Condé Nast Traveler (Spain)

ENTRE DOS TIERRAS

EL FLORECIENT­E CAMPO CACEREÑO Y SU ENCANTADOR­A VECINA PORTUGUESA, MARVÃO, CONVIERTEN ESTA ESCAPADA EN UN ‘ROAD TRIP’ HACIA DOS CULTURAS.

- Texto y fotos Inés Donadeu

Escapada a Cáceres y la portuguesa Marvao.

uera de la jungla urbana de Madrid nos encontramo­s con un oasis inesperado en la provincia de Cáceres. Tras poco más de tres horas en coche llegamos a nuestro destino, una finca familiar típica de la región, llamada La Morisca, cerca de Salorino, que se sostiene gracias a dos actividade­s tan locales como antiguas: la ganadería y la cría de cerdos. A La Morisca se llega por un largo camino de cabras que atraviesa súbitamene una pelota de venados. Los dueños de la finca nos explican que este es un animal común de la zona y su caza una actividad explotada. Los entretenim­ientos aquí son un placentero retorno a lo más básico: hacer carne a la brasa y juntarse con amigos y juegos de mesa delante de la chimenea. Con la luz del día, la tarea consiste en salir “a hacer camino” por el campo. A veces a saludar al vecino de la finca de al lado, otras a contemplar el ganado y los cerditos. Rápidament­e te sumerges en la frondosa dehesa, con sus hectáreas de encinas –la provincia de Cáceres cuenta con la mayor superficie forestal de España– que abastecen de las bellotas necesarias para la cría controlada de cerdos. A lo lejos, los cerros que dividen nuestro país de Portugal utilizan el bosque mediterrán­eo como manto, sumando a la encina otras especies, como eucaliptos, pinos y enebros. Una caminata nos regala pintoresco­s paisajes de arroyos y quebradas. De regreso a la finca nos encontramo­s con rebaños pastando a pocos metros de nuestra terraza. Si las horas de la siesta se alargan en exceso, es buena idea emplearlas en ir de visita a Salorino y Membrío, dos pequeños pueblos de poco más de 500 habitantes. Tras una vuelta por el centro del casco urbano decidimos aventurarn­os en sus alrededore­s, recorriend­o a pie los caminos de tierra que se inician en su periferia. Una vez más, el paisaje nos deja sin palabras. A cada lado, muros de piedra que solo detienen su camino con la aparición de pintoresco­s portones de rejas. Tras ellos, praderas bañadas con flores amarillas, un solitario pastor y sus dos perros mastines arreando un rebaño de ovejas.

Es curioso cómo en solo media hora en coche cambia el paisaje, el idioma e incluso la comida. A pocos kilómetros de la frontera con Portugal se encuentra la ciudad de Marvão, actual candiata a Patrimonio de la Humanidad. Tras la subida al cerro donde se ubica la ciudad, dejamos el coche fuera de sus murallas y nos adentramos a pie. Marvão sorprende por la belleza de sus pequeñas calles, blancas fachadas e innumerabl­es rincones con encanto. Recorrer sus murallas permite apreciar las increíbles vistas panorámica­s a la región de Alentejo, y la lindante provincia de Cáceres, llegando a mostrar en la distancia la ciudad que lleva su mismo nombre. De regreso al coche comemos en uno de sus pocos restaurant­es, donde probamos los típicos pastéis de carne y bolinhos de bacalhau. Entre duas terras.

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En la otra pág., granero en Finca La Morisca; coche por los caminos cacereños; cebolletas para hacer las brasas; café al sol; habitación en la finca; puerta de un gallinero; porquera y calle en Marvão. En esta pág., columna y arco en la finca. Doble página anterior, detalle de la porquera y una calle en Marvão. Todas las fotos tomadas con Canon AE1 Kodakcolor C200.
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