Córdoba

El triunfo de Ginés y la cátedra de Morante

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FERIA DE ABRIL DE SEVILLA

Ganado: un toro, despuntado para rejones, de Passanha, noble y de justa raza, en primer lugar, y seis para lidia a pie de El Torero, de presencia desigual, con seriedad en las cabezas y, en general, justos y sueltos de carnes; salvo el cuarto, bravo y con entrega, el resto mansearon en los primeros tercios y se desfondaro­n, sin casta, en el último El rejoneador Antonio Ribeiro Telles: pinchazo y rejonazo contrario (ovación) Morante de la Puebla: estocada honda (oreja); media estocada desprendid­a (palmas) Cayetano: estocada trasera tendida y descabello (silencio tras aviso); estocada desprendid­a y descabello (silencio) Ginés Marín: estocada desprendid­a (dos orejas); pinchazo y estocada (ovación tras aviso) Cuadrillas: destacaron en varas los dos picadores de Morante, Pedro Iturralde y Aurelio Cruz; efectivas bregas de Juan José Trujillo, Joselito Rus y Antonio Manuel Punta, que también saludó en banderilla­s, como Manuel Larios Incidencia­s: decimoterc­er festejo de abono de la feria de Abril, con lleno total en los tendidos (más de 10000 espectador­es), en tarde calurosa

El diestro extremeño Ginés Marín, que cortó dos orejas sin gran rotundidad, fue ayer el triunfador de la decimoterc­era corrida de abono de la feria de Sevilla, en la que Morante de la Puebla, recibido como un gran ídolo, volvió a dar una lección de lidia con un manso.

Esa faena de Morante, que, tras su histórica tarde del miércoles, fue obligado a saludar una estruen

dosa ovación al finalizar el paseíllo, tuvo un aire especialme­nte añejo, pues el sevillano dictó una auténtica cátedra lidiadora al estilo de la que hace más de un siglo pudo impartir su adorado Joselito El Gallo. Porque el toro con el que la desplegó, el primero de la divisa de El Torero, de hechuras, movimiento­s e ideas de morucho de las capeas, tuvo un comportami­ento también muy «antiguo», que obligó a la cuadrilla a llevar a cabo una lidia casi decimonóni­ca, tanto para picarlo con efectivida­d como para bregar con él y banderille­arlo entre arreones y, a veces, hasta coces.

Y ante un animal sin depurar, como si no hubiera pasado un siglo por el ruedo de Sevilla, Morante toreó también con «modernidad», fajándose sus embestidas sin celo en un quite de cinco verónicas para después fijarlas con su poderosa muleta manejada rodilla en tierra.

Conseguido el propósito clásico del toreo, el de poder al toro, aún regaló el de la Puebla, en evidencia de su pletórico momento, unos cuantos muletazos pausados y tersos, con el toro protestand­o, pero sin renunciar nunca a la pureza en los cites y en los embroques. La oreja estuvo más que justificad­a.

A Ginés Marín, en cambio, le dieron dos -la segunda un tanto excesivapo­r su faena al tercero de a pie, el único con duración, entrega y claridad de la corrida, que puso mucho de su parte en la emoción del trasteo. Con el toro rebosándos­e en cada pase, el torero extremeño aprovechó primero las inercias, tanto en la apertura como en las dos primeras series con la derecha, que tuvieron un punto de ligereza, aunque también la conexión que da al tendido el movimiento continuo de los toros tras el engaño.

Una vez que Espárrago se paró y dejó de ponerlo casi todo, Marín se dedicó a redondear mucho los pases, de uno en uno, sesgado en los cites, buscando los costados, pero siempre muy jaleado por un tendido que, después de una estocada volcándose, acabó por solicitar con generosida­d esos dos trofeos que la presidenci­a concedió sin matizar.

Pero, ya con la Puerta del Príncipe al alcance, a Marín se le echó en falta, por eso mismo, algo más de apuesta y de ajuste con el último, un mansote desclasado, al que solo atacó muy al final, casi a la desesperad­a y con las opciones reducidas.

Morante tampoco pudo rematar con el quinto, otro manso rajado y con la cara por las nubes, a pesar de su hábil insistenci­a, mientras que Cayetano se acabó disipando a la vez que su primer toro, después de torear de capote y en las primeras tandas de muleta con reposo y asiento. Y ya con el áspero quinto, reparado de la vista, ni lo vio ni se confió.

Antes de todo eso, en el preámbulo de la corrida, el célebre cavaleiro portugués Antonio Ribeiro Telles, a punto de cumplir 60 años, consiguió por fin su sueño de debutar en la Maestranza. Templado y elegante, Telles clavó farpas y banderilla­s de a palmo desde el más clásico concepto de frontalida­d del rejoneo lusitano, aunque sin despertar en la plaza más que unas tibias ovaciones.

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EFE / JULIO MUÑOZ Ginés Marín faena a su primer toro, ayer, en la Real Maestranza de Sevilla.

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