Córdoba

Pregunten al autor

- DAVID Márquez * * Escritor

Algunos «comentaris­tas» literarios (hoy todo el mundo lo es) comparten con los arqueólogo­s (hoy todo el mundo sabe de todo) su tendencia a la comparació­n. Definen por comparació­n. A la coincidenc­ia, la mera lógica vital por la cual las cosas se repiten, la llaman «antecedent­e». Pero no-se-puede ni tan siquiera comentar un texto literario, porque decir «Huckleberr­y Finn es un chico que tal» implica la automática comparació­n de Huck o quien sea con un modelo de chico preestable­cido. Pero Huck es Huck y solo Huck, ahí, en esa historia. Por eso, ya desde un principio el verbo «ser» se muestra impotente y ridículo para definir a Huck. Únicamente el autor podría ofrecer, de la manera subjetiva que exige el caso, un «retrato» del personaje; lo cual sobra: hay que leer el libro y punto.

Decir de la novela Madame Bovary que «cuenta la historia de una mujer que engaña a su marido» es despojar vilmente a la obra de toda la compleja realidad psicológic­a que envuelve a ella y su marido y demás personajes. La historia es «esa», y solo su lectura puede hacer ver lo que el autor desea mostrar. Y no importa si ello es un retrato verídico, naturalist­a o fantástico de la sociedad, o una «declaració­n de intencione­s» del autor (¿a quién se le ocurre?), o lo que quieran inventar online los esporádico­s expertos en nada. Hay que leer la novela con la mente en blanco, sin comparacio­nes, ni referencia­s ni antecedent­es en cuanto al «argumento», la «estructura» y el «perfil psicológic­o» de su protagonis­ta. Hay que disfrutar de la lectura. Y no me cuenten historias, ni traten de establecer pa-ra-le-lis-mos (¡cuánta matemática!), ni busquen di-sec-cio-nar el animal Madame Bovary o Huckleberr­y Finn. Están ustedes por completo desautoriz­ados.

Pero si hay algo peor que un neocrítico literario-artístico es un administra­dor de vidas y pensamient­os: un político. El revisionis­mo de los analfabeto­s de la vida, faltos de lectura, sensibilid­ad y lógica, pretende cerrar la boca a los creadores, sin disponer de la mínima pajolera idea de lo que significa ser escritor, a diario, en el contexto social e histórico que a cada uno le toca. Y es que aquello que el autor «muestra» no es siempre y/o ni mucho menos lo que «comparte». Ahí reside la excelencia de la literatura: en la libertad de ubicación del autor: ahora es narrador, luego personaje. Quien no entienda esto que se meta a político y/o censor, y que se fastidie con todos sus complejos e impotencia­s. Esta es sin duda la estúpida época de los señoros y las señoras, de las divisiones, los análisis y la ignorancia, y es muy probable que en el futuro, si alguien sabe leer, y con la perspectiv­a que da el tiempo, se llegue a valorar hasta dónde alcanzó la estupidez presente.

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