La representación
Qué habrán pensado las víctimas de violencia sexual, con su dolor renacido, del teatro parlamentario
La representación aún sigue teniendo sus mártires difusos, sobre todo en el rictus de virgen dolorosa con exilio en los ojos. Algo se ha quedado en la expresión de Irene Montero, algo pesado y turbio sobre el fondo líquido, que aspira a llamar remotamente a la piedad. Es la misma que ella no ha mostrado con las víctimas de delitos sexuales, que han sufrido la reducción ominosa de las penas de sus agresores por una ley defectuosa. Esa grieta vulnerable en los ojos de Irene Montero, ese temblor lejano en su manera de buscar el cobijo corporal de Ione Belarra, solas ambas en la bancada del Gobierno, tiene quizá su poso más airado, porque también se puede llorar de rabia. Cuando Podemos llegó a las instituciones -especialmente al Congreso- se afianzaron las lágrimas dentro del discurso como un recurso técnico, igual que aquellos abrazos, con largos bamboleos sobre ambos pies, que daba Pablo Iglesias a cualquiera que pasara por allí. Lo que pueda esconderse debajo de las lágrimas también es algo que depende de cada cual: de la espontaneidad de un sentimiento a la mera estrategia. La escenificación podía tener, también, unas razones mucho más legítimas que el comercio emocional: por ejemplo, concienciar sobre algunas situaciones. Fue lo que hizo Carolina Bescansa dando el pecho a su hijo en el Congreso. Claro que contaba con guarderías para los hijos de los diputados, pero se trataba de exponer la realidad de las madres que desean conciliar su vida laboral con la lactancia. Han pasado siete años y es interesante comprobar cómo las polémicas se han ido degradando: porque aquella respondía a una verdad vital que estaba por encima de cualquier pantalla política. Hay que criar a los hijos, hay que darles el pecho y trabajar. Aquello, aunque se criticó, tuvo mucho menos de teatro que esta dramatización reciente de la política, con los ojos vidriosos de una ministra de Igualdad que sólo ha querido escucharse a ella y a su recua de consejeras, que como mucho llegan a un eco de sí misma.
Pocas veces he visto una expresión tan rota y contenida, como cuando la sacudía Ana Oramas. No será porque no se le haya advertido: desde los colectivos jurídicos, desde la prensa, los columnistas y la oposición. Nada menos que 1.000 rebajas de condena. Recuerdo cuando su consejera Ángela Rodríguez Pam se partía de risa diciendo que sí, que iban a liberar a los violadores, las calles llenas de violadores, el apocalipsis zombi violador. Pues han salido unos cuantos mientras ella se descojonaba, porque así es la vida: pon los presupuestos generales y la lucha por la auténtica igualdad de derechos entre hombres y mujeres en manos indocumentadas y, mientras montan la fiesta en el ministerio, los agresores van preparando las suyas. Qué triste es todo esto: especialmente, porque se ha roto el consenso con el feminismo, fragmentándose como buena parte de la izquierda anda también de trinchera en trinchera, introduciéndose polémicas estériles que han ido desgastando al personal y generando una cierta antipatía ante el feminismo, que antes no existía. En cualquier otra situación de mínima dignidad, un fracaso semejante al vivido con la ley del sólo sí es sí causaría la dimisión inmediata o el cese de su instigadora. Pero no olvidemos que esto es España y que el peso de la soledad en la bancada, con los ojos a punto de lagrimear, sigue siendo un sueldo de ministra y la pervivencia en el poder.
El que no llora es Pedro Sánchez: es glacial. Hay un personaje en los ‘X-men’ que es capaz de generar hielo solamente con las manos; pero creo que Sánchez es todavía más frío. Después de haber anunciado ampulosamente que esta ley iba a ser un ejemplo en toda Europa y que muchos países la copiarían, 1.000 rebajas de pena más tarde y con unas elecciones ya ahí, se va a Doñana y deja a la ministra sola. Ahí te quedas con tu ley y tu rictus de virgen dolorosa: yo me piro, avísame cuando hayan encendido tu pira funeraria.
Sin embargo, no hay dos gobiernos, sino uno, con un solo presidente llamado Pedro Sánchez. Esta ley terrorífica, por su redacción deficitaria -mujeres feministas, hermanas, cómo se os ha echado de menos, qué silencio sonoro, cómo os habéis tragado estas 1.000 rebajas de pena sin elevar la voz-, de consecuencias igualmente terribles, no ha sido sólo una ley de Irene Montero, sino la ley de Sánchez, que sólo ha rectificado al recordar que en las elecciones también votarán las víctimas. Qué habrán pensado ellas, con su dolor renacido, del teatro parlamentario.
«Esta ley terrorífica por su redacción deficitaria no ha sido sólo una ley de Irene Montero, sino de Sánchez»