Condé Nast Traveler (Spain)

Tivoli Palácio de Seteais

- José Cardoso MARÍA CRESPO

“Era un niño cuando comencé a trabajar, con sólo 16 años, en el Tivoli Palácio de Seteais. Por aquel entonces no pensaba en mi carrera ni en lo que quería hacer con mi vida”, recuerda José Cardoso, nacido en Almaceda, municipio de Castelo Branco, en la región Centro de Portugal. “Soy del mismo pueblo que uno de los fundadores del hotel: José Francisco Cardoso, que era amigo cercano de mi abuelo. Siempre escuché hablar mucho de él. Ganó la lotería –cuarenta mil escudos, una fortuna en la época– y decidió abrir la pensión Tivoli, en Lisboa, con un socio, Joa- quim Machaz, y más tarde el Tivoli Palácio de Seteais”. El 1 mayo de 1972 Cardoso comenzó su aventura y se mudó a la zona de trabajador­es solteros, la parte del hotel que ahora se conoce como Ala Nova. “Éramos como una familia, una familia feliz. Muchos trabajador­es eran de mi pueblo, amigos y, algunos de ellos, incluso familia de sangre”, evoca mientras reconoce que él es “el último de esa época que aún trabaja en el hotel”.

Una luz cálida, naranja e intensa atraviesa unas cortinas que parecen infinitas. ¿Qué hubiese pensado (y pintado) Vermeer de estas ventanas? Aquí la armonía del jardín, donde se imparten cursos de cocina con las hierbas que cultivan, contrasta con el lado más salvaje de la sierra de Sintra. “De las 30 habitacion­es, me gustan especialme­nte la número 5 y la 26. Tienen unas vistas increíbles: podemos ver el mar a un lado y el valle, con el Palácio da Pena y el Castelo dos Mou- ros, el castillo de los Moros, en el otro lado. Ambas tienen balcón y ofrecen la armonía perfecta con el entorno que nos rodea y que refleja la personalid­ad de nuestro hotel. También me encantan los frescos de Salão Nobre. El techo es mágico y las aves nos siguen con su mirada… ¡es algo sorprenden­te!”

En este palacio del siglo XVIII habita la ternura, se brinda con vino de Colares y todo parece posible por un rato. No hay servidumbr­e ni impostura. La gente conversa y se mira la cara. José saluda, atiende y cuida a cada huésped durante las comidas y cenas, muchos de ellos políticos y artistas internacio­nales. Le cuesta nombrar a alguno porque muchos todavía vuelven, pero recuerda a François Mitterrand, Felipe González o al expresiden­te brasileño Fernando Henrique Cardoso. “¿Sabías que desde el hotel se puede ver la isla Berlenga algunos días del año? La leyenda dice que cuando la vemos, al día siguiente será un día lluvioso o de niebla”. Habrá que volver, saludar a José y comprobarl­o (minorhotel­s.com).

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Arriba, José Cardoso en el jardín. A la izda., el Salão Nobre, con sus frescos pintados.

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