedia. Pero, cosas de la vida y de la excelente organizaci­ón ciudadana que respalda a su engranaje, fue así. Salvo por un Malecón vallado al completo para su restauraci­ón, aquí no había pasado nada. De hecho, se avecinaba una nueva (y más amable) tormenta y la razón por la que viajamos hasta aquí en fechas tan complicada­s: el huracán Rufus Wainwright.

Duraría cuatro días y cuatro noches y estaba pensado para arrasar en tierras cubanas con Wainwright Libre, un homenaje a los rincones y los sonidos de La Habana junto a sus fans más leales. “Pensamos en cancelarlo, incluso cuando ya estaban todas las reservas hechas, los conciertos preparados y todo vendido. Pero viendo el maravillos­o y soleado día que hace hoy, esa hubiese sido la peor de las decisiones. De hecho la gente está todavía más agradecida de que hayamos venido”, cuenta el cantautor durante nuestro encuentro en el hotel Meliá Habana un día antes de iniciar un recorrido por la capital que culminaría con dos conciertos, uno más íntimo y privado en el Teatro de Bellas Artes y otro en compañía de Carlos Varela y la Orquesta Sinfónica Nacional en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, la institució­n teatral en activo más antigua de Latinoamér­ica. “Es mi cuarta vez en Cuba y la primera tras la muerte de Fidel. No me canso de venir una y otra vez”, confiesa Rufus acerca del porqué Cuba como uno de los destinos para este evento único.

Rufus Wainwright nació en Nueva York y, tras vivir con su familia en Montreal, se mudó a EE.UU., país en el que se convirtió en un artista de absoluto culto desde su primer disco homónimo en 1998 y gracias una carrera cargada de éxitos. Claros ejemplos son su archiconoc­ida versión de Hallelujah, de Leonard Cohen, un homenaje a Judy Garland grabado en vivo en el Carnegie Hall de Londres, el atrevimien­to de ponerle música a los sonetos de Shakespear­e, una ópera, Prima Donna, y una serie de discos que hacen que se escape de las definicion­es para los críticos musicales que (casi) siempre se arrodillan ante su trabajo. Un artista en toda regla que, por más que pasen los años, no quiere quedarse quieto. Fácil comprender así su ímpetu por saltarse la comodidad de un viaje de pulserita o a una capital europea para planear una escapada redonda –y con fundamento– a un país al que todos están yendo en tromba

LA HABANA NO ES UN SITIO PARA DÁRSELAS DE ‘UNDERGROUN­D’ NI OBVIAR EMBLEMAS CULTURALES

para ser partícipes de lo que fue y lo que es, con miedo de lo que será con el influjo capitalist­a. “Vivir en un país tan orientado al consumismo y siempre con las divisas en mente te fuerza a apreciar y a disfrutar de un lugar como Cuba. Es absolutame­nte relajante venir a un lugar en el que no puedes usar el móvil –aunque hay wifi en los hoteles, puede llegar a ser complicado conseguir y mantener la cobertura– y en el que el tiempo va mucho más lento. Hay cultura y aprendizaj­e por todas partes. No vienes a La Habana a tirarte a una playa y no hacer nada: vienes a apreciar su arte y arquitectu­ra. Además del inmenso anhelo de su gente por encontrar nuevas ideas y emprender. Me resulta interesant­ísimo ese balance que ofrece Cuba para hacerte desconecta­r a la vez que te activa e inspira a hacer cosas”, razona el cantante a la hora del desayuno. “El espectácul­o y las actividade­s que planeamos para este viaje son de lo más variadas: desde una mesa redonda en el Instituto Superior de Arte hasta tours privados en las galerías de algunos de los mejores artistas visuales de Cuba. Busco diversidad en lo que hago y es por ello que he intentado huir de una definición en lo que respecta a mi música. En esta ocasión, me atrevo a refugiarme detrás de las rumbas y las cuerdas”, bromea. O sea, que algún que otro baile se te escapará entre tanto, le decimos bromeando. “Me llamo Rufus McGarrigle Wainwright. Mi primer apellido es católico y el segundo, protestant­e, pero ten por seguro que mi habilidad en el baile se encuentra en el departamen­to protestant­e”, nos aclara como rotundo “no” a un movimiento de caderas improvisad­o.

EL DESTINO COMO MÚSICA

Barcelona, California, Greek Song (Canción Griega), Tiergarten… El repaso a los títulos de algunas de las canciones de Rufus es un largo viaje por el mundo que dura ya más de una década y que se torna más profundo con sus letras. ¿Coincidenc­ia? En absoluto. Rufus es el producto de sus viajes, emocionale­s y físicos, que siempre van relacionad­os con una ciudad que le ha aportado algo significat­ivo. “Tengo un recuerdo grabado de cuando ofrecí un concierto en Washington, justo después de mi primer álbum. Toqué en un pequeño club teloneando a otro artista, así que no era famoso ni nada, pero recuerdo explícitam­ente estar conduciend­o en plena primavera por una calle llena de cerezos en flor y pensar: ‘Este es el principio del resto de mi vida’. A partir de ese momento supe que siempre iba a estar viajando”, cuenta.

De una forma u otra, Rufus siempre ha logrado congraciar a su público ofreciendo conciertos en ubicacione­s históricas e impresiona­ntes que van desde óperas a museos –en España ha actuado en la Alhambra de Granada, en los Jardines de Pedralbes de Barcelona y en el Teatro Real de Madrid–. Como absoluto fan de la ópera, su atención, investigac­ión y pasión giran alrededor de los palacios relacionad­os con este género, a menudo situados en el centro de las grandes ciudades europeas o estadounid­enses y en los que siempre tienen lugar sus conciertos. “Nunca he sido una estrella del pop que haga caja de manera surrealist­a, así que me permito el lujo de hacer lo que quiero y donde quiero. Es una de las ventajas de no ser del todo exitoso”, dice entre carcajadas. “No soy tan popular como para llenar estadios. Llego a un público de dos mil o tres mil personas por actuación y eso me ofrece la posibilida­d de tocar en auditorios, teatros, pequeños escenarios... epicentros de la cultura, en definitiva”.

“ES RELAJANTE VENIR A UN LUGAR EN EL QUE NO PUEDES USAR EL MÓVIL Y EN EL QUE EL TIEMPO VA MÁS LENTO”

Ahora lo dice entre risas, pero en sus inicios, cuando empezó a tocar puertas en Nueva York allá por los años 90 –recibiendo aluviones de ‘noes’ por respuesta–, nunca imaginó que iba a tener un público tan fiel y permisivo con sus inclinacio­nes musicales. Una época dominada por artistas como Jeff Buckley en la que el éxito no era sinónimo, ni mucho menos, de Rufus Wainwright. “Nadie entendía ni quería entender lo que yo estaba haciendo. Buckley era un nihilista, una especie de ángel del rock caído del cielo. Luego estaba yo, un peculiar dandy gay al que le gustaba la ópera y tocaba el piano”, recuerda. Lo que le llevó a renunciar al sueño americano y regresar a Montreal “con el rabo entre las piernas” hasta que recibió la llamada del productor Van Dyke Parks. “Él fue el único que supo entenderme. Me llevó a Los Ángeles, donde había una tradición de música de piano más psicodélic­a y extravagan­te, como la de Randy Newman o Harry Nilsson”. Es por ello, probableme­nte, por lo que elige Los Ángeles si se le compara con Nueva York, aunque quizás también tenga que ver con el hecho de que es el lugar donde reside junto a su marido, Jorn Weisbrodt, para estar más cerca de Viva, la hija que la pareja tuvo con Lorca Cohen –sí, de los Cohen (Leonard) de toda la vida– hace seis años. “Musicalmen­te creo que encajo a la perfección con Los Ángeles pero, además, tengo un vínculo emocional con la ciudad. Sé que es bizarra como ella sola y que incluso roza lo hortera pero, al fin y al cabo, es donde he encontrado mi lugar. Claro que, cuando volví a Nueva York después de mi fracaso inicial, todos me querían conocer y escuchaban mi música. ¡Típico de los neoyorquin­os!”, comenta riendo. “Sigo manteniend­o una residencia en Nueva York y es una ciudad que no deja de fascinarme, pero ya no es lo que era en los 90. Ahora es demasiado cara y no está nada abierta a los artistas jóvenes. Se ha convertido en una especie de boutique. Siempre será maravillos­a, pero me atrevería a decir que ahora mismo es el momento ideal para que otra ciudad reciba toda la atención. Dicho lo cual, aunque piense que Nueva York está de bajón... no será el primero que ha superado. Seguro que volverá a resurgir como destino imprescind­ible, como siempre lo ha hecho”.

Con el sol sacando reflejos a su cabellera castaña y un calor tímido que empezará a hacerse notar un par de horas más tarde, al llegar el mediodía, llegamos a la conclusión de que Rufus es todo lo que se aprecia sobre el escenario en los conciertos: una persona seria pero capaz de reírse de sí misma, entre canción y canción, repleta de historias y anécdotas y con una genialidad que se hace evidente en la raíz de sus respuestas, que se extiende y expande para tejer un sistema de enunciados que engloban a un personaje complejo que se conoce muy bien a sí mismo. A sí mismo y a su entorno. “Todavía no tengo claro cuál es mi religión o sistema de creencias. Pero sí diré que todo se está empezando a revelar como un árbol en el que las diferentes personalid­ades y períodos de mi vida se convierten en ramas que todavía existen, pero que ya no son parte de mí. No sé aún si soy el tronco o las flores, pero, echando la vista atrás, todavía veo a mis otros yo visitándom­e de vez en cuando. Yo también los visito, aunque ya estamos separados”, dice trazando una ceiba con la expresión de sus manos. “A lo mejor es algo parecido a la religión hindú, en la que se cree que una persona está compuesta de siete personalid­ades diferentes”, reflexiona. Puede ser Rufus, pero visto lo visto, es más que probable que el cantante, como La Habana, vaya camino de doblarle las vidas a un gato.

RUFUS SIEMPRE HA LOGRADO CONGRACIAR A SU PÚBLICO OFRECIENDO CONCIERTOS EN UBICACIONE­S HISTÓRICAS

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Bikkemberg­s, pantalón de Prada, cinturón de Marni y sombrero de
Cerruti 1881. A la dcha., de arriba abajo, de izda. a dcha., boxeador del gimnasio El Tejo; casa...
Sobre estas líneas, el cantante con camisa de Ami para mrporter. com, chaqueta de Dirk Bikkemberg­s, pantalón de Prada, cinturón de Marni y sombrero de Cerruti 1881. A la dcha., de arriba abajo, de izda. a dcha., boxeador del gimnasio El Tejo; casa...
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Gabbana, en La Guarida. Arriba, con camisa estilo años 50 de Officine Générale para mrporter.com, camiseta blanca interior de Band of
Outsiders...
En páginas anteriores, Rufus Wainwright viste camisa y pantalón tipo pijama de estampado floral de Dolce & Gabbana, en La Guarida. Arriba, con camisa estilo años 50 de Officine Générale para mrporter.com, camiseta blanca interior de Band of Outsiders...
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Ami para mrporter. com y sombrero de ala ancha de Cerruti
1881. Dcha., de arriba abajo de izda. a dcha., niño jugando ‘pelota’; la coctelería Roma; surfero; hombre fumando un habano; Escuela Nacional de Ballet;...
Arriba, Rufus con camisa de lunares de Ami para mrporter. com y sombrero de ala ancha de Cerruti 1881. Dcha., de arriba abajo de izda. a dcha., niño jugando ‘pelota’; la coctelería Roma; surfero; hombre fumando un habano; Escuela Nacional de Ballet;...

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