Córdoba

Equidistan­cia

- JUAN JOSÉ Millás *

El odio es uno de los grandes remedios contra las frustracio­nes personales. No aparece en los libros de autoayuda, pero se manifiesta de continuo en la vida cotidiana. Unas buenas cantidades de odio, debidament­e dosificada­s, dejan a algunas personas mejor que si se hubieran tomado un Valium A veces el sentimient­o se desborda, como un río, y anega, qué sé yo, el Capitolio de los EE UU. Pero tras la tempestad vuelve la calma. Los asaltantes debieron de dormir como niños aquella noche en la que inundaron de bilis negra los pasillos y despachos de la institució­n.

-Doctor, tengo un malestar profundo, aunque difuso. No es que me duela esto o lo otro, es que no estoy a gusto conmigo.

- ¿Ha probado a odiar?

-Pues la verdad, no.

-Se lo recomiendo, es muy eficaz. Y carece de los efectos secundario­s de los fármacos.

- ¿Y a quién debo de odiar?

-Eso es lo de menos. Puede dirigir su antipatía contra los partidario­s de la eutanasia, por ejemplo. Deséeles la muer

«-¿Ha probado a odiar? - Pues la verdad, no. - Se lo recomiendo, es muy eficaz»

te.

- ¿Y no sería una contradicc­ión que yo, partidario de la vida, deseara la muerte de esas personas?

-Pues claro que sería una contradicc­ión. Pero el odio conlleva una pérdida completa de la lógica, lo que nos permite odiar a tontas y a locas, a derechas e izquierdas. Fíjese en Trump. Si se pone usted estrecho, no logrará detestar a fondo a nadie y seguirá con el desasosieg­o que le corroe.

- Y usted, si no es indiscreci­ón, ¿a quién odia?

-Yo, al gobierno social-comunista bolivarian­o. Los fusilaría a todos. Pero tengo un cuñado que odia a muerte a la extrema derecha y le va muy bien. Cada uno debe elegir el objeto de su odio, aunque puede cambiarlo del lunes al martes.

Hay gente que no es de odiar a nadie y que ahora llaman equidistan­tes, otorgando al término un cariz peyorativo. Significa que a los equidistan­tes se les puede odiar por su tibieza. Si usted se halla entre ellos, tiene garantizad­a la aversión de los dos extremos del arco sociopolít­ico. Pero quizá sea la única posición moral digna para quien no se odia a sí mismo.

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