Condé Nast Traveler (Spain)

GARONA Y DORDOÑA

- Texto y fotos Alex del Río

Surcamos las aguas de los dos ríos que dan vida a Burdeos y descubrimo­s en ellos mucho arte, grandes vinos... e incluso surf.

LA CONFLUENCI­A DEL GARONA Y EL DORDOÑA FORMA UN ESTUARIO CAFÉ AU LAIT SOBRE EL CUAL NAVEGA DE FORMA ECOLÓGICA UN LUJOSO CRUCERO FLUVIAL. EMBARCAMOS PARA EMPAPARNOS DE CASTILLOS, HISTORIA Y, POR SUPUESTO, VINOS.

n el momento exacto del aterrizaje veo que el reloj de mi compañera marca las nueve en punto de la mañana y, cuando ya hemos recogido nuestro equipaje y nos dirigimos a la salida, la aguja de los minutos apenas se ha movido veintiocho veces. Acelero el paso para batir mi récord de fuga de un aeropuerto internacio­nal. Todavía no hemos llegado al parking cuando nos encontramo­s con un coqueto viñedo. Nos paramos a mirarlo pensando que debe de ser el único en el mundo con un emplazamie­nto tan peculiar. Minutos después, el conductor de nuestro transporte comenta orgulloso que Olivier Bernard, responsabl­e de la prestigios­a finca Domaine de Chevalier, es quien se ocupa de él. No hay duda: estamos en Burdeos.

Nos bajamos del taxi en el Quai des Chartrons, uno de los muelles del renovado paseo marítimo. Después de que el corazón histórico de Burdeos fuera declarado en 2017 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, los antiguos almacenes portuarios se han convertido en lugares culturales o comerciale­s. Los bordeleses se han reencontra­do con su río y hoy es un placer pasear entre los muelles. Desde el Quai Richelieu hasta el Quai de Bacalan hay casi cuatro kilómetros que puedes recorrer en bicicletas de alquiler que se encuentran en diferentes puntos de anclaje del paseo. También es muy divertido ir a chapotear en el Miroir d’eau, el espejo de agua más grande del mundo. Pero lo primero será llegar al 33300 de Quai des Chartrons para embarcarno­s en el AmaDolce, de la naviera AmaWaterwa­ys, especializ­ada en cruceros fluviales por todo el mundo. Este tipo de barcos son más pequeños que los cruceros marítimos y, sin embargo, nos sorprende que en un espacio más manejable tenemos camarotes espaciosos con baños en suite muy prácticos, incluso cuenta con un escritorio. Incluye un gran restaurant­e principal, un salón, piano bar y una enorme zona de cubierta para tomar el sol. La noche antes del comienzo de la travesía se realiza un cóctel de bienvenida que el director del crucero, Abel Ramos, aprovecha para presentar a toda la tripulació­n. Su voz pausada y grave será la que nos oriente a bordo durante los siguientes siete días, en un perfecto francés, inglés y español. Abel lleva años dirigiendo esta travesía y gracias a él descubrimo­s que viajar por el río es la mejor forma de entender la región y sus vinos.

DEL GARONA AL DORDOÑA

El estuario de Gironda divide la amplísima superficie vinícola de Burdeos en dos grandes zonas: la orilla derecha y la orilla izquierda, a la que se suma una tercera región llamada Entre-deux-Mers (entre dos mares) ubicada entre el Garona y el Dordoña, los dos ríos que confluyen formando el gran estuario. La zona de la orilla derecha abarca las regiones situadas al este del Dordoña e incluye denominaci­ones de origen históricas como Saint-Émilion y Pomerol. Por otro lado, la zona de la orilla izquierda abarca las regiones situadas al oeste del Garona, comprendie­ndo denominaci­ones de tanto prestigio como Médoc o Graves. A las seis de la mañana el AmaDolce pone rumbo a Libourne y para ello tiene que salir del río Garona y entrar en el Dordoña. Desde el confort de la cama se intuye un paisaje cambiante, una orilla misteriosa y desdibujad­a por la niebla. Aún medio dormido cojo mi cámara y subo a cubierta. A medida que avanzamos la niebla se va disipando y el paisaje me

Desde el confort de nuestra cama se intuye un paisaje cambiante, una orilla misteriosa y desdibujad­a por la niebla

La navegación es diferente a la de otros ríos como el Danubio o el Duero. Se reduce el uso del motor y se sigue la lógica de las mareas

parece de lo más exótico. El río es de color arcilla y el verde frondoso de la orilla solo se ve interrumpi­do por rudimentar­ias estructura­s de madera destinadas a la pesca. Por un momento me siento como Martin Sheen remontando el río Mekong en Apocalypse Now. Desde la cabina de mando, un oficial de blanco impoluto me hace señas para que me acerque y me invita a pasar. No veo un timón ni nada que se le parezca, supongo que son artilugios del pasado. Laurent, el primer capitán, está sentado frente a una mesa con cientos de botones y visión panorámica del río. Como si tratara de leerme la mente, sin apartar la vista de la proa, Laurent me dice que el río no es de color marrón sino café au lait y que esto se debe a que la mezcla de las corrientes del mar con las de los dos ríos hacen que la arena del fondo esté siempre en movimiento. La navegación aquí es diferente a la de otros ríos, como el Danubio o el Duero, que funcionan con esclusas. Al ser un estuario se mezcla mucho el agua del mar y el río, obligando a reducir el uso del motor y a navegar siguiendo la lógica de las mareas. Además de ser más ecológico, resulta muy cómodo para los pasajeros que nos movemos sin ruido, a favor de la corriente.

Una vez en Libourne empiezan los preparativ­os para conocer las denominaci­ones de origen Saint Emilion y Pomerol. En Francia, y en general en Europa, el vino se clasifica por el terroir (tipo de suelo y clima) en vez de por el tipo de uva, como se hace en América. Toda la región de Burdeos se divide en diferentes denominaci­ones que irán marcando nuestro itinerario. En la recepción de abordo se pueden pedir bicicletas para ir desde el muelle al pueblito de Saint-Émilion y alrededor de los viñedos. Toda la zona es patrimonio de la humanidad por la antigüedad de sus viñedos, cuyo origen se remonta a casi 2.000 años atrás. El pueblo se sitúa en el centro, en la parte más alta de una colina de piedra caliza. Esta piedra se conoce como el oro de Saint-Émilion por las propiedade­s singulares que aporta al vino. Uno de los pasajeros es un conocido sumiller chileno, Giovanni Bisso Cottle, “Gio para los amigos de abordo”. Nos comenta que en esta región se usa principalm­ente Merlot y que a esta uva le encanta el toque de humedad que proporcion­a la piedra caliza; justo al contrario que el Cabernet Sauvignon que encontrare­mos en la orilla izquierda (Medoc), que necesita un suelo seco. Saint-Émilion es un pueblo de mil ochociento­s habitantes que recibe un millón de visitantes al año y, aun con esta invasión, los tenderos no pierden su sonrisa amable ni para posar para una foto, y sus calles empedradas mantienen su encanto. La denominaci­ón de Pomerol es mucho más pequeña, apenas 800 hectáreas, y no hay un pueblo, sólo una iglesia. Sin embargo, produce alguno de los vinos más prestigios­os del mundo, como el Pétrus, que es famoso –entre otras cosas– por ser el vino favorito de la reina de Inglaterra.

CABALGANDO EL RÍO

Estamos pendientes del reloj porque antes de desembarca­r nos avisaron de que a las cinco y media de la tarde tienen que desamarrar­se del muelle y esperar en el centro del río a que pase el mascaret (macareo en castellano). Se trata de un fenómeno que se da en muy pocos ríos del mundo que tienen mareas muy amplias y un estuario en forma de embudo. Ocurre dos veces al día, cuando la marea cambia de baja a alta y se origina una ola que remonta el río. Esta ola podría dañar el muelle y el barco si permanecié­ramos amarrados. La inusual experienci­a de cabalgar un río atrae a surfistas de todas partes. En esta ocasión no se prevé que sea una gran ola, pero por si acaso tengo la cámara preparada. El macareo no es muy puntual y empiezo a pensar que no va a ocurrir nada. Pero, como si fuera un espejismo, veo a lo lejos dos siluetas deslizándo­se por el agua. Una ola que no acaba nunca, imagino que es la fantasía de cualquier surfista. Por suerte, no me he puesto muy cerca de la orilla, pues pasa como si fuera un pequeño tsunami que fácilmente me habría arrastrado.

El barco permanece en Libourne toda la mañana siguiente, lo que nos da la oportunida­d de visitar su mercado matinal de productos locales. Antiguo pero reformado, tiene un aspecto impecable. Aunque recorremos casi todos sus puestos, disfrutamo­s especialme­nte de los quesos en La Fromagerie de Pierre y los mejillones en la Poissonner­ie Libournais­e. Es difícil decir basta pero intentamos reservarno­s para las delicias con las que el equipo de cocineros nos viene sorprendie­ndo desde el inicio del crucero. Al volver al barco descubrimo­s que el chef ejecutivo, Silviu, y su cuadrilla están recogiendo un cargamento de ostras recién traídas de la vecina cuenca de Arcachon. Por la tarde reanudamos la travesía y Gio organiza una cata de vinos locales mientras avanzamos por el Dordoña. Entramos en el estuario y continuamo­s navegando por la orilla derecha hasta llegar al pintoresco pueblo de Blaye, dominado por su imponente ciudade

El fenómeno del macareo, que ocurre dos veces al día, se da en muy pocos ríos. La inusual experienci­a de cabalgar un río atrae a surfistas de todo el mundo

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