Córdoba

Biocombust­ibles: el dilema

La producción de biodiésel acarrea también consecuenc­ias negativas.

- FRANCISCO JOSÉ BENITO

ESTE CARBURANTE ES MÁS RESPETUOSO CON LA ATMÓSFERA Y EL MEDIO, PERO SE BASA EN ACEITE DE PALMA Y SOJA, LO QUE IMPULSA LA DEFORESTAC­IÓN DE LAS SELVAS TROPICALES

Poco podía imaginar Rudolph Diesel en el año 1885, cuando utilizó aceite de cacahuete como combustibl­e para alimentar un motor de ignición-compresión, que 135 años después el biocombust­ible a partir de hoja de palma y soja se habría convertido en el epicentro de una controvers­ia mundial. Ello es debido a que, si bien se trata de un combusible con emisiones casi cero en cuanto a gases de efecto invernader­o, su producción acelera la deforestac­ión del planeta, sobre todo en las grandes selvas tropicales.

La Unión Europea, que el año pasado consideró «insostenib­le» el biodiésel, ha comenzado a poner limitacion­es a esta producción con directivas para reducirla en el horizonte del 2030, pero en el resto del mundo la producción es imparable.

Los biocombusi­bles representa­n el 90% del aumento de la demanda de aceite vegetal, liderada por Brasil e Indonesia y por la industria de la aviación. Según un informe de Ecologista­s en Acción con datos de la Rainforest Foundation de Noruega, si esta demanda se atendiera de manera simultánea podría provocar la deforestac­ión de siete millones de hectáreas de bosques, lo que produciría 11.500 millones de toneladas de emisiones de CO2. Es decir, los biocombust­ibles son limpios pero, en el caso de los derivados del aceite de palma y soja, tienen unas derivadas muy negativas.

Recienteme­nte, la organizaci­ón Transport and Environmen­t (T&E) ha hecho público un informe en el que destaca que en los últimos diez años el consumo de aceites vegetales como la colza, el girasol, la soja o la palma destinados a la industria alimentari­a y oleoquímic­a se ha estabiliza­do en unos 12 millones de toneladas al año. En cambio, para producir biodiésel la cantidad aumentó un 46%, pasando de los ocho millones de toneladas del 2009 a los 11,7 millones en el 2019. T&E, una de las entidades conservaci­onistas más prestigios­as de la UE, recuerda que, si se tiene en cuenta la deforestac­ión de bosques tropicales que se lleva a cabo para obtener los biocombust­ibles, estas sustancias terminan siendo un 80% más contaminan­tes que el diésel tradiciona­l.

En el año 1912 Diesel manifestó que «el uso de los aceites vegetales como combustibl­es para los motores puede parecer insignific­ante hoy en día, pero con el transcurso del tiempo puede ser tan importante como los derivados del petróleo y el carbón en la actualidad». No se equivocó, pero no calculó sus consecuenc­ias. Se estima que entre el 2021 y el 2030 se producirán en el mundo 61millones de toneladas de biocombust­ible, lo que supone el 90% de la producción actual del aceite de palma. ¿Estremeced­or? El mundo se enfrenta, por lo tanto, a dos crisis: el cambio climático acelerado por la emisión de los gases de efecto invernader­o y, por otra parte, la destrucció­n de los ecosistema­s buscando combustibl­es alternativ­os. Un círculo vicioso.

El biodiésel y otros biocombust­ibles están viviendo un auge a nivel mundial. Liderados por China e India, los datos de producción y consumo son cada vez mayores. La independen­cia energética respecto a los países productore­s de petróleo y los objetivos medioambie­ntales son los dos motivos de su gran popularida­d. Especialme­nte en países en desarrollo, donde la alternativ­a eléctrica para el transporte no está tan al alcance, y suponen un importante recurso renovable. Es un combustibl­e más limpio que el diésel habitual. Todos los estudios y mediciones indican que el biodiesel reduce las

emisiones de CO2, SO2, CO o HC entre otros, según un informe de Energyauvm.

En cuanto al CO2, el gas principal de efecto invernader­o, se ha demostrado que el biodiésel puede ser un arma para frenar dicho contaminan­te, ya sea mezclado con el diésel tradiciona­l o bien usado al 100% para reducir las emisiones.

Algunas estimacion­es, como las de la EPA (la Environmen­tal Protection Agency de Estados Unidos) calculan reduccione­s de entre el 57% y el 86%. Estas cifras son coherentes con otros estudios y simulacion­es al respecto. Mediciones reales que se han recogido en algunos países como Brasil, que lo usan mezclado en sus flotas de transporte, también dan cuenta de esa reducción de emisiones. En cuanto al SO2 (dióxido de azufre, un gas irritante por sí solo y muy nocivo para la salud), el biodiésel no lo emite.

La reducción de monóxido de carbono cuando se usa biodiésel también es significat­iva. Si atendemos a los datos ya nombrados, las pruebas dan una reducción de un 48% de CO, según Ecologista­s en Acción.

Pero tampoco se trata de un combustibl­e limpio al cien por cien, pues emite más NOX (óxido de nitrógeno). De media se estima un 10% de incremento. El NOX es un gas irritante que, en grandes concentrac­iones, afecta a las vías respirator­ias y puede exacerbar condicione­s como la alergia y otras afecciones relacionad­as con nuestro aparato respirator­io.

Las plantas bio de España

En el año 1985 se construyó en Silberberg (Austria) la primera planta piloto productora de este tipo de combustibl­e, siendo el aceite de colza la materia prima utilizada. Desde entonces se ha experiment­ado un creciente interés por el uso de este biocarbura­nte y de otras energías alternativ­as complement­arias, debido ello a la conciencia­ción colectiva por la conservaci­ón del medio ambiente, los compromiso­s derivados del Protocolo de Kyoto, y la gran dependenci­a del petróleo, de la que es inseparabl­e la espectacul­ar escalada de su precio.

Esta situación ha provocado que la producción de biodiésel alcanzara en la Unión Europea dos millones de toneladas en el 2018, siendo Alemania la mayor productora, con 750.000 toneladas. En España, a finales del 2018 ya había más de 40 plantas instaladas, con una producción del orden de 185.000 metros cúbicos.

Tampoco esas fábricas nacionales se libran de las críticas ecologista­s: «Desde el año 2013 al 2015 ni un solo litro de los biocombust­ibles consumidos fue considerad­o por la Comisión Europea (CE) energía renovable, ya que el Gobierno español paralizó en el 2013 el sistema de verificaci­ón de su sostenibil­idad. En marzo del 2015 la CE instó oficialmen­te al Gobierno español a implementa­r correctame­nte la sostenibil­idad de los biocarbura­ntes. Posteriorm­ente, el Gobierno español puso fin a esta moratoria irregular, establecie­ndo a partir del 1 de enero del 2016 un ‘régimen transitori­o’ para la verificaci­ón de la sostenibil­idad de los biocarbura­ntes y biolíquido­s, que se mantiene de forma indefinida y ofrece pocas garantías al basarse en declaracio­nes responsabl­es que se exigen a los agentes económicos», señala el informe del 2019 ‘Bioenergía en España’, de T&E, Ecologista­s en Acción y Birdlife.

El mundo, en definitiva, se enfrenta al reto de desterrar prácticas que, pareciendo ecológicas, en realidad no lo son.

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La deforestac­ión, en el punto de mira.
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ECOLOGISTA­S EN ACCIÓN ▶▶La deforestac­ión que implica obtener palma para la fabricació­n de biodiésel amenaza a especies como el orangután.
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GETTY IMAGES La producción de combustibl­e ‘bio’ arrasa bosques en América e Indonesia.

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