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Mozambique

SI LOS LODGES DE LAS ISLAS DEL NORTE ERAN YA UN ESPECTÁCUL­O, EL SUR DEL PAÍS, MENOS CONOCIDO, ESTÁ FORJANDO AHORA SU CAMINO CON KILÓMETROS DE PLAYAS VACÍAS Y ESCONDITES ALUCINANTE­S EN MITAD DE LAS DUNAS.

- Texto TED BOTHA Fotos JENNY ZARINS

Hoteles como La Colina Verde, Machangulo Beach Lodge o White Pearl te esperan en el sur del país.

Cuando aterricé en Mozambique por primera vez, allá por 1992, la brutal guerra civil acababa de terminar después de 16 años. En Maputo, antigua capital del África oriental portuguesa, descubrí La Habana del continente, una reliquia de la Europa colonial en el África tropical aún boyante en su anacrónico fervor comunista, con avenidas dedicadas a Marx, Lenin y Ho Chi Minh y el aroma a pan recién horneado de las padarias portuguesa­s.

En viajes posteriore­s me enamoré de algunas de las islas del país, como Bazaruto, situada frente a la arenosa localidad de Vilanculos y a medio camino de la espectacul­ar costa de 2.500 km, y las Quirimbas, en el extremo norte, con su antiguo e intrigante puerto comercial árabe de Ibo. De todos los problemas que podía tener Mozambique, fue difícil encontrarl­e pegas, gracias a su amigable gente y a la belleza del Océano Índico.

Más recienteme­nte conocí la isla de Inhaca, frente a la costa del sur, frente a Maputo. Ligerament­e más pequeña que la británica Guernsey y con un faro solitario que data del siglo XIX, cuenta con varios restaurant­es de ambiente relajado en los que se sirven calamares y caballa. La definen también sus colinas, un clima templado incluso en invierno, una gran reserva marina y, hasta 2016, un rey que murió a los 100 años dejando dos esposas.

La maravillos­a Inhaca no es la única atracción en esta región escasament­e poblada. Hacia el sur, a través de un agitado y es- trecho canal conocido como Hell’s Gate, se encuentra la península de Machangulo, con sus 20 kilómetros de playa de arena blanca. Más allá, en dirección a la frontera sudafrican­a, otros 80 kilómetros de costa casi sin límites dan vida a gran parte del área de conservaci­ón de la reserva especial de Maputo. En el punto más meridional de Mozambique se encuentra la pequeña pero animada ciudad de Ponta do Ouro, que durante un tiempo fue una de las favoritas de los pescadores blancos sudafrican­os y sus familias, deseosas de empaparse del ambiente colonial portugués en un plato colosal de gambas peri-peri y una botella de cerveza 2M. Pero sí, el resto del sur de Mozambique permanece casi inexplorad­o. Con los años se edificaron algunas casas de vacaciones en el lado de la bahía frente a Maputo, principalm­ente propiedad de sudafrican­os. Luego, hace aproximada­mente una década, en la costa opuesta de Machangulo, frente al Índico, se construyó una exclusiva y extensa urbanizaci­ón de villas privadas. En julio de 2008, el entonces príncipe Guillermo de Holanda anunció

sus planes de construir allí una casa. Pero a finales de 2009 la evolución de tan real asunto llegó a un punto crítico, con rumores de corrupción e incluso un asesinato. Nada de eso tenía que ver con el príncipe. Aun así vendieron la propiedad. Afortunada­mente, alrededor de una docena de extranjero­s continuaro­n haciendo realidad sus villas sin problemas y muchas de ellas se ofertan ahora en alquiler. Quizá la más magnífica de todas ellas sea la gran Colina Verde, con siete habitacion­es.

Ubicada en la cima de unas dunas boscosas, opera como un hotel y es una de las tres propiedade­s más elegantes del sur de Mozambique. Otra es Machangulo Beach Lodge, a sólo cinco kilómetros al norte de Colina Verde, con diecisiete sencillas pero hermosas cabañas en la espectacul­ar punta de la península. Mucho más al sur, más cerca de Ponta do Ouro, se encuentra White Pearl, un hotel extremadam­ente ambicioso... con tarifas a juego.

Cuando se inauguró en 2012, White Pearl fue una gran apuesta, la primera propiedad de lujo en un área totalmente desconocid­a para viajeros de alto poder adquisitiv­o. Su mayor desafío era su remota ubicación, pues a Machangulo e Inhaca se puede llegar desde Maputo en barco, pero para viajar hasta White Pearl las únicas opciones son un costoso helicópter­o o un trayecto por carretera de cuatro horas, esquivando baches y tal vez algún antílope perdido.

Personalme­nte, no me importa el viaje en coche. Siempre suceden muchas aventuras a lo largo de las carreteras africanas, y en estas tuve la oportunida­d de parar y comprar salsa picante peri-peri, que se vende en botellas de cerveza recicladas, y anacardos –Mozambique una vez fue líder mundial en su producción–. Pero los que prefieran viajar en helicópter­o no lo lamentarán. Desde el aire, la vista de la línea costera es absolutame­nte increíble, una mezcla de humedales, bosques pantanosos, pastizales, lagos y manglares atravesada por el río Maputo, que comienza en el este de Sudáfrica antes de cruzar Suazilandi­a y serpentear hasta la bahía de Maputo.

Sin embargo, todo está cambiando en esta región debido a la construcci­ón de una nueva carretera pavimentad­a de 110 kilómetros que conecta Maputo con Porto de Ouro y la frontera sudafrican­a y reduce el tiempo de conducción hasta White Pearl

tiende desde Maputo hasta la frontera sudafrican­a. Incluye un puente colgante de 590 millones de euros, el más grande de África, y reduce el tiempo de conducción a White Pearl a la mitad.

Esta apertura del sur de Mozambique acabará enfrentánd­olo a los archipiéla­gos más conocidos y septentrio­nales de Bazaruto y las Quirimbas, que ya cuentan con magníficos alojamient­os como &Beyond Benguerra y Azura Quilalea Private Island.

La reserva de Maputo, aunque pequeña, es una de las diez de África administra­das por la Peace Park Foundation en su intento de crear parques nacionales transfront­erizos. Se espera así que algún día la reserva se conecte con el Parque Tembe Elephant de Sudáfrica, justo al norte de Zululand. La idea es que el desbordami­ento de vida silvestre de Sudáfrica ayude a aumentar las cifras en Mozambique, donde muchas especies terminaron en la olla. Una reserva casi paralela para la vida marina se extiende desde la bahía de Maputo, bajando por la costa hasta Sudáfrica, donde comienza el Parque del Humedal iSimangali­so. Un auge reciente de la publicidad para ambos parques, tanto en tierra como en mar, junto a la oleada de actividad en la nueva carretera, han reforzado un optimismo muy necesario en este oculto e impresiona­nte lugar del país.

Le pregunto a Isaac Nhamirre, el astrónomo residente y maestro de buceo en White Pearl, por qué los visitantes querrían viajar hacia al sur, una región emergente que intenta dejar su huella, en lugar de a las islas del norte, posiblemen­te más exóticas. Nhamirre ha vivido y trabajado en estas hermosas costas. Al principio su respuesta pa- rece evasiva. “Las áreas del norte tienen pequeños corales y el agua está unos 26 grados centígrado­s”, dice. “El sur tiene grandes corales y el agua está a un par de grados menos”. Entonces me doy cuenta de lo que está diciendo en realidad: no importa dónde vayas... porque en la costa de Mozambique es imposible equivocars­e.

Entre 1975 y 1992, el país quedó dividido por una guerra civil que se cobró la vida de más de un millón de personas. Entre los desplazado­s por el conflicto se encuentra Bemugi Sochaka, que con diez años fue enviado desde el continente a la relativa seguridad de la isla Inhaca, donde pudo evitar las minas terrestres. Hoy, él también se ha convertido en parte de la reactivaci­ón del sur y recienteme­nte ha inaugurado Bemugi’s, un restaurant­e junto a la bahía con una parrilla abierta donde sirve fuentes increíbles de mariscos. Además, cuenta con dos coloridas bandas para los huéspedes. Irradia su entusiasmo sobre el futuro de esta región.

Durante mi estancia en el cercano Machangulo Beach Lodge tengo el lugar para mí solo. Estamos a mitad de semana en mayo, casi invernal aquí, pero los días y el océano todavía están calientes y al caer la noche sólo necesitas un jersey ligero. No hay malaria de la que preocupars­e y la costa hasta la cala de Ponta Abril está completame­nte vacía.

Los únicos otros huéspedes, una pareja joven, se habían ido esa misma mañana. Me dijeron que estaban completand­o un “largo viaje por carretera de vuelta a Londres” después de una temporada en China. Mozambique era su última parada, y su conclusión acerca de la cabaña, la costa bordeada por las dunas frente a nosotros, y la tranquila península de Machangulo era inequívoca: este era el mejor lugar en el que habían estado nunca.

Mientras camino por las escaleras de la cabaña en dirección a la playa, con la arena extendiénd­ose ante mí, un pescador solitario sobre las rocas y la suave brisa acariciánd­ome, pienso que no pasará mucho tiempo antes de que se disparen las historias sobre este mágico lugar.

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 ??  ?? De izda. a dcha., tienda en la carretera de Ponta do Ouro a White Pearl; kayaks en la costa de Colina Verde y una villa. Pág. siguiente, atardecer en la casa con la perra Delilah. Págs. anteriores, sobrevolan­do la Reserva Especial de Maputo y la suite Turtle Room en la villa de Colina Verde.
De izda. a dcha., tienda en la carretera de Ponta do Ouro a White Pearl; kayaks en la costa de Colina Verde y una villa. Pág. siguiente, atardecer en la casa con la perra Delilah. Págs. anteriores, sobrevolan­do la Reserva Especial de Maputo y la suite Turtle Room en la villa de Colina Verde.
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A la izda., comedor en Machangulo Beach Lodge. Arriba, de izda. a dcha., detalle del interior de Colina Verde; pool suite en White Pearl, en el sur de la península de Machangulo; escaleras hacia la piscina de Colina Verde.
 ??  ?? Abajo, de izda. a dcha., porche, sala de estar y The Elephant Room, todo en Colina Verde. Pág. siguiente, Inhaca room, también en Colina Verde.
Abajo, de izda. a dcha., porche, sala de estar y The Elephant Room, todo en Colina Verde. Pág. siguiente, Inhaca room, también en Colina Verde.
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Junto a estas líneas, atardecer desde un mirador de Colina Verde. A la izda., vistas al océano desde Machangulo Beach Lodge.

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