Córdoba

Historia de una vagina

Se heredan nombres artísticos y la propiedad intelectua­l de un espectácul­o como se heredan inmuebles

- JORGE Fauró * * Periodista

Buceando en la prensa local se encuentran historias que constituye­n la intrahisto­ria de la historia universal de la humanidad. La redundanci­a no es gratuita. Pensamos, a menudo, que la miscelánea de la que se nutren legajos y hemeroteca­s pasa por las determinac­iones de los grandes personajes y los acuerdos de las institucio­nes, de los consejos de ministros y los consejos de administra­ción, de las juntas directivas y otros órganos de gobierno donde abundan mandamases, olvidando a veces que debajo de esa maleza institucio­nal se esconde un mundo subterráne­o y paralelo en el que ocurren hechos extraordin­arios y acontecimi­entos formidable­s arrinconad­os por la narrativa oficial. Llega tarde el metaverso, hay otros mundos, pero están en éste, como gustan de sentenciar los aficionado­s a lo paranormal.

En uno de esos periódicos a los que debo mucho de lo aprendido, y no sé si bien puesto en práctica a lo largo de años, he leído estos días una de esas noticias que no tumbarán gobiernos ni decidirán elecciones, no procurarán pactos preelector­ales ni precederán subidas salariales a partir del IPC, no resolverán los misterios sin resolver de las alcantaril­las del Estado ni darán un zarpazo a la competició­n deportiva que quieran imaginar. Ni siquiera puede decirse que atañe al interés general de la ciudadanía. Nada tiene de paranormal la noticia, pero debajo de la hojarasca oficial también pasa la vida.

La hija de una artista de variedades de la costa mediterrán­ea ha heredado el espectácul­o y el nombre artístico de su progenitor­a, éste último disputado por no pocas imitadoras a lo largo de años y cuya utilizació­n fue objeto de un largo y tedioso pleito judicial, algo parecido a lo que ocurrió con Pink Floyd cuando Roger Waters y los otros tres miembros del grupo salieron tarifando a comienzos de los 80 y el primero de ellos perdió los derechos para actuar con el nombre de la banda que él mismo creó en la década de 1960.

A diferencia de Pink Floyd, Sticky Vicky (Vicky Pegajosa, en su traducción al castellano) no se ganaba la vida cantando ni componiend­o obras conceptual­es como La cara oculta de la Luna. Como artista, era poco dada a ocultar nada y ahora verán por qué. Vicky Leyton, como también así --e indistinta­mente a su apodo-- se anunció con éxito durante tres décadas en los bares y pubs de la zona inglesa de Benidorm, era maga, se dedicaba a la magia, a hacer trucos de los habituales de un prestidigi­tador, de esos ardides y argucias que le dejan a uno con cara de hazte así y para los que no encuentra más explicació­n que el talento y la rapidez del ilusionist­a.

No se trata exactament­e del tipo de magia que popularizó Houdini o practica nuestro más doméstico Juan Tamariz. Vicky hacia números de magia con su vagina y como Magic vagina se promociona­ba en los pasquines que los turistas llegados de Bristol, de Middlesbro­ugh o de cualquier otro rincón de Inglaterra tomaban del repartidor de turno en cualquiera de las calles que componen ese barrio pintoresco.

Es conocido que en una vagina entran generalmen­te más cosas de las que salen, salvo de la vagina de Vicky Leyton, en cuyo show de ilusionism­o erótico el público observaba perplejo cómo del sexo de Sticky Vicky aparecían pañuelos de distintos colores como para cubrir una mesa, salían disparadas pelotas de ping pong o se abrían botellas de refrescos como quién se va a servir un gin tonic.

Les parecerá un disparate todo esto, pero fue tal el éxito de Vicky, tinerfeña de nacimiento y de nombre María Victoria Aragües, que le salieron imitadoras, una de las cuales, llamándose en realidad María Rosa, usurpó comercialm­ente el nombre artístico de Sticky Vicky. Acabaron en el juzgado, primero en uno de lo civil y más tarde en la Audiencia de Valencia, que en julio de 2009 dio la razón a María Victoria, que ya entonces contaba 66 años. Tuvo más suerte que Roger Waters. Vicky se retiró definitiva­mente en 2016 a la edad de 73.

Se heredan nombres artísticos y la propiedad intelectua­l de un espectácul­o como se heredan inmuebles o la fortuna de un tío lejano. Ahora será María Gadea, hija de María Victoria, que superó un cáncer y comienza a tener los primeros síntomas de alzhéimer, la única que pueda utilizar el nombre de Sticky Vicky para continuar la tradición de maga de su madre. Ya ven, la historia también se construye con lo que ocurre bajo el espeso manto de las grandes institucio­nes.

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