Condé Nast Traveler (Spain)

VIA VENETO

Ganduxer, 10. Barcelona; viavenetob­arcelona.com

- CARLOS MATEOS @MisterEspe­to

Hay lugares eternos en los que parece que el paso del tiempo no acumula polvo, sino tradición y leyenda. Lugares que brillan, en los que las sedas y el terciopelo nunca se arrugan, los camareros permanecen y sus uniformes siempre parecen impolutos. Lugares en los que únicamente la clientela parece envejecer, sólo para dar paso a una nueva generación de clientes.

Esos espejos que son emblema de la casa han visto reflejadas algunas de las cabezas más brillantes, locas y poderosas del siglo pasado y parte del que sufrimos. Desde que Oriol Regás lo fundara allá por 1967 y, años después, uno de sus camareros terminase por convertirs­e en su propietari­o, la extraordin­aria historia de Via Veneto es, sobre todo, la historia de don Josep Monje y su familia. La historia de uno de los más grandes profesiona­les de la hostelería que ha tenido este país. Un ejemplo de discreción y saber estar.

En Via Veneto se come muy bien, por supuesto. Se practica lo que alguna mente brillante llamó “cocina de clientes”, esa que satisface al paladar y a la memoria por igual. De eso se ocupa desde hace pocos años Sergio Humada y es indudable la sensibilid­ad y pericia con que se recrean los clásicos y se deslizan sutilmente, a cuentagota­s, los platos nuevos en la carta. Consciente de que aquí lo importante es la sensación de continuida­d, de que nada cambia aunque siempre esté cambiando.

Pero la magia de verdad se produce en la sala, cuando el Señor Ramos prepara su Whisky Sour o convierte el simple hecho de pelar una naranja en una masterclas­s de hostelería. O cuando Don Javier Oliveira ejecuta con grandiosid­ad una ensalada de angulas o Don Luis González mima el ritual de los crepes Suzette. Y, sobre todo lo demás, cuando el maestro de ceremonias, el Merlín de la sala, Don Pedro Monje, regala toda su sabiduría ejecutando el pato

a la presse. Más de quince mil botellas esperan en la cueva que ahora guarda Josep Martínez para acompañar el festín.

Quedan pocos lugares mágicos en este mundo, así que es casi una obligación moral disfrutar de ellos mientras podamos. Vayan y vivan la magia.

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