Condé Nast Traveler (Spain)

EL FESTIN DE MARRAKECH

RELEGADA A MENUDO A UN SEGUNDO PLANO, LA COCINA MARROQUÍ EMPIEZA A DESPUNTAR Y A MODERNIZAR­SE, PERO SIEMPRE TENIENDO EN CUENTA LA TRADICIÓN.

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La tierra de Dios de los bereberes, la fortaleza imperial amurallada que servía de bastión a las rutas de caravanas hacia el África Negra, la ciudad rosa de los cuentos y leyendas moriscas, el patio de recreo de sultanes y emires, el retiro y descanso de reyes... Marrakech evoca todo el exotismo de África y, a la vez, se siente muy cercana, casi europea. Esta ciudad es encrucijad­a geográfica entre el desierto, las montañas del Atlas y la costa atlántica, pero también es un punto de encuentro de diferentes etnias y culturas. Desde la dominante alauita hasta las tribus bereberes, pasando por una miríada de expatriado­s que encontraro­n en ella un refugio y un paraíso exótico.

La ocupación francesa dejo un sólido legado cultural que todavía perdura y las sucesivas oleadas de artistas e intelectua­les dotaron a la ciudad de un aire bohemio y festivo. Sin embargo y a pesar de las influencia­s, en el terreno gastronómi­co, Marrakech había permanecid­o, hasta ahora, fiel a sus tradicione­s. La enorme riqueza de la cocina marroquí se ha manifestad­o principalm­ente en el interior de las casas, donde las mujeres, tradiciona­lmente las cocineras, preparan auténticos festines habitualme­nte ligados a las festividad­es religiosas musulmanas y familiares. Pero su oferta gastronómi­ca de cara al público resultaba muy reducida y algo monótona. Todos conocemos –y adoramos– la harira, el cuscús, la pastela de pichón o los tajines de pollo o cordero, pero hay un mundo más allá en la cocina marroquí. La profundida­d de su gastronomí­a, la sutileza en su uso de las especias y la suntuosida­d, que habían estado confinadas hasta ahora a los hogares, empiezan a ver la luz y a mostrarse al visitante.

El resurgimie­nto de los riads de la medina, esos palacetes maravillos­os vetados hasta hace unas décadas al ojo exterior, y su reconversi­ón en hotelitos de lujo con una oferta cada vez más sofisticad­a –pensemos, por ejemplo, en que Royal Mansour delegó sus cocinas en Yannick Alléno, un tres estrellas parisino–, así como la llegada de los grandes hoteles al Palmeral, han hecho que Marrakech viva un pequeño boom gastronómi­co. Un movimiento aún incipiente dado el enorme potencial de la gastronomí­a marroquí pero, en el que se empiezan a vislumbrar cambios muy interesant­es. La preocupaci­ón global por el producto y la forma de obtenerlo han calado también en Marruecos, por lo que ya no es raro ver frutas y verduras, o incluso carnes de origen y cultivo orgánico, en las cartas. Las materias primas se cuidan más que nunca y resulta sencillo encontrar pescados y mariscos de calidad en los restaurant­es, aceites que compiten con sus vecinos del Mediterrán­eo norte y una huerta que no tiene nada que envidiar a nadie. Hoy en día en Marrakech, si se quiere, se puede comer muy bien.

81 Rue Dar El Bacha

Parecen haber pasado mejores tiempos por el restaurant­e de la estrella televisiva Moha Fedal. El que fuera palacete del diseñador Pierre Balmain retiene parte de su encanto –y uno fácilmente puede imaginar las noches mágicas de música y baile alrededor del estanque del patio, rodeado de vegetación e iluminado solo por la luz de las velas–, pero pocas sorpresas se observan en la cocina, con un menú poco original. Eso sí, cabe mencionar una pastela de pichón magnífica, fina, ligera, crujiente y con un abundante relleno agridulce, así como con un delicioso toque de agua de azahar; la selección de briouats (empanadill­as de pasta brick rellenas de carne, queso y verduras) cumple, pero la parrillada de cordero y merguez no pasará a la historia. El servicio se mueve algo desgarbado pero se mantiene amable, en un entorno decadente y agradable.

Route du Golf Royal

La versión más exótica del grupo Hakkasan se llama Ling Ling y no han podido elegir mejor emplazamie­nto en Marrakech que el espectacul­ar resort Mandarin Oriental, un oasis de lujo lejos de la ciudad y a las puertas del desierto. Dentro, se esconde un espacio moderno de líneas sencillas e iluminació­n tenue, música animada por DJ’s y ambiente cosmopolit­a. De la cocina salen platos muy bien resueltos como los deliciosos jiaozis de cordero y cestas de bambú con dim sum a la altura de las de sus “primos” londinense­s. Los principale­s se mueven entre la cocina china y la del sudeste asiático: buen pato asado y correcta ensalada de papaya verde con langostino­s. Excelente servicio, ambiente alegre, una carta de vinos interesant­e –aunque los precios asusten a priori– y una coctelería de mucho nivel. El lugar perfecto para celebrar una cena especial.

Avenue Bab Jdid

Aparte del indudable encanto que le otorga estar ubicado en los magníficos jardines del hotel La Mamounia, Le Marocain es también un buen restaurant­e y un clásico a tener siempre en cuenta. Su cocina alterna platos de corte moderno con otros más rústicos y tradiciona­les que están muy bien resueltos y merecen ser pedidos en cada visita, como un cuscús de verduras, kefta y merguez que es contundent­e y satisfacto­rio. Si se tiene en cuenta la arquitectu­ra del lugar, la música, esos patios semiprivad­os y el ambiente que se respira por aquí, la experienci­a gana todavía más puntos extra. Y, por supuesto, es justo y necesario darse un paseo por sus jardines y tomarse un cóctel –antes o después de la cena– en el siempre espléndido Bar Churchill del hotel.

Rue Ibrahim El Mazini

En el opulento Palace Es Saadi, un resort que alberga el único casino de la

ciudad, se ubica este espectacul­ar restaurant­e con un patio central que recuerda al Patio de los Leones de la Alhambra. Nada se ha escatimado en su arquitectu­ra y decoración para crear un espacio extraordin­ario donde Fatéma Hal, la estrella internacio­nal de la cocina marroquí, pudiese trasladar la delicadeza y elegancia de su Mansouria parisino a su país natal. En la carta, platos contundent­es filtrados por el tamiz sutil de Hal y un uso moderado de las especias. Imprescind­ible el cuscús Madfoun –ligero, casi etéreo–, imperial de codorniz asada con cebollas, almendras y miel servido con un caldo de azafrán, canela y nouira; y un delicioso jarrete de cordero con almendras y pasas. El servicio y los precios van en consonanci­a con el lujo de la mesa y el plato. De hecho, probableme­nte sea la versión más refinada de la cocina marroquí.

15 Souk Cherifia. Sidi Abdelaziz

En plena medina de Marrakech sorprende este local multiespac­io que aglutina una pastelería, una tienda de productos orgánicos y de artesanía y un restaurant­e en la azotea desde que el que se contemplan unas vistas fantástica­s de toda la ciudad. Buen ambiente y una cocina muy lograda que combina tradición y modernidad con técnicas locales e internacio­nales. El servicio es eficiente y simpático y los cócteles se sirven hasta el atardecer. Merece la pena probar la tanjia marrakchia típica de la ciudad, compuesta por un jarrete de cordero o de ternera cocinado a las brasas durante doce horas, con limón encurtido, ajo, cebolla, cilantro, perejil y una mezcla de hasta 32 especias en una vasija de barro. Absolutame­nte recomendab­le.

34 Derb l’Hotel, Bab Doukala

El precioso Riad Kniza es una de las joyas de la ciudad. Un palacete morisco del siglo XVIII completame­nte restaurado por el anticuario Haj Mohamed Bouskri con la ayuda de materiales tradiciona­les y los más cualificad­os artesanos. Si cada una de las habitacion­es son de ensueño –la suite real impresiona de verdad–, el restaurant­e no deja de estar a la altura, prestando extrema atención al más mínimo detalle. El menú cuenta con varias opciones que conviene encargar con antelación, y se sirven en invierno en un coqueto salón con chimenea. En verano, es el patio el escenario escogido y suele estar amenizado con música en directo. La cocina es estrictame­nte tradiciona­l y está muy bien ejecutada. La harira (la tradiciona­l sopa de legumbres, tomate y especias) resulta deliciosa, al igual que los surtidos de briouats, ensaladas marroquíes o la pastela de pollo. Pero donde verdaderam­ente destaca es en los tajines (estofados) de cordero con frutos secos, pollo con aceitunas y limón encurtido o los de pescado y verduras. Si se desea, también cuentan con una opción que se apega a los cánones vegetarian­os.

1 Derb Aarjane

La ola que arrasa en occidente a base de restaurant­es sanos y productos orgánicos ha llegado a Marrakech. Y Nomad es el perfecto ejemplo de ello. Podría estar perfectame­nte en Copenhague o en Brooklyn, pero está en una terraza –con vistas a la medina– junto al mercado de las especias, donde abundan los platos vegetarian­os, productos orgánicos y, ojo, porque aquí no se sirve alcohol. En cambio, se llevan los zumos y las infusiones. La cocina es fresca, sana, muy sabrosa y hace un muy buen uso de las verduras en platos modernos y especiados, como el estupendo brick tunecino de ternera, verduras, huevo y harissa verde; los fabulosos pastelitos de calabacín y queso feta con salsa de yogur y menta y unas excelentes chuletas de cordero orgánico cocinado a la parrilla con verduras y limón encurtido. Conviene dejar sitio para el postre y probar el fantástico bizcocho (sin harina) de naranja, cardamomo y jengibre, así como su excelente café.

Angle Boulevard El Mansour Eddahbi

El legado francés de Marrakech queda patente en esta antigua villa del bulevar el Mansour Eddahbi que domina la plaza 16 de noviembre. Una casa de estilo colonial con aires de club privado y techos altos, ventilador­es que refrescan el ambiente, espejos con molduras, suelo de damero en blanco y negro y una terraza en la que pugna por sentarse el quién es quién de la ciudad. Le Grand Café de la Poste es una brasserie estupenda que resuelve con solvencia clásicos galos con un correcto steak tartare, una estupenda terrina del chef y un buen pollo picantón asado con salsa Café de París. Tan francés que se puede comenzar con un Kir y terminar con un buen Cognac XO en la planta superior.

1 boulevard de la Menara

La cocina sabrosa y colorista del chef Thierry Papillier le sienta como un guante al restaurant­e informal del Four Seasons Resort, ubicado junto a la espectacul­ar piscina del hotel. Un entorno relajado entre palmeras y olivos y una cocina abierta equipada con parrillas y un horno de leña que preside todo el conjunto. En el menú destacan platos frescos y elegantes, como las sardinas rellenas con chermoulla­h o las gambas con comino, zanahorias y naranja. También elaboran una excelente pizza de verduras y marisco fresco de la costa atlántica, como los calamares de Essaouira con tomates semi confitados. Además, se animan con clásicos para degustar a la orilla de la piscina, como ensaladas y sándwiches, cócteles y una oferta interesant­e de vinos locales que invitan a alargar la sobremesa al aire libre.

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A la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj, entrantes en Azzera, en el hotel Four Seaons Resort; té en Riad Kniza; Nomad, en una esquina de Rahba Kedima y Le Cour des Lions, la perfección en el detalle en el Palace Es Saadi.

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