Asturias
Aguanta un poco, por favor. Aún tenemos que ir a Asturias tras los pasos de Miguel Carrizo y amigos, a descubrir nuevos hoteles y a recorrer Varsovia. Gasolina nos sobra, ya verás.
Miguel Carrizo nos contagia el amor por su tierra. Un paseo por los “praos”, la contundente gastronomía y la gracia de ponerse un jersey en una noche de verano.
Un aterrizaje entre las nubes y ¡zas! Aparecen las casas diseminadas en el verde intenso, el mar, las playas... La promesa de haber llegado una vez más a mi casa, al paraíso. Al mundo de los días en los que vives las cuatro estaciones en 24 horas. A dormir en agosto con edredón y sentir un sol que hace brillar el verde, la blanca caliza de los Picos de Europa y el azul de cada ola. Sé que tengo por delante un tiempo lleno de días felices y belleza. Escondida tras el murallón de la Cordillera Cantábrica se encuentra esta tierra que deja tocados a los que se aventuran a pasar “unos días por el norte”. Querrán volver siempre. Bueno, hay quienes huyen despavoridos por tanta lluvia, pero ella nos protege de la masificación y de los edificios en primera línea. La lluvia es el (módico) precio a pagar por este Paraíso Natural.
Llegar a Ribadesella y subirme en mi coche, arrancarlo y empezar a conducir por los caminos rodeados de robles y hayas. Oler y sentir la humedad. ¡Estoy enamorado! Cada vez que vuelvo me quedo fascinado con los paisajes y pienso que todo el mundo debería ver esto. Por eso disfruto tanto invitando a amigos y haciéndoles de guía. Eso sí, quiero escuchar un “¡oooh, qué bonito!” cada poco. Vale que en Asturias decimos “qué guapo” porque la palabra “bonito” no existe, pero si lo dices así fuera del Principado piensan que te estás haciendo el guay. Y nada más lejos.
¿Por qué seremos tan patrióticos los asturianos? ¿La comida, la autenticidad de su gente, la sidra?... No lo sé. ¿Quizá el olor a cuchu? Me gusta porque, cuando lo percibo... es porque estoy allí, entre “praos”. También el sonido de las gaitas de fondo o un volador que cuando explota te avisa de alguna verbena en un pueblo cercano.
Nací en Oviedo, pero los primeros años de vida los pasé en Cangas de Onís, donde vive parte de mi familia. Con seis años nos movimos a Ribadesella, un pueblo pesquero muy cercano en el que desemboca el río Sella. Allí pase unos años felices viviendo muy cerca de la Playa de Santa Marina. Nada más cumplir los 12 años nos mudamos al Empordà, en el norte de Cataluña, pero cada Semana Santa, Navidad o verano volvíamos a la que yo consideraba mi casa, el lugar al que pertenecía. Tuve la suerte de hacer muchos amigos en la adolescencia, una pandilla que siempre se juntaba (y se junta) en vacaciones, donde nada te preocupa y sólo piensas en pasarlo bien y disfrutar de días eternos. Cuando llegaba junio nos abrazábamos emocionados e imaginábamos todo lo que estaba por venir. Tantas
¿Por qué seremos tan patrióticos los asturianos? ¿Será la comida, la sidra, la autenticidad de su gente?
tardes de pedaleos silbando por los caminos para llegar a las playas donde nosotros y las gaviotas éramos los únicos. Nos quedaban por delante paellas, hogueras y guitarras, romerías con luces de colores, cumbres donde descansamos emocionados y mudos ante aquellos paisajes. Ese grupo de amigos sigue unido, pero casi disfruto aún más trayendo a gente nueva a conocer mi mundo asturiano, mi otra vida allí.
Asturias ofrece multitud de planes, muchos de ellos alrededor de la naturaleza y la gastronomía. Puedes ir a playas salvajes, dar paseos por el monte, escalar, ir al río, a los lagos... tenemos casi de todo, aunque desde luego desierto no encontrarás. Estar en la playa y a la vez poder ver la nieve es algo muy especial. Incluso en verano se pueden apreciar los “neveros”, pequeñas islas de nieve que, protegidas por la sombra, son capaces de resistir a los meses más “calurosos”. El Naranjo de Bulnes es una de las montañas más conocidas y atractivas de toda la cordillera. No es la más alta, pero si la que más ganas genera de ser escalada. Sus paredes verticales y el color anaranjado de la roca le dieron su nombre, aunque en la zona es más conocida como el Picu Uriellu. Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, fue el primero en aventurarse a escalar la joya del macizo central en agosto de 1904. Acompañado de El Cainejo, un pastor de la zona, se llenó de valor y en una cordada histórica por la cara norte conquistaron este lugar único en el mundo. Yo había ido subido muchas veces hasta la base, que requiere unas tres horas caminando. Y se puede hacer, aunque en el último zigzag vas a sudar. Ver ese gigante de cerca es algo impresionante, un colmillo de piedra tan vertical que te quita el aliento y te hace sentir diminuto. Allí mismo hay un refugio que regenta Tomás desde hace muchos años y donde puedes comer y dormir. Muchos alpinistas hacen noche antes de arrancar a la cumbre. Eso sí, son habitaciones para unas veinte personas, así que igual hay que llevar tapones antirronquidos. Escalarlo siempre fue uno de mis sueños y en una excursión con amigos un verano de hace muchos años me quedé hipnotizado mirándolo y le dije: “¡Un día lo haré!”. Y así fue. Todo gracias a mi amigo Jimmy, que fue quien lo organizó y me ayudó. Dormimos en el refugio y nos levantamos al alba para intentar cumplirlo. Arnés, cuerda, mosquetones, pies de gato... y mucha ilusión. Además nos acompañaba un día espectacular. La verdad que en el primer paso que hicimos, ya con la cuerda y todo el material, miré para abajo y pensé: “Uy, quizá no lo pueda hacer”. Supongo que fueron los nervios de la altura... pero le eché fuerza y seguimos. Luego todo fue más fácil y antes del mediodía estábamos arriba viendo el Cantábrico. Un mar de nubes y los dos solos sentados, admirando el increíble paisaje acompañados de la Virgen de Las Nieves, una escultura que vive en la cumbre. ¡Gracias, Jimmy! Bajamos rapelando la pared vertical (qué impresión) y, aunque la cuerda se enganchó dos veces y Jaime tuvo que subir a soltarla, llegamos sanos y salvos. Felicidad. Mi próximo reto es subir por La Pidal, la primera vía por la que treparon los 2.519 metros hace ya más de un siglo.
Otro lugar de visita obligada son los Lagos de Covadonga, donde encontrarás el Enol y el Ercina, que en invierno llegan a congelarse. Mi abuela Emma me contó que de joven iban allí a patinar y a esquiar. Un día estaban pasando el día y le dijo a mi abuelo: “¡Pásame la cámara!”. Él se la lanzó a ras del hielo como si estuviera jugando a curling y, de repente, ¡tuc! adiós cámara, se hundió en el lago. ¡Me imagino la cara que se les quedó!
Muchos habréis oído hablar del Descenso Internacional del Sella, más conocido como La Fiesta de las Piraguas, o simplemente “Les Piragües”. Palistas de todo el mundo vienen a competir en esta carrera que tiene lugar en los últimos 15 kilómetros del río Sella. Alrededor de la competición se organiza una gran fiesta en la que la gente se pone collares de colores y baja al río a ver la salida. Es uno de los momentos más emocionantes del año y, lo reconozo, en el momento que gritan “¡Puxa Asturies!” y empieza la carrera se me pone siempre la piel de gallina. Es alucinante ver a todos los deportistas corriendo y remando mientras el público los anima y aplaude. Algo que merece la pena vivir al menos una vez en la vida, sin duda.
Como suelo estar viajando durante todo el año, hay algo que me encanta y me siento afortunado de poder hacer: pasar una larga temporada en casa. Sin moverme, sin aviones ni aeropuertos, simplemente tranquilo. ¡Vacaciones! No necesito ir a ningún sitio más, no lo cambio por ningún lugar del mundo. Disfruto poniéndome un jersey los días que hace mal tiempo. Yendo a la fiesta del quesu en Cuerres o bailando alrededor de la montaña de chaquetas que se crea en las romerías. No existe ningún tipo de fiesta que me guste más. Ni de moda, ni de cine, ni festivales... una verbena de pueblo es lo más divertido que hay. Mayores sentados en sus sillas de plástico observando la orquesta, niños corriendo, jóvenes... todo el mundo se mezcla y da igual que vivas todo el año en el pueblo o vengas de fuera, no hay diferencia entre gentes ni clases. Así debería ser siempre.
Muchas veces nos escapamos al hórreo de mi gran amigo Bilbo. Situado al pie de una playa sin ningún vecino en kilómetros, es un oasis para desconectar de todo y, probablemente, el lugar de la Tierra en el que mejor duerma y en el que más estrellas fugaces he visto. Hay tantos rincones que considero “mis lugares”, tantas playas bañadas por el verde... Pero, sobre todo, hay un sitio mágico, en el que se enamoraron mis padres, al que voy cada vez que puedo y tan especial... que me lo guardo para mí. Espérame Asturias; pronto me quedaré contigo para siempre.
La felicidad aquí es disfrutar de un jersey en los días de mal tiempo, celebrar la fiesta del quesu en Cuerres o bailar en una romería