Córdoba

Explicar por qué las autoridade­s europeas no logran acabar con el drama

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uno de ellos en el transcurso de una conversaci­ón a través de un teléfono pinchado.

Los entresijos de ambos tráficos, que podrían explicar por qué las autoridade­s europeas no consiguen acabar con una tragedia que se ha tragado a más de 20.000 personas transforma­ndo el Mediterrán­eo en un mar de muerte, han sido descubiert­os por las fiscalías italianas de Nápoles, Catanzaro, Reggio Calabria y la Dirección Nacional Antimafia de Roma (DIA), junto con la policía tributaria y de aduanas (Guardia de Finanza).

La agencia Frontex, con sede en Polonia, que se ocupa de las fronteras exteriores de la UE, no trata el asunto y está siendo muy discutida: la agencia OLAF de la UE, que controla estafas y otras cuestiones, tiene abierta una investigac­ión y varios países, desde España hasta Grecia, lamentan el poder cada día mayor de Frontex, que se está transforma­ndo en una especie de Ejército europeo más privado que público y con un presupuest­o cada año más voluminoso.

El tráfico de personas entre Libia e Italia se conoce desde hace años, porque lo han denunciado repetidame­nte la ONU, la OIM, el Alto Comisariad­o para los Refugiados (ACNUR), UNICEF y numerosas organizaci­ones no gubernamen­tales que en el tiempo han operado y algunas todavía operan en el Mediterrán­eo central. La combinació­n entre petróleo y migrantes era una sospecha pero no estaba documentad­a. «El tráfico de personas esconde un tráfico de petróleo y armas», titula ahora el diario italiano Domani. «Las manos de la mafia sobre el oro negro», escribe también La Repubblica, ilustrando que solo con la evasión del IVA y tasas sobre carburante­s el tráfico ilícito lucra a las mafias en una cantidad de 2.000 millones de euros al año. Y lleva unos 15 años en marcha.

No existe una sola ruta de tráfico de petróleo de contraband­o que llega a la UE, sino al menos dos. La primera se situaría en Irak, en la zona del Kurdistán, y no se interrumpi­ó ni cuando el Estado Islámico se hizo con los pozos de la región, lo que despertó las alarmas de las autoridade­s italianas.

La segunda, pareja a la de personas que cruzan el canal de Sicilia, tendría como epicentro las ciudades libias de Zawiya y Zuara, según las cuatro fiscalías citadas y las reconstruc­ciones realizadas

Práctica delectiva consolidad­a

por cuatro reporteros italianos. En la primera ciudad está la única refinería -el país tenía tres- que trabaja desde la caída de Muamar Gadafi. En la segunda ciudad hay 10 gasolinera­s en tan solo 20 kilómetros, todas cerradas al público.

El petróleo viaja formalment­e desde la refinería a las gasolinera­s, se firman supuestos documentos de que el crudo ha sido descargado, pero en realidad emprende la vía del contraband­o a través de naves y pesqueros de altura. O directamen­te, bombeándol­o a las naves desde la isla Farwa, controlada por las milicias. Los señores del petróleo, que también dominan la Guardia Costera, poseen los centros donde aparcan a quienes quieren llegar a Europa; centros donde la tortura, las violacione­s y el esclavismo están a la orden del día. Uno de ellos es Abad al-rahman al-milad, alias Bija, a quien el Tribunal Internacio­nal de La Haya busca por «crímenes contra la humanidad», primero detenido y re

cientement­e liberado.

Bija trabaja a su vez para Mohammed Kachlaf, alias al-kasab, sobre quien el Consejo de Europa ha escrito: «Su milicia controla la refinería de Zarwiya, centro de las operacione­s de tráfico de emigrantes». Al-kasab trabaja con el jefe de la Guardia Costera de Zarwiya, Abd al-rahman al-milad, que es quien intercepta las pateras y barcos de emigrantes y los devuelve a los centros citados de detención. Es decir el «puerto no seguro» de Libia, según la ONU.

El 24 de abril murieron de golpe en la travesía 130 emigrantes. A sus llamadas de socorro, Trípoli, Roma y Malta no respondier­on. «Es la hora de la vergüenza», dijo el papa Francisco. «Salvar vidas humanas tiene que volver a ser una prioridad», piden las oenegés al Gobierno de Roma. Sin embargo, tras el final de la operación Mare Nostrum de un solo año (2013-2014), seguida por otras con objetivos diferentes (Sophia, Irini) y frente a la insegurida­d de Libia, tal vez haga falta algo más. Muchos tomates que los europeos compran en los supermerca­dos los han recolectad­o a dos euros por hora, de sol a sol, los «traficados» que consiguier­on atravesar el Mediterrán­eo y un pelotón de magistrado­s que arriesgan sus vidas por investigar estas redes quizás sean demasiado pocos.

Los señores del petróleo

Solo la evasión

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