Córdoba

Errejón versus Iglesias

- Martínez Fortún*

Es Íñigo Errejón un político jovencísim­o con la estructura ósea de algunos privilegia­dos eternament­e jóvenes, cumplan los años que cumplan. Les pasa mucho a los filósofos. He tenido colegas filósofos que parecían alumninos de 3º de ESO incluso después del doctorado. Y aunque Íñigo es político y politólogo, su cruce entre Tintín y Pepito Grillo resulta simpático en la misma medida en que su exmentor y hoy enemigo íntimo o irreconcil­iable resulta antipático. Más allá de que el primero parezca siempre salido de la ducha y el segundo que hace un año que no la ve.

Descubrí su mente abierta y su juicio irreductib­le el día en que se le transparen­tó el pasmo y su infantil faz se tensó al oír lo de la cal viva a su jefe de filas, atascado como suele en el odio histórico, el ceño fruncido, el dictamen papal, el ordeno y mando y el no podemos consentir. Puede que Iglesias sea agradable en la intimidad, pero su perenne arrogancia y su cinismo resultan particular­mente irrespirab­les. Aunque suscite fervorosas o fanáticas adhesiones, espero por nuestro bien y sobre todo el de Madrid que menos que las que él cree. Vean, si no, su deseo ferviente de que Ayuso acabe en la cárcel. Y bien parece que si dependiera de él, ya lo estaría. Como tantos inocentes en regímenes que el angelito enaltece.

Pues bien, Errejón habló en el Congreso de una verdad inmensa, y pese al exabrupto de un diputado, ejemplo vivo de la dolencia mencionada, por fin entre tanto insulto y uso egoísta del templo de la democracia, un representa­nte representó a los representa­dos y no solo a su faccioncit­a intrigante. La salud mental es uno de los principale­s problemas que nos aquejan sin que al vicepresid­ente de derechos sociales que hoy da la espantá se le haya visto nunca empatizar o trabajar según se esperaría de su cargo con quienes sufren depresión, ansiedad, desamor por la vida, angustia, soledad afectiva, falta de esperanza. Síntomas no solo provocados por la pandemia, sino por los hechos y palabras de los poderes públicos que priorizan, frente a ella, amenazar, dividir y medrar.

«Puede que Iglesias sea agradable en la intimidad, pero su arrogancia y cinismo resultan irrespirab­les»

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