Condé Nast Traveler (Spain)

COSTA DA MORTE

- Texto Rober Amado Fotos Yago Castromil

La belleza incomparab­le del Atlántico.

AL FINAL DEL CAMINO CONOCIDO, EL SOL SE OCULTA ENTRE LA NIEBLA, LAS LEYENDAS Y LAS OLAS DE UN ATLÁNTICO SIEMPRE EMBRAVECID­O. FISTERRA Y LA COSTA DA MORTE SEÑALAN LA POSIBILIDA­D DE UN NUEVO PRINCIPIO.

e quedan con el último segundo de luz del día. Quizá para despedir a los que se fueron y dieron apellido a esta costa. Todos los barcos tuvieron que morir aquí al menos una vez. La Costa da Morte lleva mucho tiempo pagando a Caronte. A veces solo ves a niños pequeños y a abuelas. Los adultos se van. Como a la guerra. Una inglesa lo llamó país de sueños y naufragios hace más de un siglo. Annette Meakin contaba, ya en 1907, que las mujeres gallegas eran como amazonas. Los pecios no tienen campanas porque se las llevaron a las iglesias, para poder rezar a los muertos. La mar, siempre la mar, que seca las manos y da olor hasta a las piedras, es el camino de entrada y salida. El SS Priam, por ejemplo, dejó varias cajas en la costa en 1889, frente a las islas Sisargas. Joyas y riquezas, cientos de metros de telas de lana y algodón, coñac, relojes de oro y plata, libras esterlinas. Solo una caja, de aspecto extraño, lacada en negro, suave como una perla. La abrieron a martillazo­s, pero dentro no traía nada. Protestaba, solo notas, como quejidos. Era un piano. En esta costa ha naufragado de todo, hasta mandarinas.

Xosé Manuel Lema Mouzo encuentra un ejemplar de un periódico viejo buscando informació­n sobre la vida social y cultural en la Costa da Morte antes de la la Guerra Civil en la hemeroteca del centro Blas Espín de Ponte do Porto. Pone que es del año 1904 y se llama El Noroeste y habla por primera vez de esta costa. Cuatro años más tarde lo hará una amiga íntima de la reina Victoria Eugenia. Annette Meakin decía que Galicia era la Suiza de España. “Es aquí donde las olas furiosas, creciendo como levadura, rompen sobre rocas medio escondidas y, alcanzando una fabulosa altura, caen sobre ellas con el ruido del trueno incluso con el tiempo más tranquilo. Es aquí donde los cadáveres de desafortun­ados pescadores son tan frecuentem­ente arrastrado­s a la orilla que los periódicos locales anuncian el suceso casi sin ningún comentario”. Hablaba de las catástrofe­s y de la dureza de la vida marina como una suerte de mezcla imposible de separar, como si fueran las herramient­as del carpintero, como los colores de una paleta del pintor. Meakin, viajera empedernid­a, fue la primera mujer en llegar a Japón en el Transiberi­ano. Descubrió que el apellido fúnebre de esta costa llevaba un siglo en la memoria de sus habitantes. La Costa da Morte es el punto con mayor número catalogado de siniestros marítimos del mundo.

El dolmen Pedra da Arca está en Malpica y cuenta la leyenda que fue construido por una moura, un ser místico, una mujer bellísima que vive bajo la tierra o el agua. Se puede ver sentada a la orilla de los ríos, peinando sus cabellos largos, observando. Como los faros, testigos mudos de viajes y piratas, como las mujeres, como los hombres. En Malpica hay uno, en las Sisargas. Fue aquí donde dijo adiós el SS Priam un 11 de enero. Nueve vidas, entre ellas el capitán. Niebla, temporal, la luz que se vislumbra no parece de este mundo, o que confunde con la del cabo Vilán. No existe ninguna empresa que se haga cargo de la comunicaci­ón con la isla. Hay que hablar con

los vecinos. Suele hacer viento y frío pero sus corazones son cálidos. En el bar O Pescador lo saben bien. Es la ventana al puerto, donde marineros y rederas pasan el tiempo. En las islas, sin embargo, no hay nadie, todo es agreste. Grande, Chica y Malante son sus nombres. Hay cormoranes moñudos y gaviotas. Y acantilado­s de más de cien metros.

En Corme hay percebeiro­s y percebeira­s. Los percebes son como esos baobabs de El Principito. No son nuevos para ellos. En Corme ya había población en 1105, según documentos encontrado­s en el monasterio de Caaveiro. Cerca del faro hay cruces en recuerdo de los que perdieron la vida en su trabajo. Porque en la punta de O Roncudo, que se llama así porque brama y ronca como los condenados que se hundieron en el río Aqueronte, es donde están los percebes más preciados. No se deja cultivar, no atiende a razones. La mar, siempre la mar, golpea donde más duele. Los pocos regalos que deja están de camino al faro y a las cruces. Pequeñas calitas de arena blanca y fina miran al paseante invitándol­e a descubrir sus secretos. Da Insua y

Gralleiras. Cuidado con las mareas. Algunas esconden la playa. El naufragio del Prestige en noviembre de 2002 obligó a salir a los pescadores con guantes y tinajas para defenderse del tercer accidente más costoso de la historia. Hasta la playa de los cristales de Laxe dejó de parecer un vertedero. Entonces, el chapapote llegaba hasta la iglesia en Muxía. El petróleo vertido cubrió toda la Costa da Morte de negro.

La Costa da Morte es también tierra de meigas, de hórreos, de castillos, de revueltas, de castaños de indias. Un poco más al interior, en Vimianzo, muchos dólmenes salen a tu paso. Pedra Cuberta, Casota de Berdoias, Pedra da Lebre. Los celtas se resguardab­an del tiempo en casas de piedra. Cuando veían el mar era como salir del mito de la cueva. De fuera descubrían aquí lugares exóticos y placeres desconocid­os. En Camelle, en 1934, partió en dos otro petrolero, el Boris Sheboldaev, un tanker soviético. El capitán fue rescatado y luego obsequiado con el manjar propio de la zona: unos percebes. El pobre capitán intentó comérselos con cuchillo y tenedor.

De Camelle eran los buzos expertos que trabajaron en el desguace del naufragio del HMS Serpent. Hasta un pulpo les ayudó en la búsqueda como localizado­r de monedas de oro. Embarrancó en la Punta do Boi, se hundió frente a la playa de Trece, en 1890. Fue una tragedia, falleciero­n 173 personas. Solo hubo tres supervivie­ntes. Tres años después lo hizo el vapor mixto Trinacria, el barco de las monjas, o de los defuntos queimados (difuntos quemados). Los vecinos, impotentes, no pudieron salvarlos. El amasijo de madera y grasa hubo que quemarlo. El perro del capitán Murray sacó el cuerpo sin vida de su amo. Cuando lo enterraron

en el cementerio de los ingleses de Camariñas se mantuvo al pie de su tumba sin abandonarl­o. El fenómeno de esta costa se hace viral. Otros tres años más tarde y Camariñas tiene el primer faro con luz eléctrica del país. Estas historias se cuentan de madres a hijas mientras se hace encaje de bolillos. María Julia levanta la mirada. “Aquí as nenas o aprenden desde pequenas para pasar o inverno”, explica. (Aquí las niñas lo aprenden desde pequeñas para pasar el invierno). Porque el invierno es duro y, a veces, se hace cuesta arriba. A Ponte do Porto fue el centro comercial que hizo extender el encaje de bolillos de Camariñas por todo el mundo. Se enviaba a Cuba, a Argentina, a Estados Unidos.

El punto más occidental de la España peninsular también está aquí. El faro del cabo Touriñán es de 1898, de cuando se perdió Cuba. Hay una restinga que se adentra en la mar en línea recta, en dirección norte desde la Punta Gaivoteira y que es un serio peligro para los navegantes. Son las peñas conocidas como A Laxe dos Buxeirados, y es como la retranca. A veces melancólic­a, otras graciosa, otras hiriente. Parece que no, pero luego sí. Las olas baten contra la costa mientras que el campo baila con el viento como muy despacio. En la Costa da Morte las olas juegan contigo y el viento parece querer sacarte una sonrisa. A veces sientes que intenta vomitar su rabia. El río Xallas desemboca en cascada, la de O Ézaro, como respuesta a esa fuerza de la naturaleza. Cosas del karma. En Touriñán un barco inglés, el Magdeleine Reig, se llevó por delante a un balandro español. Socorriero­n a los náufragos pero los dejaron en A Coruña de mala manera, hasta que el vigía del puerto los rescató. Casi treinta años después, en 1957, el mismo barco inglés se hundía en el mismo lugar. Resulta increíble que poco más al sur, en la playa de Nemiña, se puedan pescar lubinas e ir a una escuela de surf. Es como esos prados cerca de la costa de la Bretaña francesa o de la costa irlandesa. Fisterra se parece a cualquier pueblo islandés de la aventura de Walter Mitty. El restaurant­e La Bayonaisse debe su nombre a la corbeta de 32 cañones Bayonnaise. Era un buque militar francés, el orgullo de la nación. El capitán prefirió su destrucció­n antes que dársela al enemigo. Fue frente a esta costa del fin del mundo cuando, el 28 de octubre de 1596, un temporal acaba con 25 barcos hundidos de la llamada Armada Invencible. Más de 1700 almas. El pueblo está más recogido pero el paseo hasta el fin del mundo merece bien la pena. Los fisterrano­s lo saben, algunos bajan a la playa de Mar de Fóra, que da al Atlántico. Ver una puesta de sol desdramati­za lo que Décimo Junio Bruto pensaba de esto. Llevan el salitre en las venas. No pueden separarse del agua. En Corcubión, en el restaurant­e Mar Viva, la pescadería está abajo, el restaurant­e arriba. Escoges una pieza y te la sirven.

En gallego coloquial el verbo para tomar fotos no es sacándolas. Se quitan. Es como querer expropiar algo. Como aprovechar hasta la última gota de un vaso en el que solo hay sal, roca, algas, cáscaras y escamas. Por eso el último rayo de luz se ve en la Costa da Morte. En el Monte Pindo, a 629 metros de altura. Es pura física. Son 89 kilómetros de horizonte. El último rayo de luz del día. Quizá la costa con apellido fúnebre sea el mejor lugar para disfrutar de la vida.

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Abajo, playa de Langosteir­a, en Fisterra. Pág. siguiente, de izda. a dcha. y de arriba abajo, el hotel Bela Fisterra, para dormir junto al mar; carretera hacia el mirador do Ezáro; hórreo del hotel rural Lugar do Cotariño, en Camariñas; y, en la misma localidad, Encajes María Julia. Doble pág. anterior, el Atlántico embravecid­o de la Costa da Morte –en 1596, aquí se hundieron los 25 barcos de la Segunda Armada Invencible–, y los encajes de bolillos típicos de la ría de Camariñas.
Condé Nast Traveler Abajo, playa de Langosteir­a, en Fisterra. Pág. siguiente, de izda. a dcha. y de arriba abajo, el hotel Bela Fisterra, para dormir junto al mar; carretera hacia el mirador do Ezáro; hórreo del hotel rural Lugar do Cotariño, en Camariñas; y, en la misma localidad, Encajes María Julia. Doble pág. anterior, el Atlántico embravecid­o de la Costa da Morte –en 1596, aquí se hundieron los 25 barcos de la Segunda Armada Invencible–, y los encajes de bolillos típicos de la ría de Camariñas.
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 ??  ?? Arriba, encajes de bolillos tradiciona­les de la tienda Encajes María Julia, en el pueblo de Camariñas; y fachada del pueblo de Corme, donde son visibles los estragos del salitre, el viento y la lluvia. A la izda., una religiosa pasea por el muelle del pueblo pesquero de Malpica, reformado recienteme­nte por el premiado estudio de Juan Creus y Covadonga Carrasco.
Arriba, encajes de bolillos tradiciona­les de la tienda Encajes María Julia, en el pueblo de Camariñas; y fachada del pueblo de Corme, donde son visibles los estragos del salitre, el viento y la lluvia. A la izda., una religiosa pasea por el muelle del pueblo pesquero de Malpica, reformado recienteme­nte por el premiado estudio de Juan Creus y Covadonga Carrasco.
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 ??  ?? Abajo, muelle de Malpica. A la dcha., de arriba abajo y de izda. a dcha., pescadera del restaurant­e y peixería Mar Viva, en Corcubión; alfileres de una tienda de Malpica; flores a la entrada al restaurant­e Mar Viva; y el Parador Costa da Morte, que se inaugura este mes. Doble página anterior, en la ría de Corcubión, sobre el monte Pindo se alza el llamado faro del fin del mundo, Finis Terrae.
Abajo, muelle de Malpica. A la dcha., de arriba abajo y de izda. a dcha., pescadera del restaurant­e y peixería Mar Viva, en Corcubión; alfileres de una tienda de Malpica; flores a la entrada al restaurant­e Mar Viva; y el Parador Costa da Morte, que se inaugura este mes. Doble página anterior, en la ría de Corcubión, sobre el monte Pindo se alza el llamado faro del fin del mundo, Finis Terrae.
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