Sevilla, el renacer
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Borrón y cuenta nueva.
Chicos, saludad”. A quien hay que saludar es a Murillo, que se encuentra en la plaza del Museo en forma de estatua de bronce. Quien pide que digamos hola al pintor es Antonio García, el diseñador de moda más solicitado de Sevilla. Se lo reclama a su hermano Fernando, la otra mitad de su estudio y diseñador de vestuarios tan conocidos como el de la serie La peste o el de la película La isla mínima –por el que ganó un Goya–, y a quien escribe estas líneas. Saludamos y nos vamos a tomar un helado. Esta es la relación que tiene Sevilla con sus mitos. Se saludan como si fueran vecinos. Un hola rápido y un helado; de caramelo salado, por favor. No hay reverencia y tampoco ironía. Una ciudad tan repleta de nombres históricos (nos negamos a repetirlos, pobre Velázquez) está acostumbrada a convivir con ellos. En Hollywood tampoco tiemblan ante las estrellas. “Sevilla es una ciudad icónica”, nos cuenta Fernando mientras entramos en la iglesia de la Magdalena, tan apabullante ella. Esta una ciudad de imágenes, de estatuas... y de personas. “Sevilla es muy social”. Esta misma frase la oímos varias veces en varios días. Se la escuchamos a Antonio en su taller, entre sedas plisadas. También a Patricia Medina, hija de Ana Abascal, quizá la única sevillana (junto con su hermana Naty)
a la que fotografió Richard Avedon. Madre e hija están al frente en Ana Abascal Antiques. La tienda, situada junto a la Maestranza, es un gabinete de maravillas encontradas en viajes por el mundo. Aquí conviven mesas de carnicero, relicarios del XVII, vajillas provenzales y sillas danesas de los 60. “Esto es un cacao”, resumen ambas con sonrisas y cuellos de esfinge. Uno donde cada elemento encuentra su sitio.
Sevilla es un cacao. Es mudéjar, gótica, renacentista, barroca, romántica y, a veces, todo eso en la misma manzana, manzanas que, aquí, son también un cacao. Es, a la vez, social y cerrada, andaluza y universal, grande y pequeña, religiosa y profana, grave y cachonda. “Aquí hay mucho canalleo”, reconoce Fernando caminando por el Arenal. Lo misterioso de la ciudad es que, con todo este jaleo, es pura armonía. Sólo hay que mirar cualquier cuadro de Murillo, del que se celebra su Año y que sirve de excusa para que muchos viajen o vuelvan. Sus pinturas maximalistas se ordenan solas. Esta es la sensación que se tiene al pasear entre ellas en el Museo de Bellas Artes, mientras los diseñadores comentan los colores del manto de una virgen. “Te alimentas de la ciudad”, reconocen “y luego la interpretas de forma universal”. Fernando, inmerso en la segunda temporada de La peste, habla del lujo mate. “Es el que me interesa”. Es el que no grita, el de los placeres aparentemente sencillos; está el de las faldas de patronaje complejo que hacen y lucen las socialités locales y no tan locales, el de los sombreros de Patricia Buffuna, el del desayuno del domingo en El Disparate, un bar
de la Alameda que frecuentan, y el de los helados naturales de Créeme, que comemos tras saludar a Murillo. ¿Y cómo convive ese lujo mate con el dorado de los retablos barrocos? “De manera natural”, responde. No hay más preguntas, señoría.
El código del tapeo
Lujo mate es el que se encuentra en lugares como el Palacio Mármoles, uno de los alojamientos más carismáticos de la ciudad. Es una casa-palacio del siglo XVIII, la única de Sevilla con las cuatro columnas del patio de mármol rosa. Es el imponente proyecto de Asia Ponce de León, una arquitecta que ha convertido su casa familiar en siete apartamentos llenos de buen diseño, antigüedades y obras de arte. En pura elegancia y lujo. Mate, claro. La misma voluntad está detrás del hotel Mercer. Los arquitectos Cruz y Ortiz fueron los encargados de rehabilitar la Casa Palacio Castelar y convertirla en un hotel de 12 habitaciones. Aquí vienen quienes valoran el silencio, la escalera curva (una rareza), la piscina de suelo de metal.
El Mercer acoge una de las escasas apuestas por la alta gastronomía que se encuentran en Sevilla. El restaurante María Luisa, a cargo del chef Rafael Liñán, reinterpreta la cocina andaluza con imaginación y respeto. Sevilla es tradicional y le cuestan los experimentos, todo hay que decirlo, pero cada vez hay más y más logrados. El restaurante Mechela es uno de los lugares más recientes que ofrecen cocina andaluza bajo una mirada fresca. Ha abierto su segundo espacio en el barrio
del Arenal y es uno de los restaurantes de cabecera de los diseñadores, que saludan a su delicioso arroz ibérico con la misma cercanía que a Murillo.
“Quien viene aquí no busca gastronomía, pero luego se sorprende”, nos cuenta Aldara Arias de Saavedra, una guía gastronómica que realiza tours de tapas para Mimo (sevilla.mimofood.com), un proyecto que acerca la gastronomía española a los viajeros y que se ha instalado en el hotel Alfonso XIII. “Quieren tapas, pero ni siquiera entienden lo que están diciendo, desconocen la complejidad de los códigos. No saben que se va improvisando lo que se pide, que la gente te puede empujar, que varios pinchan de un mismo plato”. Iniciativas como los tours de tapas o la Escuela de Cocina que acaba de inaugurar ejercen esta labor pedagógica. La gastronomía es una de las más fuertes apuestas de Luxury Collection y del Alfonso XIII, la gran dama de la hostelería sevillana, que acaba de cumplir 90 años.
La hipérbole del azahar
En Sevilla no resulta fácil que un local te invite a cenar a su casa: Sevilla es social pero callejera. Eso es mejor advertirlo pronto, porque los foráneos a menudo se asombran. En cambio, te agasajará en la calle con piripis en El Piripi, con huevo sobre bizcocho en el Eslava o con sopa de galeras en La Moneda. Lo hará de pie en un bar porque aquí se come en vertical. Junto a las barras tiene lugar una danza que ríase el mundo de Maurice
Béjart. Las copas se llenan, los platos se retiran, aparecen otros nuevos a la temperatura adecuada. Este espectáculo se pierde si se come en mesa, como en el resto del mundo; está Sevilla y luego el resto del mundo. Porque esta ciudad es egocéntrica, algo que sólo es quien se lo puede permitir.
Sevilla es una ciudad con la autoestima muy alta. Sabe de sobra que es guapa y que sale perfecta en todas las fotos: es una ciudad-Greta Garbo, más extrovertida sin duda, pero igual de intrigante. No le preocupa ser moderna, aunque entiende, porque es muy lista, que no tiene más remedio que serlo. Es tan lista que sabe que negar la tradición es un disparate. Los movimientos contemporáneos, simbolizados casi siempre a través de la arquitectura o la gastronomía, son contenidos y con carácter. Un ejemplo es el Caixaforum, obra de Vázquez Consuegra que ha cambiado la silueta de una ciudad que, con permiso de la Torre Sevilla, lleva desde el 92 sin alterarse. Por supuesto, su llegada ha sido polémica porque en Sevilla todo importa. Importa la temperatura de un vaso de cerveza y que florezca el azahar. Aquí nada da igual.
Por cierto: el azahar. Sevilla es la única ciudad del mundo (esta es una hipérbole pero ya hemos dejado claro que esta es una ciudad hiperbólica) a la que parece que perfuman desde el cielo con aroma de azahar. Qué demonios, no lo parece: la perfuman desde el cielo. Parafraseando lo que escribió Paco León, alguien que concentra bien el espíritu de la ciudad: “Sevilla es tan bonita que parece de verdad”.