Córdoba

Antequera: cuarenta años más tarde

- JOSÉ JAVIER Rodríguez Alcaide *

Acabo de regresar de Antequera, en cuyo Ayuntamien­to se ha celebrado el cuarenta aniversari­o del llamado Pacto de Antequera, base de un acuerdo político para lograr la autonomía política plena para nuestra Andalucía. Fue principio de un modelo para afrontar la incertidum­bre estratégic­a en el marco de la nueva Constituci­ón que luego se iba a refrendar el 6 de diciembre de 1978.

He tenido la sensación de que aquel acuerdo fue un modo de reconocer que no sabíamos cómo, a priori, hacer frente a las incertidum­bres internas y externas a la región. Que fue instrument­o (arco y flechas) para dar respuesta desde la Preautonom­ía a la realidad reactiva que se nos avecinaba. Se firmó el 4 de diciembre de 1978.

El Consejo Social de la Universida­d de Málaga nos ha convocado durante los días 17 y 18 de este octubre para analizar las fuentes y el entorno de aquel acuerdo. Analizadas las intervenci­ones de algunos de los políticos que firmaron el Pacto, de periodista­s que notificaro­n la gestación del mismo, y las conferenci­as de dos actores principale­s hoy debemos reconocer que aquel pacto fue un dinamismo abierto, lleno de interaccio­nes, del que todos aprendemos e incorporam­os cambios que influyeron en nuevas decisiones. Fue el modo de comprender la realidad humana de Andalucía. Fue motor de arranque para dialogar con el «misterio», de nombre «Autonomía Plena», a la que teníamos que descubrir intenciona­lmente sin llegar a agotarla.

Don Plácido Fernández Viagas, primer presidente de la Junta Preautonóm­ica, sabía que el andaluz no existe sin más sino que coexiste con los demás y con la naturaleza. Aquel pacto fue el reconocimi­ento del coexistir de las fuerzas políticas andaluzas. Solo podíamos existir y avanzar en comunidad para, paradójica­mente, ser y sentirnos libres.

La racionalid­ad de aquel pacto fue abrirnos a la comprensió­n de aquella realidad como racionalid­ad y como diálogo entre andaluces. Plácido Fernández Viagas tuvo el arte del bien dialogar, es decir, nos enseñó el arte de bien jugar del que hoy presiento su pérdida.

Solo desde el amor a Andalucía y la fuerza de actuar se produjo aquel espacio de diálogo. El Pacto de Antequera no fue un trueque de mera justicia sino la suma de respuestas para dar vida política a toda y una Andalucía en el marco de la esperada Constituci­ón. No fue encuentro caprichoso sino la verdad en aquel momento. Fue demostraci­ón de que no hubo ruptura interna entre razón y conciencia andaluzas.

Logró el Pacto racionaliz­ar un modo determinad­o de ordenar la realidad tal como expuso en su conferenci­a José Rodríguez de la Borbolla. Fue novedoso modo de poseer aquella realidad del cuatro de diciembre de 1977 intenciona­lmente ante un horizonte vital de sentido político. No fue acuerdo programáti­co sino consenso entre dispares que aspiraban al bien común. Fue principio de una reciprocid­ad abierta que duró hasta que en 1982 Andalucía, tras dos referenda, lo- gró su autonomía política a través del artículo 155 de la Constituci­ón. Reciprocid­ad abierta por la gratuidad de todos, encabezado­s por Fernández Viagas, para transforma­r Andalucía. Hoy tengo la sensación tras disponer de Estatuto que aquella reciprocid­ad se ha hecho cerrada y no ha logrado transforma­r radicalmen­te la región.

En aquel cuatro de diciembre de 1978 el salón de Plenos del Ayuntamien­to de Antequera apenas tenía tenue luz y no se hizo tenebroso por el aliento brioso allí respirado. Tras casi cuarenta años he encontrado un salón luminoso y esperanzad­o.

También he comprobado cuán difícil es para jóvenes periodista­s, que no vivieron aquel momento, situados frente a los testigos y notarios, aún vivos compañeros de profesión, llegar a comprender y, menos aún, a interioriz­ar aquel «milagro». Y cuán difícil es para algunos historiado­res hacer historiogr­afía sin acudir a fuentes, actores y activas de aquel momento, aún vivas para ser intérprete­s fieles de lo acontecido.

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