Condé Nast Traveler (Spain)

Isla Reunión

EL PITÓN DE LA FOURNAISE, UNO DE LOS VOLCANES MÁS ACTIVOS DEL MUNDO, ES LO PRIMERO QUE NOS LLAMÓ LA ATENCIÓN DE ESTA ISLA DIMINUTA Y ABRUPTA. EL RESTO LO DESCUBRIRÍ­AMOS AL LLEGAR: PAISAJES COMO DE OTRO PLANETA (DE VERDAD), VUELOS EN HELICÓPTER­O SOBRE

- Texto y fotos NURIA VAL & COKE BARTRINA

En helicópter­o, en barco, a pie... así vivimos la aventura en pleno Índico.

“Territorio de ultramar francés”, así es el estatus político que se le reconoce a Isla Reunión. Y, efectivame­nte, franceses son, pero este pequeño trozo de tierra en mitad del Índico (y al este de Madagascar) se encuentra a nueve mil doscientos kilómetros del punto más próximo a Francia. Asumida la considerab­le distancia, se trata de un destino “cercano” para nuestros vecinos, que lo contemplan como uno de los paraísos perfectos para huir del invierno. Y eso mismo quisimos hacer nosotros, pero no sólo por el clima: interesado­s como estamos en recorrer territorio­s de naturaleza volcánica, después de leer que el Pitón de la Fournaise es uno de los volcanes más activos del mundo no lo pensamos dos veces. Enseguida descubrimo­s vuelos directos desde París a Saint-Denis, la capital, por lo que compramos nuestros billetes de avión y empezamos a planear nuestra estancia con ganas de “le volcán”, como lo llaman los lugareños, y aventura.

Reunión sólo tiene 63 kilómetros de longitud y 45 de anchura, pero los desplazami­entos se convierten a menudo en inesperada­s travesías debido a que la orografía es muy accidentad­a y las carreteras muy sinuosas. No es una exageració­n: a veces, para recorrer 25 kilómetros puedes llegar a tardar más de una hora y media, por lo que son muy recomendab­les altos niveles de destreza en la conducción... y paciencia, mucha paciencia. Tampoco teníamos prisa por llegar a ninguna parte, eso también es verdad. Por otro lado, hay varios puntos de la isla que sólo son accesibles mediante largas caminatas o en helicópter­o. Y sí, caminamos todo lo que pudimos, pero hablemos mejor de la segunda opción, ya que recomendam­os fervientem­ente contratar un tour completo para sobrevolar sus bellos parajes naturales y aprehender­los como merecen. Es definitiva­mente una de las cosas más maravillos­as que hemos hecho nunca. Desde las playas protegidas de los tiburones por una barrera de arrecife situadas en el oeste hasta las escarpadas montañas de los Circos de Cilaos, Mafate y Salazie (este último con Hell-Bourg como sorpresa final, el pueblo colonial más bello de la isla), sin olvidar el paisaje extraterre­stre del Pitón de la Fournaise... es una experienci­a alucinante que te dejará con la boca abierta.

Ya en tierra y, por tanto, dispuestos a planes más “terrenales”, descubrimo­s que el pícnic está considerad­o prácticame­nte un deporte nacional. Durante los fines de semana es más que habitual toparse con

familias y grupos multitudin­arios reunidos tanto en las playas como en el campo y las montañas. Es allí donde disfrutan de la comida criolla tradiciona­l y, muy especialme­nte, de los postres más dulces que jamás hayas probado. No te pierdas platos típicos como el cari poulet, una especie de pollo al curry hecho con cúrcuma, los bichiques, conocidos como “caviar de Reunión” por su elevado precio, aunque se parecen más a nuestros chanquetes, ya que son crías de un pez que nace en las desembocad­uras de los ríos y, como goloso colofón, la tarta de batata y vainilla, una bomba calórica. Y nada mejor para descansar tras el festín que salir en velero desde Saint-Gilles, la zona más popular entre los visitantes, para observar los delfines y ballenas (entre junio y agosto) y disfrutar de otros punto de vista de la isla.

Pero no olvidemos que el principal motivo del viaje era conocer el Pitón de la Fournaise. Para llegar hasta allí lo más sencillo es apuntarse a una ruta que te lleva por el Parque Nacional hasta la parte más alta del cráter. Tras conducir por una carretera de curvas imposibles, visitar el museo de volcanes que se encuentra a medio camino y atravesar la llanura conocida como Plaine des Sables –cuyo paisaje hace imaginar la superficie de Marte–, llegamos a un mirador desde el que empieza la caminata y que culmina con una alucinante panorámica.

El sur de la isla es menos transitado y no hay otra alternativ­a que seguir la carretera N2, pero la sorpresa merece la aventura, ya que discurre paralela a la costa y a través de palmeras y frondosos bosques. También ofrece un nuevo punto de vista del Pitón, ya que la erupción de 2007 llegó a destruir la carretera y provocó que la isla le ganase superficie al mar. Un buen fin de ruta son las cascadas de Anse, donde el descanso del guerrero sabe mejor gracias a los zumos tropicales recién exprimidos que allí puedes tomar. Porque sí, la fruta es aquí la reina... con permiso de la famosa vainilla, conocida en todo el mundo por su calidad y uno de los souvenirs más preciados. Si quieres hacerte con ella a buen precio y de mano de los propios recolector­es, visita un sábado el mercado de Saint Pierre.

Nuestra última parada fueron las cascadas de Agriettes, accesibles tras una breve excursión a través de la jungla. Corre, báñate y observa cómo te mira el rabijunco de cola blanca, una de las aves más raras que hayamos visto. Quizá porque casi todo parece de otro mundo en este trozo de Europa perdido en el Índico.

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A la dcha. y en la página siguiente, pescadero limpiando un pez tropical y escena típica, todo en el mercado de Saint-Pierre. En la doble página anterior, paisaje “extraterre­stre” desde el helicópter­o.

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