Decir adiós para volver
Cada otoño, en el número 20 de la calle Ambrosio de Morales hay vecinos nuevos: de aquí y de allá vienen una opositora, un recién graduado o una autónoma; de aquí y allá llegan los artistas. Artistas como el malagueño Benito, que no sabe si quiere dedicar su vida a escribir, pero ha venido a comprobarlo; como Laura, de Trassierra, que sin duda quiere ser pintora; o como Jorge, que viene desde Venezuela para continuar su formación musical. El arte se abre paso como puede, porque tiene pocos sitios propios donde ocurrir. La Fundación Antonio Gala, uno de esos extraordinarios lugares, ofrece a los jóvenes artistas la oportunidad de dedicarse en exclusiva, durante ocho meses, a la creación.
Al comienzo del curso, en octubre, nos reunimos un grupo de personalidades tan dispares como nuestros proyectos artísticos. Con el paso de los meses, la convivencia nos ha ido despojando de nosotros mismos para dejarnos impregnar por los otros. No es posible crear en completa soledad. La compañía es necesaria para salvar los momentos de frustración e incertidumbre, para arrojar luz sobre los puntos fuertes de la obra, para ir conformando un criterio singular pero compartido.
Esta sinergia solo puede producirse interviniendo dos dimensiones cada vez más valiosas: el tiempo y el espacio. En un mundo dominado por la productividad y el exceso de estímulos resulta difícil parar. Más complicado aún es detenerse a pensar. De nada sirve tener un impulso creativo si no se tiene la calma necesaria para transformarlo en algo que pueda transmitirse al resto. La labor artística da frutos cuando el tiempo deja de medirse.
Así ocurre cuando atravesamos los muros del antiguo convento del Corpus Christi, cuando nos encontramos con el viejo naranjo que se alza imponente en el centro del claustro. Aquí, el tiempo se vuelve elástico, se dilata y se encoge a su antojo, ajeno al dictado de los relojes. Obedece a un ritmo propio marcado por la creación y los afectos. Como tantos residentes que han trabajado, comido, dormido bajo estos techos los últimos veinte años, pensamos este lugar como una casa en la que nos han sido concedidos los recursos y la confianza para que llevemos a cabo un proceso profundo de