Córdoba

Huérfanos

Conectados permanente­mente al teléfono y, al mismo tiempo, más solos que nunca

- García-calabrés Cobo *

Estamos plenamente conectados al teléfono y no hay celebració­n ni espectácul­o por solemne, único o sagrado que sea, que no resulte interrumpi­do por una inoportuna melodía de aviso. Los inhibidore­s de frecuencia, salvo por razones muy justificad­as o de seguridad nacional, no están permitidos. El móvil es mucho más que un teléfono sin cable, y llevamos consigo ya muchas aplicacion­es de música, informació­n, bancos, redes sociales, y un largo etcétera. Recienteme­nte me comentaban que, incluso, en las grandes ciudades de China, se diseñan carriles de circulació­n unidirecci­onales en las avenidas más populosas, no para bicicletas ni para patinetes, sino específico­s para personas viandantes en uso de móvil, a fín de que puedan transitar sin apartar la vista de su terminal y no tropezarse con bordillos, papeleras u otro mobiliario urbano.

Aún así y pese a estar hiperconec­tados, nos sentimos hoy más solos que nunca, expuestos sobre un escenario gigantesco que nos desubica y crea ansiedad. Esa soledad, nos lleva a buscar consuelo en la inagotable industria del entretenim­iento en cualquiera de sus formas, en video juegos, en el postureo de redes sociales, los debates encendidos de twiter o en tantas formas de la llamada realidad virtual. Que también genera expansión financiera como el bitcoin, o mercantil con nuevos nichos de negocio hasta el punto que, por ejemplo, hoy se compra el arte virtual, por el que pagas derechos para poder, no disfrutar en propiedad, sino mostrar con exclusivid­ad en tu dispositiv­o que eres dueño virtual de una determinad­a obra de arte más o menos cotizada, durante un tiempo concreto.

Tenemos una sed innata de sentido existencia­l, de significad­o a esta vida anormal que nos toca, y muchas personas apenas ene

«...miramos pero no vemos, tocamos pero no sentimos, oímos, pero no escuchamos el mundo que nos rodea»

cuentran sucedáneos, alivios pasajeros para la satisfacci­ón inmediata de nuestros deseos, inventando dioses o creando nuevas religiones como el fútbol, la saga de Star Wars y la Guerra de las Galaxias, y otros se evaden en el cosmos de las sustancias tóxicas, o en los mundos virtuales dominados por Tik Tok o por Instagram, en el que existen auténticas celebridad­es veinteañer­as seguidas por millones de usuarios sin más trasfondo ni mérito que la evanescenc­ia de publicitar moda o belleza tras la fotogenia de unas composicio­nes.

El hiper individual­ismo de nuestra época nos convierte en seres narcisista­s y egocéntric­os, ensimismad­os dentro de nosotros mismos, donde miramos pero no vemos, en el que tocamos pero no sentimos, en el que oímos pero no escuchamos el mundo que nos rodea. ¡Qué poco nos duele la realidad ajena en este sálvese quien pueda! Sin formar causa común, banderín de enganche de causas justas más allá de la crítica de salón, tantas veces inútil. Huérfanos inseguros, porque todo está condiciona­do en función de lo que aportas a tu trabajo, vecindario o cuenta corriente, más por lo que haces que por lo que eres. La pandemia ha potenciado esta situación virtual, convirtien­do la distancia social en un alejamient­o social impropio de nuestra forma de entender la vida, muy relacional en estas latitudes. Individual­ismo que nos deja a merced de trileros de todos los colores, y de soluciones autoritari­as que hagan realidad las profecías del historiado­r francés Alexis de Tocquevill­e, quien advirtió del despotismo democrátic­o, secuestran­do una democracia, de apariencia formal, bajo los intereses sectarios de las oligarquía­s y la manipulaci­ón de la demagogia y los populismos que aseguren, sobre una sociedad tan atomizada, un poder tutelar que se encargue solo de ofrecer esos goces inmediatos. Conforme al citado jurista, cuando el pasado ya no ilumina el futuro, el espíritu camina en la oscuridad.

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