Los patios menos visitados, el placer de ir a paso lento
Las rutas de Realejo-regina y Santiago-san Pedro son las menos vistas
Pasear por los patios de Córdoba un día entre semana es un placer. Adentrarse en casas particulares y conocer los entresijos de cada edificio y a las familias que las habitan supone una experiencia única que solo es posible durante dos semanas al año. Después de meses de restricciones de movilidad, los cordobeses se han lanzado este año a la calle masivamente para disfrutar del concurso, que tiene zonas poco exploradas que conviene redescubrir. En estos casos, menos es más. Las fronteras entre las distintas rutas no existen, así que según la orientación que tome cada uno es posible diseñar el recorrido propio. Si en estos días (ya se verá qué ocurre el fin de semana) se desea una visita relajada en la que hablar con los cuidadores sin prisas, vale la pena saber cuáles son las zonas menos frecuentadas y a partir de ahí, dejarse llevar. Según los datos aportados por el Ayuntamiento de Córdoba, los patios englobados en la ruta Realejoregina (Diego Méndez 11, Gutiérrez de los Ríos 33, Santa Marta 10, Pedro Fernández 6, Pedro Verdugo 8 y Escañuela 3) son hasta ahora los menos vistos de la edición centenaria, seguidos por los que se aglutinan en el entorno de Santiago-san Pedro (Plaza de las Tazas 11, Isabel II 1, La Palma 3, Aceite 8, Siete Revueltas 1, Tinte 9 y Barrionuevo 43). El menos transitado hasta el momento es el de Pedro Verdugo 8, una casa particular que fue casa de vecinos el siglo pasado, donde vivieron hasta siete familias a la vez. Su propietaria actual, Mª Ángeles Flores, lleva diez años participando en el concurso con un recinto en el que se pueden ver más de 20 variedades florales, además de elementos típicos como el propio diseño del patio, el pozo o el suelo empedrado. Callejeando por la zona, a poca distancia, el paseante se encuentra con otra casa particular sobre un solar que antaño fue también casa de vecinos, en Gutiérrez de los Ríos 33. En la categoría de arquitectura moderna, concursa la casa de Benito Raya, una vivienda unifamiliar adquirida en los años 90, después de que fuera expropiada por el Ayuntamiento en los
70 para una reordenación de la zona que no se llegó a producir aunque alteró el contorno de la vía. Abandonada la idea inicial, recuerda, «se la ofrecieron de nuevo a los herederos de la familia, pero no la querían y nosotros compramos el solar, de unos 180 metros». Allí edificaron su hogar, con un patio presidido ahora por un limonero y varios naranjos. «Queríamos camuflar las elevadas medianeras y lo hicimos incorporando árboles», explica. Si se fijan, además del contorno de varios gatos, encontrarán una puerta cerrada con el número
39 en un lateral del patio, «un guiño a las casas de vecinos y al número original de la parcela, que ahora es el 33».
Una vez allí, quien desee ver una casa de vecinos actual, al estilo de Martín de Roa 7 y 9, debe encaminarse hasta Diego Méndez 11, otra desconocida del gran público cuyas plantas cuida Rosario Ojeda, su marido y su hija Alicia, de 14 años, posible relevo generacional para una casa que, como antaño y tras ser rehabilitada por Vimcorsa, sigue acogiendo a varias familias bajo el mismo techo. No muy lejos se encuentra el patio de la calle Isabel II 1, en la que viven tres familias y en cuyo patio reformado se pueden ver elementos singulares como tres capiteles de origen romano, islámico y califal o un pozo en torno al cual disfrutar de la contemplación de la extensa variedad de flores que pueblan la zona común de la vivienda, como gitanillas, jazmines, begonias, ejemplares de costilla de Adán, hortensias o helechos.
Antes de concluir la ruta, conviene hacer un alto en el camino para perderse en la casa de la arquitecta Cristina Bendala, en la plaza de las Tazas 11. De dimensiones descomunales en comparación con otros patios, adentrarse por el suyo supone sumergirse en una especie de jardín botánico donde es posible contemplar una amalgama de planta verde y florar impresionante. Cristina y su marido adquirieron la casa semidestruida en los 70 y la han rehabilitado respetando el espacio y enriqueciéndola. Todos los árboles que hay plantados tienen 38 años, los mismos que llevan viviendo allí. En la flora visible, que se desparrama por cada esquina, se mezclan imponentes moreras injertadas sobre pies de sendos olmos, palmeras, una buganvilla descomunal y un rosal amarillo que cuando florece es la envidia del barrio. Pese a su espectacularidad, solo 256 personas pasaron por este patio el martes. Vayan y vean.