Y así seguimos, navegando
Cualquiera que haya leído, releído mejor, El gran Gatsby, probablemente tenga tatuada en su memoria –yo siempre he dudado si pasarla de una vez al antebrazo– la totémica frase final de Francis Scott Fitzgerald. El chimpún, como reíamos hace años en aquel periódico al comprobar una y otra vez que una compañera remataba sus artículos así, a golpe de platillos. Chimpún.
“So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past”, sentencia Fitzgerald, lo que provocó, y aún hoy sigue haciéndolo, que un borbotón de filólogos se afanasen en dar con la traducción perfecta sin zozobrar en la gesta ni tropezar con la metáfora. “Y seguimos navegando, barcos contracorriente arrastrados sin cesar hacia el pasado” no sé si será la más acertada de todas, pero sí la que leí hace unos días en La historia universal, magnífica reunión de relatos de Ali Smith en edición reciente de Nórdica Libros. En realidad se trata de doce cuentos hilvanados tal si fueran doce meses, calendario pues que arranca en febrero con
la historia que da título al volumen. En ella, un tipo compra un sinfín de ejemplares de El gran Gatsby para que su hermana, artista de lo efímero, construya un barco con un sinfín de ejemplares de El gran Gatsby como único material posible. Smith se sirve de este macguffin para, tramposa, rebobinar a lo Haneke, hacernos viajar sin salir de una vieja librería inglesa a la que ahora sueño
con ir –“estaba al final de una bocacalle, en el centro de una pequeña aldea que en verano visitaban unos pocos turistas”– y acabar repasando la traqueteada vida de una amarillenta edición de Penguin de 1974 a través de sus múltiples e infieles propietarios. El libro siguió navegando de mano en mano, eso es, como de repente imaginé que pasará con esta revista que ahora hojeas con ojos nuevos. Que no querrás tirarla cuando la termines, que se la dejarás a la vecina o al peluquero o a tu tía, que quiere visitar Mongolia en primavera. Que te dará pena desprenderte de ella en la mudanza, que querrás recortar esta o aquella foto para clavarla en el Instagram de la pared, que te encantará encontrarla cuando hayas comprado los billetes a Iguazú o el día que por fin cumplas tu anhelo –el mío lo es– de cruzar Rusia en el Transiberiano.
Noviembre es otro cuento en La historia universal y también en la nuestra, porque es el mes en el que el otoño cae a plomo y, con él, las ganas de abrazar la naturaleza, de pisar hojas secas, bendito crujir, y de, a bordo del sofá, orquestar grandes viajes. Lo es el que ilustra nuestra portada de Bayan-Ölgii, allá en Mongolia, al Oeste del lejano Este, lugar remoto hasta cuando lo pronuncias que invita a la aventura y, remando de nuevo hacia Scott Fitzgerald, a hacerte sentir que vas a contracorriente, arrastrándote entre el pueblo berkutchi hacia el pasado. Un pasado que también inspira nuestras escapadas a cabañas ignotas, un poco –qué narices, un mucho– en pos de esa vida en los bosques de Thoreau, o que nos lleva tras las brazadas de un nadador que quiso emular al de Cheever, de nuevo la literatura como pretexto para hacer maletas. Y así seguimos, navegando, leyendo, viajando. Sin cesar.