Talleres
Durante los más de cuarenta años que llevo conduciendo y llevando el coche al taller personalmente para revisiones y averías, he comprobado un par de reglas que se cumplen casi invariablemente y digo casi por aquello de la excepción. Veamos: cuando hay una avería y el diagnóstico previo que emite el mecánico, a ojo de buen cubero, oscila entre algo sencillo y un daño gordo, así que ya te llamará, siempre es lo segundo; pienso que lo sabe desde el principio, pero no se atreve a comunicarte la noticia de golpe y te va preparando poco a poco. La otra regla es sobre la factura: sea la que sea la cantidad a la que ascienda, siempre hay que dar gracias a todos los santos y santas del cielo de que sea esa; porque siempre puede ser más. Y la tendrás que pagar igualmente.
En tantos años he tenido todo tipo de averías; una, camino de Cerro Muriano, me dejó tirada en la carretera y echando humo --junta de culata--; otra, volviendo de Francia, solo me dejó tirada --bomba de
«Otra vez conseguí llegar hasta el taller, sin levantar el pie del acelerador...»
la gasolina--. Otra vez conseguí llegar hasta el taller, sin levantar el pie del acelerador, con el coche dando tirones, porque tenía un pizco en el chiclé (para quien no lo sepa, es el dispositivo que regula el paso del combustible al carburador). Otra, fue el carburador solo... Que conste que no sé si ciertas piezas siguen formando parte de los coches actuales, pero en mis primeros años de conductora llevaba en el maletero correas de repuesto para el ventilador y agua destilada para rellenar la batería. Y no hablo de averías que pueda resolver por mí misma, porque, sin presumir, he llegado a cambiar una rueda en una calle de Torremolinos, cuesta arriba, con mis hijos jugando peligrosamente y mi madre dándome instrucciones sin tener la más mínima idea. Por cierto, unos minutos después, en una zapatería, me robaron el bolso con 20.000 pesetas dentro. Un día para recordar.
Pero a pesar de la experiencia acumulada, hay averías capaces de sorprenderte. La última ha sido con la batería, en periodo de garantía. Diagnóstico previo: «La batería está buena; esto va a ser que, aunque apagues todas las luces y cierres el contacto, hay algún aparato que se queda funcionando en segundo plano y la descarga. Lo comprobamos y te llamo». De paso, hacedle la revisión. Resultado: «Que no, que es la batería que no está buena». ¡Qué alegría! «Espera, no corras, que falla el alternador y hay que cambiarlo». Total: 725 euros. ¡Gracias, Dios mío!
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