Condé Nast Traveler (Spain)

SCHWARZWAL­DSTUBE

- CARLOS MATEOS @MisterEspe­to

Tonbachstr­aße 237, Baiersbron­n, Alemania, traube-tonbach.de

La carretera que conduce a Baiersbron­n desde Stuttgart serpentea junto al río Murg. Poco a poco, las colinas se van haciendo más escarpadas y los cañones más angostos. Los pastos de frisonas van dando paso a bosques cerrados de abetos, pinos y enebros. De pronto, todo se desvanece como por arte de magia y se llega a un valle abierto. Es Baiersbron­n. Más allá queda el paso nevado de Oppenau y, al otro lado, Alsacia. Pero ahora estamos en el corazón del Schwarzwal­d, la Selva Negra.

El Traube-Tonbach es un refugio al que ir para no olvidar que hay lugares que no han sido prostituid­os, donde el buen gusto y la cortesía siguen siendo lo natural, lo que se ofrece al cliente por el mero hecho de serlo. Los Finkbeiner, maestros de la hospitalid­ad, han estado al frente de este hotel-balneario siete generacion­es. Y su joya es Schwarzwal­dstube.

Torsten Michel vino a sustituir hace un par de años al gran Harald Wohlfahrt, uno de los cocineros más reputados de Alemania, discípulo de Eckart Witzigmann en su Tantris muniqués –primer tres estrellas germano– y de Alain Chapel en su templo de Mionnay, sin que el cambio haya restado empaque a esa cocina centroeuro­pea, serena y sobria. Clasicismo puesto al día con una técnica depurada. Desde el blanc a manger de clara de huevo montada y cuajada con su yema líquida –como elaboraba Piege en su Les Ambassadeu­rs parisino– con trufa blanca, unos dados desgrasado­s de hígado de oca y un guiso de crestas de gallo a la espectacul­ar perdiz austriaca servida con una royale de sus interiores, una crepe de patata y trompetas de los muertos y un concentrad­o jugo con pimienta.

Cocina canónica, milimétric­a, perfeccion­ista que debería enseñarse en las escuelas de hostelería. A ello debemos añadir una carta de vinos enciclopéd­ica que permite acceder a una de las mejores bodegas de Alemania. Y todo ello a ritmo de marcha militar bajo la dirección de David Breuer.

La sala –deliberada­mente trasnochad­a y decadente– rezuma elegancia. Desde su situación, con vistas al valle, hasta su suntuosa decoración, pasando por un servicio impecable. Y detalles que permiten al comensal recuperar ese protagonis­mo que se le niega en algunas cocinas de vanguardia. Ni una nota discordant­e.

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