UN LONDRES MUY LONDRES
A punto de celebrar el centenario de su llegada a la ciudad, Cartier viaja al pasado (y al futuro) de una historia que es Historia del siglo XX.
100 años de la llegada de Cartier a la ciudad.
Quedar a las cinco para tomar el té en el salón azul de The Lanesborough, entre arañas de cristal, trampantojos y moquetas de medio palmo es tan londinense que, cuando lo vives, crees que ya nada puede serlo más. Pero luego vas a The Connaught, de Belgravia a Mayfair, y la chimenea de la recepción te hipnotiza entre enormes centros florales de esos que huelen a invierno, a calabaza, a membrillo y un poco a Navidad. Porque esa es otra, que en Londres huele a Navidad enseguida y por todas partes como si Love Actually anduviese por ahí rondando. El caso es que así estábamos, de té en té, de hoguera en hoguera y de flor en flor, convencidos a cada paso de que nada podría ser más Londres, cuando de repente llegamos a la boutique de Cartier en New Bond Street y nos cruzamos con Twiggy. Supera eso.
Twiggy fue una de las invitadas de In Tune with Cartier, una serie de charlas comisariadas por Caroline Issa para celebrar el legado de la firma en la capital británica y, de paso, convertir durante unos días su icónico edificio –676 m2 actualizados por el interiorista Bruno Moinard– en un lugar de encuentro y debate. Y, si Twiggy charló con la fotógrafa Mary McCartney –tan mod y tan beatle todo–, uno de los encuentros más apasionantes lo protagonizaron Grace Wales Bonner, la diseñadora capaz de poner la industria patas arriba con su poderoso discurso, y la modelo sudanesa Alek Wek. Juntas debatieron sobre el arte, la belleza y la necesidad de innovar sin obviar la fuerza de lo atemporal. Algo de lo que sabe mucho, hasta el infinito y más allá, Pierre Rainero, director
de Estilo, Imagen y Patrimonio de Cartier. Sus casi cuarenta años en la firma, también hoy como responsable de las más de 1.300 piezas históricas que componen la Cartier Collection, convierten la conversación con él en un viaje de la India –que tanto inspiró y sigue inspirando muchas de las colecciones– a la mitología griega, y de la misma tienda de New Bond Street donde nos encontramos a los otros dos grandes templos de la maison, el de la rue de la Paix de París y el de la Quinta Avenida neoyorquina. Pero es aquí mismo donde descubrimos que fue en los años 30 cuando el taller de Cartier Londres, English Art Works Ltd., llegó a fabricar trescientos collares largos en apenas un lustro, y que en 1937 recibieron de golpe veinte pedidos de clientas que habían sido invitadas a la coronación del rey Jorge VI, padre de la reina Isabel II. Una historia que daría de sobra para un capítulo de The Crown, idea que surge a pleno fuego, el que calienta el pequeño jardín de Chiltern Firehouse. Esta antigua estación de bomberos de Marylebone levantada en 1889 es hoy un hotel(azo) del gran André Balazs –Chateau Marmont, Mercer NY–, con restaurante capitaneado por el portugués Nuno Mendes. Y es también el lugar donde la firma quiso culminar este recorrido por su legado británico con una fiesta de las que hacen historia (y de eso en Londres saben un rato), con Rita Ora en el escenario, Mark Ronson a los platos y Carey Mulligan bailando a un palmo de moqueta del resto de mortales. Una moqueta de medio palmo y cuajada de flores porque así, de flor en flor, se baila en Londres. En ese Londres tan Londres (cartier.es).