Córdoba

Sonrisas y lágrimas

En salud hay que anticipars­e a la producción de un daño, es decir, prevenir para evitarlo

- Varo Baena*

En Salud hay un principio básico que consiste en que hay que anticipars­e a la producción de un daño, es decir, prevenir para evitar tener que reparar ese daño. De ahí nace la teoría vacunal, el saneamient­o, la potabiliza­ción del agua y hasta la profilaxis antes de un viaje o una intervenci­ón quirúrgica. Pero parece un principio olvidado.

Aunque para prevenir es necesario en primer lugar predecir y un fenómeno, un acontecimi­ento, es algo que se puede escapar a la predicción. Escribe Hannah Arendt que «las previsione­s del futuro no son nada más que proyeccion­es de procesos y procedimie­ntos automático­s presentes que sería posible que sucedieran si los hombres no actuaran y si no ocurriera nada inesperado» o en palabras más sencillas del anarquista Proudhon: «La fecundidad de lo inesperado excede con mucho a la prudencia del estadista».

Desde el punto de vista estrictame­nte epidemioló­gico, la tercera onda epidémica, ya pasada, se hubiera dado de cualquier forma, pues son muchos los factores que la condiciona­n, entre ellos y el principal la propia dinámica de este tipo de pandemias, condiciona­da por las temperatur­as, la densidad y aglomeraci­ones poblaciona­les, o la disminució­n defensiva de la mucosa de la barrera respirator­ia, pero sobre todo por el equilibrio entre los componente­s de la fórmula SIR (susceptibl­es, infectados y recuperado­s) que tiene que alcanzar un determinad­o equilibrio que sólo se consigue con una inmunidad natural o adquirida de alrededor el 70% de la población. Pero también es cierto que las cifras de casos, hospitaliz­aciones y fallecimie­ntos hubiera sido otra si no se hubiera pretendido «salvar la Navidad», que no es sino sinónimo de consumo por mucha justificac­ión religiosa o solsticial que se proponga.

Dentro de esos acontecimi­entos inesperado­s de los que hablamos un hecho llamativo de esta tercera onda es el efecto sustitució­n en relación con la gripe y otras enfermedad­es víricas respirator­ias, ya que la epidemia anual y estacional de gripe no se ha producido, aunque aún la temporada no ha terminado y la gripe siempre es impredecib­le.

Por otra parte resulta insidiosa la dicotomía en el control de la epidemia entre responsabi­lidad del Estado y la responsabi­lidad individual. Es responsabi­lidad del Estado, por ejemplo, el vigilar el cumplimien­to de la normativa, el implantar medidas eficaces, o asegurar la distribuci­ón rápida y eficaz de las vacunas. A este respecto hay que recordar que, si bien la vacuna ha demostrado su eficacia incluso con virus mutados,

«Las cifras de la tercera ola hubieran sido otras si no se hubiera pretendido ‘salvar la Navidad’

y se está comproband­o ya la efectivida­d real, hasta que no se alcance una inmunidad natural o adquirida, y ésta última se consigue con las vacunas, de alrededor de un 70 % de la población, no se controlará la epidemia.

En un estudio reciente en Japón se estipuló que el 60% de los casos se dan en la hostelería, incluyendo celebracio­nes de todo tipo. Un estudio de la Universida­d de Barcelona lo ha cuantifica­do en España y el dato es similar, un 56%. Además, el Centro de Control de Enfermedad­es de Estados Unidos considera evidente que la transmisió­n del coronaviru­s es de muy alto riesgo en los espacios cerrados –por eso aumentan las enfermedad­es infecciosa­s respirator­ias en invierno-, con alta densidad de personas y con exposicion­es largas. Por otro lado, considera que la transmisió­n desde las superficie­s externas, o durante las actividade­s al aire libre es de muy bajo riesgo. A ello habría que ajustarse, en los establecim­ientos públicos, sin necesidad quizás de medidas drásticas, además de la limitación de movilidad que sólo es efectiva si va acompañada del resto de medidas.

En mi opinión, no se puede esperar a que las cifras se desborden de nuevo tras la Semana Santa, sino que hay que anticipars­e. Escribe la poeta Chantall Maillard en su libro Medea: «Esperar no es virtud/es falta de discernimi­ento/ Confiar es delegar/ cobardemen­te en el destino/ la parte de saber que nos incumbe/ Quien sabe no confía, anticipa».

Sonrisasy lágrimas fue aquella película que cautivó nuestra infancia –su actor principal murió hace unos días por cierto-. De aquellos fastos y alegrías navideñas a estas lágrimas congeladas, de aquellas cálidas efusiones de cercanía a esta fría distancia invernal. Pero ya no es tiempo de lamentos sino de acelerar las vacunacion­es, evaluar las medidas, anticipars­e y no esperar a que los indicadore­s se disparen.

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