De etiqueta (tropical)
La guayabera es capaz por sí sola de definir el buen vestir de un hombre. Y de dotarlo de elegancia incluso cuando suda la gota gorda. Diseñadas para confeccionarse en lino, algodón o poliéster con un largo considerable –tanto en manga corta como larga– y pensadas para aguantar el tipo frente a altas temperaturas presionadas por intensa humedad, eran –si acaso no lo siguen siendo– el único objeto que un caballero necesitaba en su maleta cuando se embarcaba rumbo al Caribe. Uniforme de políticos en sus visitas a La Habana desde que fuera nombrada la vestimenta oficial de los actos formales y diplomáticos en Cuba, sorprendentemente es también la combinación perfecta junto a un bañador; mejor aún si es con alpargatas y un maletín en mano –¿para ir a la piscina?– como demostró el actor Gary Cooper durante unas vacaciones en Acapulco, México, en 1953. La clásica guayabera requiere un conjunto de 27 botones, cuatro bolsillos, dos pliegues en el frente y tres en la espalda, aunque se permiten libertades textiles para acoplarlas al gusto del cliente.
Hubo una época en la que jubilados y maestros del ajedrez la popularizaron entre la tercera edad, pero hoy más que nunca ha vuelto por su facilidad a la hora de transpirar (que no planchar, ay) y lo bien que luce en la calle. Es más, si alguien te hace un barrido de arriba abajo cuando la lleves, no te agobies: ni estás fuera de lugar ni anticuado, es sólo la envidia que precede a la pregunta: ¿Dónde te la has comprado?