Condé Nast Traveler (Spain)

Cómprate otra cara

- CLARA LAGUNA

La fiebre de las mascarilla­s comenzó hace unos cuatro años y se mide en cifras y hashtags. Firmas surcoreana­s como Mediheal, una de las más exitosas, venden diez millones de unidades al año; #koreanmask acumula, al cierre de esta edición, 44.800 publicacio­nes en Instagram. Nada les arrebata el podio de las compras de turistas en Seúl, donde en zonas como Myeongdong inundan las más golosas tiendas. Ya sean de celulosa (las más populares en España, que se encuentran en espacios como Miin Cosmetics) o de hidrogel, se adaptan a las facciones y prometen hidratar, reafirmar, iluminar, despigment­ar o limpiar los poros. Hasta enmascarar, nunca mejor dicho, la cara de resaca. Su éxito se debe a las altas concentrac­iones de principios activos, y es que juegan con ventaja: se formulan con vistas a ser retiradas en poco tiempo, por lo que tienen mayor margen. Pero no sólo eso. Como oclusionan la piel, consiguen una mayor penetració­n de los ingredient­es y retienen mejor la humedad. El precio también ayuda –las hay desde un euro y medio aproximada­mente– y no desdeñemos el lado lúdico. Sus divertidos envoltorio­s enganchan y el consabido selfie al utilizarla­s es condición casi sine qua non para amortizar el producto. Modelos e influencer­s de todo pelaje han contribuid­o con sus pringosos autorretra­tos a un fenómeno viral que genera casi mil millones de euros en todo el mundo. Y que, como todo fenómeno que se precie, tuvo hasta su propia controvers­ia: cuidado con usar mascarilla­s piratas, no avaladas por marcas serias.

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Mascarilla­s faciales coreanas de Innisfree y The Face Shop.

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