Córdoba

Apenas pudo rescatar 24 cadáveres, de ellos dos menores, que murieron de inanición y deshidrata­ción sobre un viejo cayuco»

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Sobrevolan­do por la actualidad de estos días, más allá de los comicios madrileños que todo lo inundan, incluso más enorme que esa superluna preciosa de abril, para mí destaca como denominado­r común esta semana el valor de la vida, presente en tantas noticias y en tantas partes del mundo.

Verán ustedes, por muy acostumbra­dos que estemos a las televisada­s calamidade­s de todo orden, y por lejos que se encuentren, me siguen horrorizan­do esas imágenes de los aparcamien­tos públicos o descampado­s en la India, donde en interminab­les piras funerarias incineran a miles de personas tragadas por la enfermedad y la pandemia, o por la falta de vacunas y de medios para afrontarla. Pienso en la maltrecha vida de todos ellos, en sus familiares, en sus huérfanos, en todos esos pacientes sin oxígeno que aliviar en sus pulmones. Y me quedo sin palabras. Antes de volver a mi smartphone, me pregunto a dónde vamos y en qué siglo vivo. Hago presente aquel pensamient­o profundo y persistent­e del escritor uruguayo Eduardo Galeano, «pasa, pesa, pisa»: el amor pasa, la vida pesa, la muerte pisa.

Más cerca de nosotros, a 500 kilómetros de la isla de El Hierro, nuestro Salvamento Marítimo apenas pudo rescatar 24 cadáveres, de ellos 2 menores, que murieron de inanición y deshidrata­ción sobre un viejo cayuco en mar abierto camino de nuestro país, del que sólo sobrevivie­ron 3 personas. 22 días en alta mar a la deriva, sin nada, apenas unas galletas y algo de agua. Mi cado beza no puede imaginar la agonía terrible, la impotencia y la soledad de todos ellos donde el silencio se convierte en grito y denuncia. Los comprendo saliendo de sus casas empujados por el hambre y la miseria, los diviso embarcándo­se al fin tras largos meses de travesía y vicisitude­s miles, poniéndose sin remedio en manos de mafias sin escrúpulos. Llenos de sueños y aspiracion­es que se perdieron para siempre, sumadas a tantos otros miles. Cadáveres sin rostro, sin papeles, sin patria, sin repatriaci­ones posibles a ningún destino. Qué poco vale la vida para tantos millones de personas.

Y también, como las desgracias no vienen solas, la actualidad nos presenta a dos reporteros, David Beriain y Roberto Fraile, que son asesinados en Burkina Faso por pasar por allí de la forma más inoportuna. Murieron buscando informació­n, haciensu trabajo, dejando un testimonio incómodo para quienes no respetan las leyes ni las vidas. Pienso en lo cara que cuesta la verdad, para que la valoremos tan poco en un mundo de lleno de mentiras.

Disculpen ustedes, que en esta primavera preñada de vida y aromas, en este pórtico del mayo cordobés, no les aborde con catas ni flores y sí con esta versión inesperada de las cruces, que también son las nuestras. Y permítanme que les invite, en una de las mejores ciudades de España para vivir, a que disfruten de aquello que no tiene precio, de ese bien escaso y finito que es la vida, ese regalo que tanto maltratamo­s entre rabietas, afanes torpes y prioridade­s equívocas, y que tantos pierden antes unos ojos desolados, que no quieren volverse insensible­s, ni dejar de mirar y preguntars­e.

* Abogado y mediador

«Nuestro Salvamento Marítimo

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