Córdoba

Hidroalcoh­olismo

- Salcedo Morilla *

Mi perra, Kira, es una teckel de pelo duro que tiene 6 años y pesa 6 kilos y medio. Su código genético lleva impreso el instinto cazador que, como yo no soy cazadora, solo tiene oportunida­d de manifestar cuando vamos al campo; entonces se vuelve loca, corre, salta, se revuelca en la hierba, bebe en los charcos y en los venerillos formados por la lluvia o directamen­te de la manguera de riego y persigue con ahínco rastros invisibles a los que vuelve una y otra vez empecinada­mente. Mis amigos cazadores me recriminan el desperdici­o de tan buenas cualidades e incluso me dicen que la estoy haciendo sufrir, ya que ella disfrutarí­a más liándose a dentellada­s con la pata de un jabalí, pero en esta vida a cada uno le toca lo que le toca y a mi perra le he tocado yo; así que ella se adapta y en casa es una perra de carácter plácido que pasa el tiempo holgazanea­ndo y durmiendo en su cama o en el sofá, inactivida­d que solo altera para comer o beber y cuando oye el timbre de la puer

«Al regreso tiene que soportar un buen lavado»

ta o el de su correa, que le anuncia el momento de salir a la calle a pasear.

Al regreso tiene que soportar un buen lavado de patas porque, cómo podría si no, permitirle lo del sofá. Esto siempre ha sido así, pero cuando empezó el confinamie­nto, hace ya casi un año, intensifiq­ué con ella las medidas higiénicas. Al principio, como recordarán, desapareci­eron del mapa todos los productos desinfecta­ntes, especialme­nte el alcohol, hasta tal punto que me vi limpiando interrupto­res, enchufes, pestillos, manijas y cerraduras con el alcohol de romero que me sobró de darme masajes en los gemelos cuando hice el Camino de Santiago. Al cabo de unas semanas conseguí por fin un bote de gel hidroalcoh­ólico -el más pegajoso del mundouno de cuyos primeros destinos fueron las patas, el rabo y el lomo de Kira.

Y Kira se fue poniendo cada vez más pachucha: comía poco y mal, acudía de mala gana cuando la llamaba, parecía tristona y, sobre todo, se escondía cuando me veía con la correa en la mano. ¿Cómo no me di cuenta de lo que le pasaba? Fue mi madre, cuando en una ocasión vio cómo le frotaba las patas con el gel hidroalcoh­ólico tras volver del paseo, y que Kira se las lamía a conciencia. Inocenteme­nte comentó: «A lo mejor es el gel lo que le sienta mal». Y mi amiga María, que compartió confinamie­nto con nosotras, remató: «No, no es que le siente mal. Es que se pasa todo el día borracha.» Otro daño colateral.

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