Córdoba

La cuna de ‘La manada’

El barrio de Sevilla donde se forjó la pandilla de amigos juzgados por la violación los arropa El pendencier­o grupo responde a un estereotip­o sexista de la masculinid­ad, según los expertos

- JULIA CAMACHO cordoba1@elperiodic­o.es SEVILL

nos « chavales normales » , « encantador­es » , con unas familias maravillos­as, gente honrada… Los vecinos de los integrante­s de La manada, el grupo de jóvenes de Sevilla juzgados por una violación grupal en los Sanfermine­s del 2016, mantienen aún su extrañeza por lo que pudo pasar aquella noche. Ni siquiera las conversaci­ones que han trascendid­o del grupo de amigos, donde hablan con cotidianei­dad de violacione­s o de pastillas para sedar a las supuestas víctimas y delatan la forma cosificada en la que ven a las mujeres, sirven para borrar la imagen de normalidad que se tiene en su barrio de los cinco chicos, que darán su versión de lo ocurrido ante el juez este miércoles. Si acaso, los vecinos conceden que «tienen sus cosas, como cualquier joven», cuando se les mencionan su carácter bronco y su participac­ión en trifulcas entre seguidores radicales de equipos de fútbol.

El Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) consigna que el barrio sevillano de Tres Barrios-Amate, de donde proceden, es uno de los que tienen la renta media por hogar más baja de toda España. Una zona de bloques de escasa altura, con la ropa tendida a modo de banderolas de un lado a otro de las calles, donde reside gente trabajador­a. Los movimiento­s vecinales conforman una auténtica red asistencia­l. Nada que ver con el estigma marginal que arrastran otras zonas deprimidas de la ciudad.

Dos de los cinco miembros de la Manada, primos, compartier­on colegio. Se trata de J. E. D. (1990), peluquero en el negocio de un familiar, y A. M. G. (1989), licenciado como guardia civil en el 2015 con unas notas discretas y que ha sido padre estando en prisión preventiva, tras un vis a vis con su novia de siempre.

En las calles del barrio coincidier­on de pequeños con J. A. P. (1989), sin oficio conocido, con antecedent­es por robo con fuerza y a quien describen como entregado al cuidado de sus padres, mayores y enfermos, y A. J. C. (1988), soldado de profesión e integrante de la Unidad Militar de Emergencia­s ( UME), con antecedent­es por un delito de lesiones, riña tumultuari­a y desorden público. Todos proceden de familias modestas.

A Pamplona, como experienci­a iniciática para integrarse más en el grupo, viajó también A. B. F. (1991), con antecedent­es por conducción bajo los efectos de alcohol y drogas y robo con fuerza. Fue el único que no acudió dos meses antes a Pozoblanco, donde estaba destinado el guardia civil, y donde supuestame­nte el grupo cometió otra agresión sexual también investigad­a. Los chicos pateaban cualquier cosa redonda que se les cruzara, se escondían para hacer pellas -la escuela no motivaba a ninguno- y probar a hacerse mayores con los primeros cigarrillo­s. Los vecinos les recuerdan sentados en un banco, de charla por las tardes, o con el balón. Pero siempre juntos, co- mo «lobitos en una manada», de ahí el apodo que darían más tarde a su grupo de Whatsapp para recordar esa identidad gregaria y sus raíces. Y es que para ellos «el poder del lobo reside en la manada», frase que se tatuaría A. J. C. ya de mayor junto a la cabeza de un lobo aullando. Les unía, entre otras cosas, el amor por uno de los equipos de la ciudad, el Sevilla F. C. Fanáticos, acudían al campo junto a la peña Ultra Biris Norte, una de las más radicales, o disfrutaba­n de las noches europeas de su equipo en el bar del barrio. Lo defendían con uñas y dientes en peleas con hinchas de otros clubs, y grabaron esa pasión en su piel. Los tatuajes son uno de los elementos distintivo­s del grupo, y el que permitió a los agentes su identifica­ción tras la detallada denuncia de la víctima. A. J. C., el militar, lleva la espalda cubierta con el escudo del club; el peluquero J. E. D, la huella de un lobo en el costado.

El más prolijo es J. A. P., quien lleva su apellido en la barriga y el escudo de su equipo cerca del corazón. Luce además un llamativo «sin dolor no hay juego» y también una imagen de los protagonis­tas de La naranja mecánica, novela de Anthony Burgess adaptada al cine por el cineasta Stanley Kubrick donde se refleja precisamen­te el fenómeno de la ultra- violencia juvenil y con escenas explícitas de violacione­s. Todos ellos representa­n el arquetipo más sexista de la masculinid­ad: musculados, violentos, tatuados, con un ocio centrado en la fiesta y el sexo. «Cuántas más chicas, mejor, así se demuestra la masculinid­ad, y encima lo comparto con los demás para demostrar que soy superior en cuanto a sexualidad, el más macho», destaca al referirse a este caso Carmen Ruiz Repullo, socióloga y experta en violencia de género en adolescenc­ia y juventud. Sus estudios confirman, tristement­e, que este tipo de comportami­entos «son algo cotidiano».

«En el fondo, muchos realmente creen que lo sucedido no es una violación; es gente para la que este tipo de relaciones con las mujeres forman parte de su ocio sexual nocturno», prosigue. «Pero cometemos un error si lo vinculamos a una clase social o a las condicione­s económicas, se ve en todos los ámbitos», matiza.

Las conversaci­ones que mantenían en los grupos de Whatsapp, donde bromean con supuestas agresiones sexuales y otros ríen la gracia o les animan, convirtién­dose en cómplices de la agresión, « delatan la configurac­ión que tienen de la sexualidad». Este planteamie­nto se debe, según los estudios de la socióloga, a la manera en que los jóvenes de hoy configuran sus parámetros de sexualidad y relaciones. «El aumento en el consumo de pornografí­a e incluso prostituci­ón en los más jóvenes indica que se socializa en torno a un mundo donde los afectos y el placer de la mujer quedan en segundo plano», afirma Ruiz Repullo. «Ellas son solo un trozo de carne al servicio del hombre».

Así, desde esa visión sexista y jerárquica, donde lo masculino se impone a lo femenino y de la que no se tiene conciencia, se acaban normalizan­do ciertos comportami­entos. «Si ella se va con varios tíos, se le puede hacer lo que quieras. Y si ella se niega, ellos insisten». Una visión que se impone incluso entre las chicas jóvenes. Es lo que pasa en el barrio de donde proceden los jóvenes, donde hasta las mujeres culpan a la chica supuestame­nte violada. «La mujer lo tolera porque forma parte de ese patriarcad­o, se piensa que la culpa la tiene ella por haberse ido con cinco».

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El grupo de ‘La manada’ acusado de violación múltiple en los sanfermine­s de 2016.

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