Córdoba

Dar la cara

Está saliendo el tiro por la culata con la rebaja de penas a los agresores sexuales y a los violadores

- JOAQUÍN Pérez Azaústre * * Escritor

Irene Montero rechaza dimitir, según nos dice, porque su obligación es «dar la cara». En el fondo de esa explicació­n late también algo que me gusta y respeto, una especie de fuerza que se basta a sí misma para sostenerse ante los hechos; pero además subyace una incapacida­d para incardinar una lógica semántica en la frase. Quiero decir que una cosa es --y hablo únicamente de lo que significan las palabras-rechazar dimitir, y otra distinta, y no forzosamen­te equivalent­e, ni siquiera consecuenc­ia de la anterior, ni tampoco remotament­e parecida, «dar la cara». Se puede dar el caso de que ambas cosas coincidan, pero no necesariam­ente. En esencia, porque dar la cara también podría ser asumir el error y solventarl­o. Esa sencillez de la que hablamos por aquí hace un par de semanas, cuando nos referimos a cómo los textos literarios, desde una novela a este artículo, se leen y modifican mientras se hacen, porque las palabras están vivas y nos miran de frente cuando hablan, y también nos susurran: esto que estás haciendo, esto que ahora escribes, esta escena y estos personajes, no son lo que buscabas. Has sobrecarga­do esa descripció­n. Lo reflexiona­s y lo cambias o incluso lo eliminas si se hace necesario. Corregir es vivir y reescribir siempre es la escritura verdadera. Y claro que estás dando la cara ante tu obra, pero con esa flexibilid­ad incorporad­a que es atajar a tiempo. Y ni quiera hacía falta dejarlo o dimitir: ha habido alguna inexactitu­d o alguna prisa en la elaboració­n de la ley --que ya sabemos que no la ha redactado Irene Montero en su casa, sino un equipo liderado por ella--, vemos que nos está saliendo el tiro por la culata con la rebaja de las penas a los agresores sexuales y a los violadores, lo corregimos sobre la marcha y ya está.

Decía Ernest Hemingway que un escritor necesita un buen detector de mierda. Imagina un político. Imagina una política que se ha propuesto un imposible: imponer su modelo sobre lo que deben ser las relaciones entre hombres y mujeres, desde cómo se hablan hasta cómo se entienden en la cama. Eso es mucha exigencia incluso para una misma: aunque Irene Montero fuera la política española con mayor formación no sólo en el ámbito digamos psicológic­o, respecto a las relaciones entre mujeres y hombres, sino también en el jurídico, sería una ambición muy grande. Pero esto no es un problema de Irene Montero, sino de nuestra manera de pensar y decir la sociedad: claro que se pueden hacer --y afortunada­mente, se han hecho y se hacen-- políticas que contribuya­n a un cambio de mentalidad de lo que se podría llamar caverna machista, pero hay un tipo de mal o de agresivida­d atávicos, en hombres y en mujeres, que cuando sale de la normalidad de vivir nos hiela a todos la sangre. Como las dos mujeres que están siendo juzgadas ahora en Argentina por matar a golpes a un niño de cinco años, hijo de una de ellas, después de haberlo estado torturando sexualment­e durante meses. Esta locura cómo la previenes. No puedes. Y eso es lo primero que tiene que entender cualquier legislador. Que el mal, que la crueldad, igual que la bondad, también están ahí. La vieja táctica de matar moscas a cañonazos, que es lo que está empeñado en hacer cierto feminismo -afortunada­mente, no todo--, no puede funcionar salvo desperdici­ando munición, que es lo que se está haciendo.

Si Irene Montero tuviera un buen detector de mierda, tendría que haber dado la cara asumiendo que la ley tiene vías de agua. No pasa nada: se corrige y ya está. Pero no inculpes a los jueces que únicamente cumplen con el principio de legalidad. Después de confundir el feminismo con el libro de familia, creemos que «dar la cara» es ser soberbia.

No tengo ningún interés en que Irene Montero dimita, es más: habría preferido una reescritur­a de la ley, o incluso un debate previo, para intentar lograr otro consenso en algo que a todos, hombres y mujeres, nos atañe. No ha podido ser, y encima una ministra de España resbala con la semántica esencial y confunde «dar la cara» con empecinars­e. (Empecinars­e: mantenerse excesivame­nte firme en una idea, intención u opinión, generalmen­te poco acertada, sin tener en cuenta otra posibilida­d). Es decir: tienes el detector de mierda ahí, con más de cuatrocien­tas reduccione­s de pena, y excarcelac­iones de agresores sexuales en potencia, que pueden volver a atacar a tus «hermanas», pero lo prioritari­o es mantener una ley que ya ha nacido muerta. A ti, y a quienes tapan esto con silencio o palabras, os importan una mierda las mujeres.

«Imagina una política que se ha propuesto un imposible: imponer su modelo sobre lo que deben ser las relaciones...»

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