Condé Nast Traveler (Spain)

En busca de los limones amargos

No resulta fácil llegar a la República Turca del norte de Chipre, sólo reconocida por Turquía. Pero, ávidos de caminos fuera del mapa, fuimos tras los pasos de Lawrence Durrell.

- TEXTO Gervasio Posadas

Muchas veces, cuando nos planteamos unas nuevas vacaciones, dudamos entre el destino con un toque exótico, pero con toda la previsibil­idad y comodidade­s del mundo occidental, y esos viajes que nos sacan de nuestra zona de confort y nos llevan a sitios donde todavía pueden sucedernos pequeñas aventuras imprevista­s. Lo difícil es encontrar estos dos destinos en uno solo, aunque estén separados por un muro. Me refiero, cómo no, a Chipre. Situada en el extremo más oriental del Mediterrán­eo, desde la invasión del norte en 1974 por parte del ejército turco, la tercera isla más grande del mediterrán­eo está dividida entre la República de Chipre, pertenecie­nte a la Unión Europea y a los principale­s organismos europeos, y la República Turca del norte de Chipre, sólo reconocida por un país: Turquía. El sur es un destino perfecto para las vacaciones familiares y los golfistas. Con una excelente temperatur­a todo el año, ofrece a los turistas (principalm­ente ingleses y rusos) playas, restos arqueológi­cos y los monasterio­s ortodoxos. ¿Y el norte? Aún hoy, diez años después de que se abriera la frontera entre las dos partes, cerrada durante más de tres décadas, sigue siendo una incógnita. Y los misterios siempre atraen, por lo menos a quien esto escribe.

El primer problema que se plantea es cómo llegar hasta allí. Al tratarse de un territorio de soberanía no reconocida, no hay vuelos directos al norte de Chipre desde ningún sitio que no sea Turquía. Así, lo más sencillo es volar directamen­te desde España a Lárnaca, en la zona europea. Sencillo relativame­nte, porque cuando intentamos alquilar un coche para dirigirnos al norte, desaparece­n las sonrisas y las caras se tornan largas: “No alquilamos coches para ‘el otro lado’”, nos dicen, para asegurar a continuaci­ón: “¿Y para qué quiere ir? Allí no hay nada que ver”.

Las cicatrices del conflicto entre las dos comunidade­s continúan frescas y, en el mejor de los casos, si pasamos con un coche del sur al norte lo hacemos bajo nuestra propia responsabi­lidad, así que decidimos ir hasta Nicosia, atravesar la frontera a pie y alquilar uno directamen­te en la parte turca.

La experienci­a de cruzar a pie el check point del único muro que aún divide una capital europea es un auténtico viaje en el espacio y en el tiempo. De los H&M y Zaras de Ledra Street, la principal arteria comercial del distrito chipriota, pasamos a la línea verde, la estrecha franja de edificios abandonado­s desde 1974 y controlada por los cascos azules de la ONU, y, sólo unos metros más allá, aterrizamo­s directamen­te en medio de un zoco turco. La parte ocupada de Nicosia es, desde el punto de vista turístico, la más interesant­e. La principal parte de la muralla veneciana que rodea la ciudad está aquí, como la puerta de Kyrenia. También uno de los símbolos de la ciudad, el Büyük Han, un caravansar del siglo XVI con una diminuta mezquita en su centro. Un poco más allá se encuentra la mezquita de Selimiye, la antigua catedral

CRUZAR A PIE LA FRONTERA DEL MURO QUE DIVIDE NICOSIA ES UN VIAJE EN EL ESPACIO Y EL TIEMPO

 ??  ?? Un rebaño de ovejas cruza la carretera. En la pág. anterior, el escritor Lawrence Durrell, que vivió en el norte de Chipre entre 1953 y 1956. Allí escribió Limones amargos.
Un rebaño de ovejas cruza la carretera. En la pág. anterior, el escritor Lawrence Durrell, que vivió en el norte de Chipre entre 1953 y 1956. Allí escribió Limones amargos.

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