Córdoba

Julia Domna (II). Emperatriz y madre

En la familia imperial residían las virtudes más definitori­as y eternas de Roma: pietas, concordia, virtus

- Vaquerizo *

Tras los fastuosos festejos que celebraron en Roma el regreso de la familia imperial, la posición de Julia Domna se vio muy comprometi­da por las insidias e intrigas del Prefecto del Pretorio, Fulvio Plauziano, que aprovechan­do su amistad con Septimio Severo consiguió casar a su hija Plautilla con el heredero de la púrpura imperial, el futuro Caracalla, regalándol­e de paso el estatuto de Augusta. A esto vino a sumarse un viaje a África, con una larga estancia en Leptis Magna, patria chica del emperador y de Plauziano, que debió ser para la emperatriz una verdadera tortura. Todo ello contribuyó a que se aislara, sumida en el estudio y rodeada de sabios con los que iría afianzando día a día su sólido perfil intelectua­l; hasta que en 204 las cosas empezaron a cambiar: durante la celebració­n de los ludi saeculares y honorarii Julia Domna, sus hijos, su hermana y sus sobrinas brillaron con luz propia junto a Severo; una bien diseñada imagen de unidad y armonía destinada a enfatizar su carácter dinástico, garantía de estabilida­d y prosperida­d para el Imperio, y evidencia de que en la familia imperial residían las virtudes más definitori­as y eternas de Roma: pietas, concordia, virtus. Se iniciaba así una nueva y prometedor­a etapa de paz y de grandeza.

La suerte había cambiado, y el primer signo evidente fue la caída en desgracia de Plauziano a comienzos de 205. Primero, el propio hermano del emperador puso a éste sobre aviso en su lecho de muerte; luego, Caracalla, que le achacaba haberle impuesto a Plautilla (a la que no amaba, y con la que nunca llegó a consumar el matrimonio) y tomarse atribucion­es que no le correspond­ían, lo acusó ante su padre de conspiraci­ón. Severo lo llamó a su presencia, y el Prefecto terminó

«En el año 212 toda Hispania quedaba asimilada a Roma, de hecho, y también de pleno derecho»

degollado allí mismo. Poco después Plautilla partía con su hermano para un exilio en Lípari del que nunca regresaría: Caracalla la mandaría matar apenas accedió él mismo a la púrpura. Julia encontró venganza, pues, a través de su primogénit­o, que la resarció de tantos años de humillacio­nes. Ella, sin embargo, se mantuvo al margen, haciendo gala una vez más de prudencia, y quizás también de astucia política. Sin embargo, su paz no sería duradera. La relación entre sus hijos nunca había sido buena, y la rivalidad entre ellos, viciados por la inactivida­d y las malas compañías, no tardaría en provocar el más dramático de los epílogos. Sin siquiera imaginarlo, Severo intentó motivarlos llevándolo­s con él a la guerra en el limes británico, de donde su horóscopo le había predicho que no volvería, pero lo único que consiguió fue potenciar aún más el carácter violento y cruel de Caracalla, quien después de intentar incluso sobornar a los médicos para que aceleraran la muerte de su progenitor, y a pesar de los esfuerzos de todo tipo desplegado­s por Julia, nombrada por primera vez en la historia mater senatus et patriae en un intento vano de que pudiera garantizar el orden político y salvar al pueblo de las amenazas derivadas del odio entre los dos hermanos, desapareci­do Severo no tuvo el menor reparo en asesinar delante de su propia madre (herida incluso en el brete) a Geta, quien conforme a la última voluntad del padre habría debido co-regir con él los destinos de Roma. Era el año 211, y a Domna no le quedó más opción que sacrificar su dignidad de madre y encubrir el crimen en beneficio de la continuida­d dinástica y la seguridad de sí misma y de su familia. Como contrapart­ida, quedó ligada a su hijo por lazos execrables, lo que, maledicenc­ias aparte (fueron acusados de incesto), se traduciría en un poder creciente, hasta alcanzar cargos y responsabi­lidades nunca antes ocupados por una mujer.

Sólo unos meses más tarde, tras un terrible baño de sangre --las fuentes hablan de 20.000 muertos: Caracalla mandó asesinar a todo aquél que había sido amigo o prestado algún tipo de apoyo a Geta, además de a posibles rivales--, el nuevo Emperador decretaría la Constituti­o Antoninian­a, que concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio nacidos libres; un edicto que la historiogr­afía moderna ha destacado como uno de los actos de generosida­d política más importante­s concedidos por un gobernante romano, con un matiz de ecumenismo ético sobre el que se han vertido ríos de tinta, pero que en realidad obedeció a una decisión puramente práctica: Caracalla había dilapidado la fortuna heredada de su padre sobornando a las tropas para que lo apoyasen en su legitimaci­ón como emperador tras el asesinato de su hermano, y necesitaba nuevos ingresos con los que llenar las arcas del Estado. Como los extranjero­s no tenían obligacion­es fiscales, exclusivas de los ciudadanos, al conceder iguales derechos y deberes a todos los provincial­es Caracalla logró su objetivo ‘engañando’ de paso a la historia; circunstan­cia que no resta trascenden­cia a la iniciativa. En el año 212 toda Hispania quedaba asimilada a Roma, de hecho, y también de pleno derecho.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain