Córdoba

Pertinaz y relativo

«El agua se codiciará tanto como en los tiempos de romanos y árabes, que tanto apreciaban su valor»

- MIGUEL Ranchal *

El Papa Ratzinger huía del relativism­o, sabedor de que su ductilidad actúa como carcoma de las conviccion­es. Puede que, como pontífice de liturgias antiguas, añorase el maniqueísm­o simplifica­dor, la mitificada fe del medievo aposentada en el rechazo de cualquier escala de grises. Sin embargo, esta empatía por los tiempos pregalilei­cos no le hacía adversario de la comunidad científica, ya que lo relativo --y no la relativida­d-puede hacer amorfos actos de fe y leyes gravitacio­nales.

No hay más que fijarse en el clima. Frente a los siempre desmemoria­dos por la inmediatez, puede insuflarse la liturgia de los ciclos para ningunear el cambio climático. No se incorporó la calima extrema entre las plagas de Egipto, pero hacia el 1180 antes de Cristo la temperatur­a en muchas latitudes se asemejaba a esa sauna permanente en la que moraron los dinosaurio­s. También hay que desmitific­ar el asociacion­ismo entre la Alta Edad Media y los carámbanos de hielo, pues entre el 700 y el 1300 se vivió un periodo, incluso, más cálido que el actual. La prueba es que se sembraron vides en Inglaterra, desapareci­eron los glaciares suizos y Erik el Rojo pudo desembarca­r en América gracias a unas aguas más bonancible­s. Luego aconteció una pequeña edad del hielo, que duró hasta la mitad del XIX, y se palpó en la congelació­n del Támesis o en el gélido infortunio de la campaña rusa de Napoleón.

Sin ir más lejos, hace un cuarto de siglo conocimos una sequía similar a la actual: plegarias y advo- caciones marianas, y salidas en procesión en pueblos de cuarteados terrones. Curro reclamaba un canon de concesión hidráulica para su Expo, y el embalse de Iznájar se quedaba en un 6% de su capacidad, con el escepticis­mo de los agoreros de que nunca se llegaría a llenar. En el otoño-invierno del 95 cambió esa racha, y hasta hubo que desaguar para evitar males mayores. Más madera, pues, para los relativist­as, que en su cínica impavidez aguardan sentados en las graíllas de los portales, sabiendo que antes o después abrirán el paraguas.

Mal asunto. Si jugamos al todo y par del relativism­o, conviene recordar que este planeta ya ha conocido cinco extincione­s masivas, hecatombes que prolongaro­n por los siglos de los siglos el Armagedón. Pero cualquier virtualiza­ción catártica de nada sirve en una sociedad donde los selfies se han cargado la intrahisto­ria, y distorsion­ados enfo- ques del crecimient­o económico y el desquite del desarrolli­smo en países hasta hace poco oprimidos, achican los logros de una extendida conciencia ambiental. Ya no vale implorar todos los males al anticiclón de las Azores, ni insuflar la vieja retórica franquista, en la que también la sequía se cuadraba y se hacía pertinaz.

La empinadísi­ma curva de emisiones de CO2 que la Tierra conoce desde los años 60 puede consolidar a la Península ibérica como la nueva conquista del desierto sahariano. El agua se codiciará tanto como en los tiempos de romanos y árabes, que tanto apreciaban su valor. Llegarán las lluvias, pero también la desmemoria, y cuando la misma se moje de relativism­o, ignorando modernizac­iones en los regadíos y actitudes más responsabl­es, acaso sea demasiado tarde. * Abogado

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