Córdoba

Pobrezas

- FRANCISCO García-Calabrés * * Abogado y mediador

El informe presentado por la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión con motivo del día internacio­nal para su erradicaci­ón, nos enciende todas las alarmas sobre las pobrezas que vivimos.

La primera, es la pobreza material, esa que se ve, que se mide y hasta se toca. La de las estadístic­as de la infamia, esas que nos indican que 12 millones de personas viven en el umbral de la pobreza en nuestro país, y casi el 7 por ciento están dentro de la pobreza severa, esa que no alcanza el 30 % de la renta media. Una pobreza crónica y enquistada, que asedia a parados de larga duración, a personas ancianas, viudas y dependient­es que llegan a fín de mes con ayudas familiares o simplement­e no llegan. Es una pobreza a veces evidente y otras escondida, vergonzant­e, que no pide ni mendiga, que se atrinchera y se parapeta en una dignidad mal herida. Es una pobreza indolente y sin responsabl­es, que multiplica las desigualda­des, que sitúa a andaluces y extremeños en el vagón de cola del desarrollo español sin que nadie responda por ello. Una pobreza que no se consuela con la pobreza extrema de hambre que se vive en otras latitudes. La bonanza económica y la recuperaci­ón ha sido asimétrica con claro empeoramie­nto de las condicione­s de vida de las personas más vulnerable­s, llevándola­s a una situación tan endémica como injustific­able.

Y la otra pobreza, más sangrante aún, es la pobreza moral, la de quienes miran para otro lado, la de quienes legitiman los abusos del sistema y de las personas que lo mantienen, la de quienes desde sus seguridade­s y comodidade­s condenan a los otros a perpetuar su situación, la de quienes se alejan de los auténticos valores de la vida como la justicia, la verdad y la libertad; la de quienes persiguen estrategia­s de dominación en la que los pobres son incapaces de gestionar su futuro y salir de su situación.

El sistema nos engaña: nos dice que lucha contra la pobreza energética y nos da las migajas del bono social mientras tenemos la luz más cara de Europa y las compañías eléctricas se re- parten dividendos y grandes sueldos; los bancos desahucian mientras los salvamos a ellos con el dinero de todos. La pobreza de hoy no es por escasez de recursos sino por escasez de justicia. No hay una pobreza material por un problema en la redistribu­ción de las rentas, sino porque existe una pobreza moral del lucro desmedido y egocéntric­o, a costa de todo y todos.

La lucha contra la pobreza, lejos de consistir en un aumento de las ayudas materiales, comporta un cambio moral que dé sentido al compromiso común de construir un mundo en paz. Ojalá, el lema de la campaña del Domund que culmina esta semana, Cambiar el Mundo, fuese más que un eslogan.

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