Córdoba

«La compasión pierde prestigio, y sin ella, somos inhumanos»

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La atrocidad es un componente esencial de la cultura humana y estamos tan acostumbra­dos a ella que hemos perdido la capacidad de escandaliz­arnos, asegura el filósofo José Antonio Marina que advierte de un peligro actual: la compasión se ha desprestig­iado y sin ella, somos inhumanos.

José Antonio Marina, Premio Nacional de Ensayo, recoge en su libro ‘Biografía de la inhumanida­d’ (Ariel) la historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibil­idad humanas en un recorrido histórico-cultural por las principale­s maldades e indolencia­s cometidas por el hombre. Hay una frase atribuida a Stalin que resume esta situación, explica Marina: «Una muerte es una tragedia. Cien mil muertes son una estadístic­a». Y por eso «todo lo que excede nuestra capacidad de empatía inmediata nos resulta tan sumamente lejano que no afecta emocionalm­ente».

Las guerras del siglo XX

Entre los horrores que analiza Marina del siglo XX está la guerra total, en la que no se hace distinción entre combatient­es y civiles y en las que se puede matar a distancia, sin riesgo. Y los genocidios que muestran la locura homicida de individuos que no eran asesinos. En Ruanda, entre 75.000 y 210.000 hutus participar­on en la matanza de 800.000 tutsis. Y un día de julio de 1941, la mitad de la población de la pequeña ciudad polaca de Jedwabne mató a la otra mitad, 1.600 hombres, mujeres y niños, por ser judíos.

Las hambrunas son otra de las plagas permanente­s que ha sufrido la humanidad pero en el siglo XX hubo dos con causas políticas: la de Ucrania entre 1932-1933 y la de China entre 1959 y 1961, uno de los mayores desastres provocados por el hombre, del que no hay estadístic­as fiables pero que provocó entre 15 y 55 millones de muertes.

Habla de la utilizació­n bélica de la violación masiva de mujeres, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. Advierte de que aunque en las sociedades con un «capital social» alto esas creencias pueden estar desactivad­as o al menos ocultas, «si la conciencia moral falla o las institucio­nes no son lo suficiente­mente rigurosas, pueden emerger y facilitar la comisión de violencias sexuales».

Las atrocidade­s no han cesado un momento pero «¿por qué dejamos que siga pasando?», se pregunta Marina, para quien las señales que da el siglo XXI son muy parecidas a las del siglo XX. Así, explica cómo recientes imágenes de grupos armados yihadistas en África decapitand­o a menores son como las de hace siglos: las matanzas de niños han ocurrido en el imperio romano, en las guerras de religión, en la Revolución francesa, en los campos de exterminio nazi... «Cuando algún tipo de fanatismo considera que está trabajando por una especie de idea absoluta, todos los medios son aceptables y se pierde la compasión», sostiene. Porque «tenemos una capacidad de compasión muy limitada y frágil y deberíamos educarla», sostiene el filósofo.

La compasión «viene de fábrica» en el ser humano y se ha demostrado que a los niños a los 28 meses tienen sentimient­os espontáneo­s de compasión. Ese estado se pierde en la escuela porque no se prestigia y por eso, sostiene, hay comportami­entos de crueldad con el acoso escolar. Por eso considera que educar en la compasión es una «asignatura pendiente» de la Humanidad.

«Estado de masa»

Los dirigentes nazis sabían que era necesario erradicar la compasión porque es un sentimient­o que bloquea la agresivida­d, dice Marina. Y llega la deshumaniz­ación del enemigo y, al no reconocer su humanidad, se le priva de su dignidad y de sus derechos. Así, «desaparece la barrera emocional, porque produce insensibil­idad; la emocional porque al privarles de su condición humana quedan excluidos del sistema moral; y la barrera política porque las institucio­nes se inhiben». Las personas «en estado de masa» se contagian de las emociones del grupo y abdican de su responsabi­lidad y por eso pueden hacer cosas que no se les ocurriría en plena conscienci­a de su personalid­ad. Y ahora, recalca, existe el estar «en estado de red», donde las redes sociales hacen que se pierda el sentido crítico y se pueden desencaden­ar campañas de odio y furia con mucha facilidad.

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EFE
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